Cuarto romance: «Jesslandia».

420 49 10
                                    

La boda de Mateo está a la vuelta de la esquina y los últimos preparativos mantienen a la familia corriendo. Mi hermano no deja de ponernos nerviosos a todos, lo cual es nuevo en él. Papá lo aconseja cada tanto sobre las responsabilidades que conllevan el matrimonio, agregando —creo que para tranquilizarlo— sobre las ventajas de que éste sea feliz, pero no logra su objetivo. En cambio, mamá no para de hablar de lo linda y educada que es Sarah y de lo adorables que serán sus nietos (quiere más de tres). Mateo se pone pálido cada vez que piensa en la cantidad de niños que mamá piensa que es capaz de criar. Por mi parte yo no evito expresarle lo mucho que lo quiero diciéndole lo feo que se ha puesto con los planes de boda, o los kilos que se han agregado a su adorado abdomen o a su quijada. Si sigo así, Mateo terminará por quitarme el honor de ser la dama de amor. Es más, creo que ya me odia.

Hablando de mi papel como la hermana menor de Mateo en la boda, Sarah y yo nos encaminamos a nuestro día de cuñadas en su carro mientras yo reviso la lista de cosas que ha preparado para nosotras:

Ir a la casa de modas donde están terminando su vestido y el de sus damas para la penúltima prueba de mi vestido rojo pasión.

Visitar una tienda de lencerías y escoger el conjunto que usará en su noche de bodas (¿es en serio Sarah? ¿Me tienes esa confianza? Ah, sí. Tiene tres hermanos mayores, ellos no podrían ayudarla y no creo que su madre quiera escoger el terno con el que seducirá a mi hermano; su mejor amiga vive en otro país desde hace un año y no vendrá sino hasta el día antes de la boda..., por lo que quedo yo, la hermana menor del troglodita con el que se casará y al que le bailará en esas prendas. ¡Rayos, Sarah, me sonrojas!).

Lo último planeado en la lista es ir al spa.

—¿Terminaremos todo esto en un día? —pregunto mirándola.

—Son las diez de la mañana, Sam. No creo que te echen en falta un día en tu casa porque estés conmigo —dice sonriendo y parando en un semáforo. Me mira—. Después de lo del vestido almorzaremos en tu lugar favorito. ¿Qué dices?

Sonrío asintiendo. Sarah se ganó a la familia desde el primer día que Matt nos la presentó, pero creo que intenta ganarse aún más mi corazón con comida, y debo confesarlo: lo está logrando.

Nos apeamos del coche y entramos a la casa de modas. El diseño del vestido que escogió para mí hace más de un mes combina a la perfección con mi cabellera azabache. Sarah promete conseguirme accesorios en plateado que luzcan con los detalles bordados a un costado de la prenda y yo asiento a su oferta. Después de almorzar en un restaurant de mariscos, nos conduce al centro comercial.

—Ahora vamos por los zapatos y accesorios. Mi dama de amor tiene que estar encantadora —dice tomándome del brazo.

—Sarah, no puedo opacar a la novia —bromeo con tristeza fingida. Ella ríe.

—Después de que esté yo casada, vas a tener que coger el ramo, así que no te preocupes si me opacas. ¡Tienes que deslumbrarlos!

Me quedo sin saber qué responder. Podría pensar que me está tratando de solterona necesitada de atención, pero opto por sonreír ante su gentileza de dejarme ser el centro de atención de su boda. Ella asegura que al único al que quiere impresionar es mi hermano, el resto no le interesa.

Lo siguiente en la lista es la lencería, lo cual es... incómodo para mí, no porque le tenga alguna fobia a las prendas sexys, ¡sino que estamos hablando de la novia de mi hermano! Sarah se muestra tan abierta sobre la faceta pervertida de Mateo, que yo no logro controlar mis bufidos. ¡Para, Sarah!, exige mi cerebro.

Me mira sosteniendo cuatro atuendos entre sus brazos.

—¿Qué opinas? ¿Rojo o rosa? ¿Blanco o negro?

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora