Entre insistencias y decisiones.

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Sarah es dada de alta al día siguiente para monitorear el estado de su bebé y el de ella misma, por lo que la hora de visita se esfuma antes de que podamos ir. Mamá les ofrece la habitación de Mateo para garantizarle más cuidados a Sarah, pero ellos declinan la oferta comentando que irán a la casa de los padres de mi cuñada, puesto que esta no tiene escaleras, lo que la hace menos peligrosa para la vida de su bebé. Mamá acepta, con la condición de visitarla con frecuencia.

El lunes por la tarde, con la mente disipada entre el bebé de mi hermano y mi cálido encuentro con Nicholas, dirijo mis pies al elevador para visitar el departamento en venta con Elena. En el camino me encuentro con Lucy, quien no ha dejado de darme los detalles de su cita con el tal Mauricio cada vez que nos topamos.

—No sabes quién acaba de pasar por recepción —murmura cuando entramos juntas al elevador. No necesito preguntarlo, ella lo dirá—. Mauri. Parece que tendremos otra fenomenal cita.

—Me alegro por ti —comento accionando los botones.

—¿Qué hay de ti y Samuel? —pregunta mirándome curiosa—. Lo he visto en el vestíbulo un par de veces. —Me encojo de hombros—. Escuché que estaría en el proyecto de publicidad para el verano, ¿es cierto?

—Mauricio debió habértelo contado mejor —musito mirando los números descender.

—No hablamos mucho del trabajo, existen cosas más interesantes que compartimos. —Sonríe inocente acomodando su falda—. Por ejemplo, a él también le gusta la fotografía.

Y como si por su profesión lo llamaran, Samuel aparece en cuanto las puertas se abren. Lucy suelta un «oh» y una risa posterior a este, y camina fuera del ascensor.

—Hola, Samuel —saluda atrayendo la atención del aludido.

—Hola, Lucy —retorna el saludo mirando su identificación, luego regresa la mirada hacia mí, sonriendo—. Sam. —Pero esta vez, su sonrisa es callada; no tiene nada del alborotoso muchacho de cabellos castaños dorados que va por la vida desbordando atrevimiento, lo cual es extraño.

Doy un paso afuera del ascensor y asiento en su dirección. Lucy nota la tensión en el ambiente y se despide rápidamente de los dos. Cuando estamos solos —metafóricamente hablando, pues hay mucha gente a nuestro alrededor—, él se rasca la nuca y hace un intento por hablar.

—Me están esperando —interrumpo su intención—. Te veo después.

Él me toma de la muñeca impidiéndome marchar.

—No me evites así, Sam —murmura.

—No me pidas imposibles, Samuel. —Afloja mi mano, pero no se aparta—. Ya dejé claras mis cartas. Ahora solo quiero asistir a mis compromisos.

—Te devolveré el diario —dice deteniéndome con sus palabras esta vez—. No pido nada a cambio.

—Solo una oportunidad, ¿cierto? —Él asiente—. No sé si te estás escuchando.

—No, eso es aparte —sonríe lacónico—. De todas maneras, pensaba devolvértelo con citas o sin ellas.

—También te devolveré tu cheque —digo buscando en mi cartera. El papel está impecablemente doblado por la mitad dentro de mi agenda, así que lo aliso antes de entregárselo—. Así estaremos a mano.

—Déjalo, igual pensaba donarlo. —Guarda sus manos en sus bolsillos, dejándome con la mano tendida.

—Tómalo, tú verás si lo donas.

Él deposita su mirada en el papel y lo termina cogiendo. Asiento hacia él como despedida y me encamino a la salida donde Elena ya debe estar esperando, pero sus pasos siguen los míos a corta distancia.

Sam y el amor (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora