«El mundo es pequeño; si no me crees, la vida te lo demostrará», solía decirme la abuela cuando no quería jugar con las niñas que vivían en su barrio. Ella pensaba –tal vez todavía lo haga- que un rechazo hecho hoy, el búmeran llamado vida lo regresaría mañana y con creces. También tenía la teoría de que las personas no desaparecen del todo de tu vida, y que en cualquier momento regresarían para continuar lo que quedó inconcluso, o para molestar un poco más; cualquiera que fuera la situación, el mundo es pequeño... Y hoy acabo de confirmarlo.
Llevo cinco días encerrada entre las cuatro paredes que conforman mi pequeña y provisional oficina en el negocio de motocicletas del nuevo novio de Jerry, Carlos, con cuentas que solucionar, proveedores a la espera y una lista enorme de insumos que estabilizar. Todo ha ido bien hasta ahora: necesitaba un empleo y este me ha resultado como anillo que calza el dedo. Pero esta mañana, al llegar, he tropezado con algo que dio un giro por completo a mi día, o a lo que queda de mi labor en este negocio.
Lo recapitulo: desperté entusiasmada, bebí mucho café al salir de casa, llegué cinco minutos antes al trabajo como es de costumbre e ingresé a mi oficina dispuesta a avanzar con los impuestos y demás, pero entonces me han faltado unos documentos y he llamado a Carlos para pedírselos. Como no estaba, me dijo que fuera a su oficina y que los encontraría en una de las gavetas del escritorio. Entré, revisé donde me pidió y al levantar la vista, me encontré con el objeto que aún me tiene pegada al suelo sopesando la situación.
Una foto enmarcada en madera. Dos hombres y un niño. Dos rostros conocidos y uno por conocer. Dos rostros que no me producen nada más que simple curiosidad y uno que me trae malos recuerdos. Tres personas juntas que parecen tener historia en una simple foto.
Carlos, un niño de tres años..., y Damián.
«Vaya que el mundo sí es pequeño».
—Samantha —escucho que me nombran y levanto la cabeza para ver a Carlos en el marco de la puerta—. ¿Encontraste las facturas?
—Sí, aquí están —las muestro sin poder obviar la sensación de extrañeza que hablar con Carlos ahora me produce—. ¿Quiénes son estas personas? —pregunto levantando la foto enmarcada y enseñándosela. Carlos se acerca y al verla sonríe inmediatamente.
—Mi hermano —responde haciendo que caiga en la cuenta del parecido que tienen; los ojos rasgados, el cabello largo, las cejas gruesas y la evidente mirada coqueta—, y mi sobrino, el pequeño Fernando.
Su última frase provoca una cascada de reacciones en mí: abro los ojos como platos, mis cejas se alzan marcando los surcos de mi frente y mi boca forma una perfecta «o» de «oh, sorpresa». ¿Damián, mi ex, tiene un hijo?
«Bien podría tener otro hermano escondido, Sam. O incluso una hermana».
Sí, es cierto; puede ser otra persona el progenitor del pequeño.
—Es un gran padre —dice Carlos señalando a Damián—. Quedan pocos padres solteros de los cuales te puedas sentir orgulloso, y él es uno de ellos.
Carlos se ha encargado de responder a mi pregunta sin haberla formulado en voz alta.
—¿Cuántos años tiene el pequeño? —curioseo aún asombrada.
—Tres, los cumplió este mes —responde con la felicidad rebozando en cada una de sus palabras—. Es un niño encantador y muy travieso, pero tiene una forma de enamorarte con sus gestos.
«No hay duda de quién salió».
—¿Cómo es que no lo he visto por aquí? —indago con cautela. No es mi intención encontrarme con Damián y peor con la sorpresa de que es padre, por lo que necesito conocer esta información.
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Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...