Cuatro días han pasado desde que Mateo y Sarah se casaron y se fueron de luna de miel al fin del mundo, y yo todavía me revuelco en la cama con la grata sorpresa de un cólico. Si el karma decidió castigarme por faltar a mi palabra de no volver a beber, ¡bien por él, porque lo ha conseguido!
Cojo mi celular y busco el número de mamá.
«¡Voy a moriiiiiiiir!», escribo con evidente exageración.
Al rato timbra y veo un mensaje de ella.
«Es solo un cólico, linda. Pastillas en el botiquín y té en la tetera. Besos».
—Claro, porque a ti la menopausia ya te libró de esto —murmuro sosteniéndome el vientre. Me levanto de la cama y camino hasta su cuarto donde está el dichoso botiquín. Rebusco en él y encuentro las pastillas para el dolor. Bajo hasta la cocina y recaliento el agua que está en la tetera.
Como contadora y reina del control, tengo un pequeño problema: mis fechas coloridas y yo no nos llevamos. Una, porque nunca llegan el día que tienen que llegar. Y dos, porque siempre traen sorpresas, como cólicos espantosos o barros púberos (sí, de esos que quieren llamar la atención de las miradas). Mamá dice que ya es algo de familia, y por única vez cada mes me doy el gusto de odiar los genes de la familia.
Apago la tetera y me sirvo en una taza. Llevo la pastilla a mis labios, pero empieza a sonar mi teléfono. Lo escucho lejano y recuerdo que lo dejé sobre la cama.
Subo corriendo las escaleras y me golpeo en el pie al llegar al último escalón. Profiero una maldición y saltando en un pie llego hasta la cama donde el bendito aparato da el último timbrazo.
«¡Asco de día!», pienso contrariada.
—¿Aló? —contesto antes de que el «pi, pi, pi» suene.
—¿Señorita Wilson? —dice una voz femenina.
—La misma, ¿con quién...? —pregunto aún adolorida y ella me interrumpe.
—Soy Kassandra Ruíz, asistente de Recursos Humanos de Textiles S.A. —pronuncia de manera fluida haciendo evidente que es parte de su rutina—. Llamo para informarle que su solicitud de empleo ha sido aprobada y pasa a la fase de entrevistas.
Ahogo un grito y asiento enérgica como si la mujer al otro lado del teléfono pudiera verme.
—Hemos concertado una cita para usted este viernes a las 10:00 en el departamento de Recursos Humanos. Le pedimos que asista diez minutos antes de la entrevista y que presente una carpeta con su currículum vitae.
—Claro, estaré encantada de asistir —digo sin evitar la enorme emoción que tengo.
«¡Calma, Samantha, que sólo es tu primer empleo!»
O la entrevista de mi primer empleo.
La mujer da unas indicaciones más y se despide con una formalidad que no puedo superar, ¡no en estos momentos en los que el cólico y mi pie pasan a segundo plano porque por fin voy a trabajar!
O bueno, me van a entrevistar.
Busco un número en particular y empiezo a escribir:
«Bien por ti, copetón, te has ganado una comida».
Sonrío por el mote que le he puesto y luego marco otro número. Tres timbrazos después, Elena contesta.
—Elena al habla —dice.
—Sé quién eres —comunico girando los ojos—. Como sea, ¡conseguí una entrevista!
—¿En la empresa de papá? —pregunta en un susurro.
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Sam y el amor (en pausa)
ChickLitA sus veinticuatro años Samantha ha tenido más rupturas románticas que vidas su gata. Ha vivido desde un romance de niños, hasta uno de adultos; fue engañada y también parte de un engaño. ¡Incluso fue parte de un harem! El asunto con sus relaciones...