El octavo corazón.

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«Al principio tenía miedo, estaba petrificada. Seguía pensando que nunca podría vivir sin ti a mi lado. Pero luego pasé tantas noches pensando en cómo me habías herido, y me volví fuerte. Aprendí a sobrellevarlo...»

—¡Samantha, contesta el teléfono! —grita Elena y yo me despierto de sopetón.

—¿Qué? —pregunto con la taquicardia al tope.

—Está sonando el teléfono, contesta —dice y se voltea a su armario para escoger una blusa—. Y arréglate rápido que tengo que trabajar. Si demoras, tendrás que regresar a pie.

«Sobreviviréééééé...», se escucha desde el dichoso aparato y me apuro en contestar antes de que el siguiente párrafo sea cantado.

—¿Aló? —digo con voz ronca pero lo único que escucho al otro lado es el «pi, pi, pi» que anuncia el fin de la llamada. Reviso la pantalla y me encuentro con un número desconocido.

—¿Quién era? —pregunta Elena maquillando sus mejillas.

—No lo sé —respondo irguiéndome en la cama—. No tengo el contacto registrado.

—¿Quién querría llamarte a las siete de la mañana? —inquiere retóricamente y yo me encojo de hombros—. Como sea, ¡vístete, Samantha! En treinta y un minutos me marcarán retraso.

Me levanto con rapidez y corro hacia su baño para asearme y ponerme lo primero que  encuentro en el armario; pero al haber desaparecido la adrenalina momentánea causada por la llamada anterior, mis piernas se tornan torpes y mis párpados empiezan a pesar. Cumplir con mi primer deber en la mañana en el baño me toma más de lo normal y para cuando salgo, Elena ya no está en su alcoba. Reviso mi celular; el reloj marca las ocho menos cuarto.

—Rayos —murmuro—. Elena me va a matar.

Salgo de la alcoba con mi bolso y mis zapatos en una mano y voy hacia el vestíbulo donde espero encontrarla. Para mi suerte, ella está ahí.

—Aquí estás —dice inquieta—. Voy tarde, Sam. Ya le dije a Nick que te acompañe; yo ya no alcanzo.

Y sin esperar respuesta mía, coge su cartera y sale por la puerta principal. Volteo buscando a Nicholas pero la casa está vacía y silenciosa.

—¿Nick? —pregunto esperando su respuesta, no estando segura de si quiero que llegue. Los recuerdos de la noche anterior golpean mi realidad poniéndome tensa. ¿Estaba Nick molesto anoche?

«Claro que lo estaba, Sam. Se sintió juzgado», me respondo a mí misma. En ese caso, ¿seguirá molesto conmigo? Cualquiera en su lugar se hubiera sentido ofendido por la manera en que me adelanté a juzgarlo (porque lo admito: tal vez fui un poco ruda con mis palabras). Aunque, pensándolo bien, no encuentro razones para que él esté así —en caso de que lo esté—, porque no dije nada malo; simplemente me parece extraño que se sienta feliz terminando con Julia. Comprendo el alivio que queda al terminar una relación dañina, cansina o absurda, cual sea que haya sido la de Nick y ella, pero también me pongo en el lugar de Julia: no me gustaría que mi ex se expresara así de mí con otras personas, como si habiendo terminado conmigo fuera el mayor de los gozos.

«Vamos, Sam, tampoco es para tanto».

Para mí sí.

La tensión viaja hacia mis músculos y estos me dejan paralizada al ver a Nicholas en su traje de oficina caminar hacia mí.

—¿Lista para irnos? —pregunta, y mis expectativas sobre él siendo frío y gruñón conmigo caen al suelo haciéndome sentir culpable. ¿En serio esperaba que el hombre más sereno del mundo estuviera molesto por una tontería? ¡Es Nick, por todos los santos!

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora