Primer formidable día.

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El despertador no alcanza a sonar. Lo apago cuando la pantalla del celular se ilumina dando cuentas de que tengo que despertar. Llevo una hora y veintisiete minutos despierta. Los segundos no los diré, pero sí los conté.

Me levanto de la cama ya ataviada con el atuendo que escogí para mi primer día de trabajo. Como soy interna, aún no me corresponde usar uniforme, por lo que intenté que mi vestuario no se escapara mucho al parecido con el de los demás trabajadores. Pongo maquillaje en mi rostro y pienso en lo bien peinado que tiene que verse mi cabello hoy. Conocí a la jefa de Recursos Humanos y no tuvimos un buen inicio, por lo que no repetiré el error con mi jefe o jefa de Contabilidad. Aunque, pensándolo bien, no cometí errores en mi entrevista.

Bajo a la sala y encuentro a mamá preparando el té para el desayuno. Papá se está poniendo su corbata mientras se encamina a la cocina y Safira lo sigue mientras se enreda entre sus pies, provocando que papá trastabille.

—Buenos días, linda —saluda mamá al verme. Papá voltea y me sonríe.

—¿Lista para el primer día? —pregunta dándome un beso en la mejilla.

—Como nunca lo he estado —respondo sentándome en uno de los taburetes que están al lado del mesón.

—Ponle comida a Safira antes de que le quite el desayuno a tu papá —pide mamá señalando a la gata que está preparando sus patas traseras para subirse al regazo de papá. Este la coge haciendo caso omiso a mamá y la acurruca junto a él.

—Creo que está más contenta así —me encojo de hombros y recibo mi plato de desayuno—. Además, come demasiado. El vecino la mima mucho.

—En ese caso, deberías sacarla a correr —comenta Gloria poniéndonos té a cada uno—. Esa gata ya es obsesa.

—Es una linda bola de pelos —contradice papá haciéndole cosquillas en las orejas.

—Papá tiene razón —balbuceo llevándome la comida a la boca.

—Ustedes dos deberían acompañarla —impone mamá sentándose al otro lado del mesón—. Hugo, te has subido mucho de peso, y Sam, te veo hinchada la cara. ¿No te estás excediendo con los chocolates?

Instintivamente llevo mis manos a mi rostro. No me he excedido, tan solo he aumentado el consumo de cajas de chocolates y todo se lo debo al estrés; las últimas semanas no han sido particularmente tranquilas.

—Además, el día que te probaste ese terno, no te quedaba tan ajustado —termina por decir mi madre y yo miro hacia abajo para comprobarlo. Tiene razón, los botones de mi blusa se ven algo ahogados.

—Son los gases —digo sobando mi vientre—. ¿Saben qué? Desayunaré en mi primer descanso. Creo que iré a terminar de arreglar mis cosas.

Salgo de la cocina y corro por las escaleras hasta mi habitación. Me veo en el espejo y efectivamente: la blusa y el pantalón me quedan ajustados en la zona del vientre. No es algo que a simple vista se note, pero no puedo permitir que cualquier botón decida salirse en un mal momento, por lo que camino hasta mi clóset y reviso mi plan B y mi plan C: un vestido negro con bordes amarillos y una blusa holgada fucsia con cuello en V. Me descoloco la blusa que cargo y la cambio por la segunda opción. Vuelvo a mirarme en el espejo y el problema parece estar solucionado, pero los zapatos ahora no combinan.

Regreso a mi armario y rebusco unos zapatos de tacón color negros pero no los encuentro por ninguna parte.

—¿Mamá? —llamo lo más alto posible para que me escuche—. ¿Has visto mis formales negros?

—Los llevé a lustrar, querida —responde igual que yo—. ¿Por qué no te pones los míos?

Corro hasta su habitación y busco sus zapatos, pero como mamá tiene los pies más pequeños que yo, los tacones me ajustan por los laterales y en la parte de los dedos. Sin embargo, es mi única opción. Es eso, o peligrar con los botones de la blusa.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora