Una semana después de haber terminado con Rodrigo, mis padres llegaron de su interminable viaje y Mateo se dignó a poner un pie en la casa después de haber pasado más de dos semanas en lo de Sarah, su prometida, con la excusa de estar terminando los preparativos para la boda, ¡como si no supiéramos que estaban adelantando la luna de miel!
Después de que pusieron un pie en la casa, ésta volvió a su ajetreo natural y las habitaciones cobraron color con la presencia de sus dueños, por lo que me sentí más aliviada de tenerlos cerca (un día más estando sola y me deprimiría clínicamente). Sin embargo, en cuanto hubieron desarmado las maletas y la emoción de su llegada fue sustituida con la rutina familiar, notaron en mi semblante los estragos de los acontecimientos recientes que, con fervor, intentaba ocultar.
Mamá fue la primera en sospecharlo y, llevándome a la cocina con la excusa de preparar un refrigerio, me acribilló a preguntas dejándome sin más remedio que contarle todo con lujo de detalles. Ella exclamó palabras poco agradables en honor a Rodrigo que me sacaron una sonrisa y luego le pidió a Mateo que saliera a comprar algo de helado y galletas. Nos quedamos conversando hasta la madrugada en compañía del helado, Safira y los tantos regalos que trajeron de su viaje.
En cuanto a papá, él se puso tan rojo como su bronceado no planeado le permitió y me aseguró tras darme una enorme sonrisa consoladora de que era la mejor persona en el mundo.
Y Mateo... bueno, él ofreció dejarme su saco de box para que practicara la paliza que «definitivamente tenía que darle a aquel idiota» y me abrazó hasta dejarme sin las suficientes neuronas como para acordarme de mi ex.
Superarlo es, definitivamente, más llevadero con mi familia cerca y con las constantes llamadas de Elena. La última fue para preguntar si mamá le había traído algún regalo, y aunque le compró un lindo vestido veraniego y unas zapatillas de playa, le dije que no. Tras el silencio que le siguió a mi respuesta, pude imaginarme la cara de «póker» que suele poner cuando está avergonzada. Adivinó que le estaba tomando el pelo cuando empecé a reírme y después de decir improperios se despidió prometiendo visitarnos cuando el trabajo le diera un respiro (consiguió una plaza en el mismo lugar donde Sarah trabaja).
Y hablando de Sarah, hace más de una hora que papá y yo la esperamos a ella, Mateo y la película que supuestamente fueron a rentar, sentados en el sofá mientras mamá prepara el canguil. Con la llegada de todos y la cercana partida de Mateo, decidimos retomar los domingos de filmes en familia, pero los tortolos están demorando y al parecer nunca veremos la película.
—¿Crees que debería llamarlos, Sami? —pregunta papá mirándome después de observar por largo tiempo su reloj.
—No seas impaciente, Hugo. Ya han de venir —contesta mamá desde la cocina. Yo le asiento a papá con una sonrisa traviesa; nuestra complicidad se basa en no hacerle caso a mamá.
Pero justo cuando papá va a marcarle a Mateo, éste aparece por la puerta tomado de la mano con Sarah. Se excusan con que el lugar donde habitualmente las rentábamos estaba cerrado y que habían tenido que seguir buscando hasta encontrar una tienda abierta.
Sarah ayuda a mamá a traer el canguil mientras Mateo pone la película, y cuando el menú aparece en pantalla, todos se acurrucan en parejas... menos yo.
«Perfecto —pienso— ¡alardeen del amor!»
Safira maúlla desde el suelo y la cojo entre brazos para acurrucarla conmigo diciéndole:
—Ven, pequeña. Tú y yo hacemos mejor pareja que ellos.
Sarah se ríe y mamá me hace callar pues la película ya está rodando. Fijo mi atención en la pantalla y me sumo en pensamientos tras ver la primera escena. De una forma que resulta interesante, la trama me recuerda, como un déjà vu, a algo que ya he vivido. Sigo mirando la película con el ceño fruncido hasta que, a mitad del rodaje, las piezas del rompecabezas se unen y un foquito se enciende en mi mente. Lo resumo así:
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Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...