Si las palabras no llegan aún, que lo cante James Bay.
~*~
Cerca de las tres de la madrugada me levanto con la urgencia de ir al baño. Esto de no estar acostumbrada a venir tan seguido a la playa hace que mi necesidad de beber agua aumente, por lo que me demoro más de la cuenta; además, apenas y puedo abrir los ojos y siento mi cuerpo tambalearse del sueño cuando estoy en el retrete.
Me lavo las manos y enjuago mi cara para despabilarme. Cuando salgo del baño empieza mi lucha por no tropezar en la oscuridad y hacer ruido, pues Elena puede detener su silbido nocturno en cualquier momento y despertarse como una bestia por interrumpirle su quinto sueño. Sin embargo, en cuanto me vuelvo a acostar, cualquier rastro de somnolencia desaparece inmediatamente.
«¿Es que no se puede tener todo al mismo tiempo por una vez en la vida?», pienso dando vueltas en la cama. Desconecto mi celular de la pared y me pongo a revisar las redes sociales buscando la manera de dormirme, pero la potente luz del aparato no hace más que despertarme. Suspiro resignada y me levanto. Camino por la habitación con cuidado, pero la ansiedad de no estar haciendo nada productivo hace que me piquen las manos, por lo que decido bajar a la cocina y preparar un café o un té.
Cuando llego a la planta baja, el rasgueo de una guitarra llama mi atención, por lo que, sigilosa, camino hasta la sala. Con una sola lámpara encendida y sentado en el mismo lugar en el que hace horas lo dejamos, Nicholas acaricia las cuerdas de una guitarra vieja con el ceño fruncido.
—¿Se te han olvidado las notas? —inquiero acercándome a él. Se sobresalta un poco al notarme, pero en seguida relaja sus expresiones y asiente.
—Ya no suelo tocarla como antes —responde intentando nuevamente los acordes. Sé que es jazz lo que trata de entonar, pues es el género de música favorito de los Stuart varones y lo único que Nick aprendió cuando su padre lo puso en clases de guitarra, pero el sonido que sale del instrumento no tiene coherencia.
—Sí lo recuerdo. —Me siento en el sillón junto a él y recojo mis piernas entre mis brazos—. Solías molestar con esa guitarra todo el día.
Nicholas me mira sonriendo de lado y suelta una pequeña y callada risa.
—Yo nunca me he quejado de tu desafinada voz —murmura retomando lo suyo. Lo miro fingiendo ofensa.
—Pues no tienes un muy buen oído que digamos, amigo mío, porque yo canto como los ángeles. —Me jacto, sabiendo que él tiene la razón, pero es que la música no es lo mío. En la escuela apenas podía diferenciar las bolas y los palos negros de los blancos. Sabía sus valores porque eran numéricos, mas no entendía su importancia en el pentagrama.
—Entonces me alegro de que los ángeles no sean cantantes. —Niego con la cabeza sin poder evitar sonreír. Es lo que Nicholas provoca en mí.
—¿Cómo es que no estás durmiendo? —pregunto reposando mi codo sobre el sillón y mi cabeza sobre mi mano. Nicholas suspira y desiste de lo que hace, por lo que se limita a abrazar a la guitarra y a mirarme intensamente, como es normal en él.
—Hace poco que nuestros padres se fueron a dormir y yo quise quedarme un poco más.
—¿Tanto conversaron? —Nicholas asiente—. Quien los viera pensaría que nunca se reúnen.
—No te llevaré la contraria en eso. ¿Y tú, por qué estás despierta?
—Tenía el tanque lleno —respondo encogiéndome de hombros—. Ya después no pude volver a dormir, así que vine a preparar café para conciliar el sueño, pero entonces te encontré.
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Sam y el amor (en pausa)
Жіночі романиA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...