4. En problemas.

239 32 9
                                    

—Gabriel... —se acerca Sasha a mí.

—Dime.

—No me ha llegado el documento de ejecución de Travis que debiste firmar ayer.

—Eh...

Piensa, Gabriel, piensa. Trago saliva intentando buscar una alternativa. No quiero estar en problemas por culpa de Sophie y su hijo, por culpa de sus estúpidos e inexplicables sentimientos.

—¿Y bien? —me dice.

—Debes tenerla en algún lugar, te la hice llegar —miento.

—No la tengo, estoy segura.

—¡Pues mira mejor, Sasha!

Me voy rápido. No quiero que me siga hablando y averigüe lo que tengo pensado hacer: operar por tercera vez a Travis. Si alguien se entera, es mi fin como profesional. ¿¡Quién coño me ha mandado a mí a darle otra oportunidad a ese crío!? Lo mejor es que no sé ni por qué lo he hecho, porque me es indiferente si muere o no.

El día pasa entre bisturís, tijeras, anestesias y sangre. Lo de siempre. Hoy han sido ocho los niños que han pasado por mis manos. Me lavo bien y me seco.

—Gabriel.

—Sí, Sasha, dime.

—Me voy, es tarde. ¿Qué haces aún aquí? A estas horas, ya deberías llevar un buen rato en tu casa.

—Pues... Ya me iba —digo.

—Bien. Espero encontrar mañana ese documento porque me estoy empezando a volver loca. ¿Estás seguro de que me lo diste?

—Que sí —miento de nuevo.

—Vale. Adiós, Gabriel.

—Adiós.

Cuando todo el mundo se ha ido y sólo están despiertos los enfermeros de guardia, entro a la habitación de Travis y le encuentro dormido. Su madre lee.

—Nos vamos.

—¿A quirófano?

—No, a mi casa.

—¿Cómo? —pregunta Sophie confusa.

Qué raro debe ser sentir confusión. —Pues eso, ¿estás sorda?

—No, claro.

Cargo a Travis en mi hombro y salimos por donde no pueden vernos. Sophie me sigue rápidamente y no puedo evitar fijarme en que para tener un hijo de diez años, es bastante joven. Debe tener... ¿mi edad?

Lo tumbo en el asiento trasero y abrocho el cinturón. Ella se sienta donde el copiloto debe ir y enreda sus dedos. Me mira continuamente, ¿qué quiere esta mujer? Bastante estoy haciendo con tal de no meterme en líos.

—¿Me puedes explicar cómo es que ayer no querías saber nada de nosotros y hoy nos llevas a tu casa? Quizás... ¿Ese corazón frío no es tan frío? —posa una mano en mi hombro mientras estoy atento a la carretera.

—No me toques —le pido y quita la mano rápidamente. Resoplo—. No creas que soy como tú, yo no tengo ese problema. Yo soy normal. Me importa una mierda si os morís como si seguís con vida, pero no me voy a jugar mi puesto. Ya están buscando el documento de ejecución de Travis, el cual no existe porque no lo he firmado.

—Muchísimas gracias —dice temblorosa.

—Si no conseguimos erradicar sus sentimientos esta vez, lo firmaré. Y me da lo mismo lo que... Sientas.

No me responde, sólo agacha la cabeza y se duerme en el asiento. Cuando llegamos a casa, me toca despertarla. No sé bien como hacer esto... la delicadeza no es algo muy habitual en mí.

—Sophie... —la zarandeo—. Despiértate, estamos en casa. En mi casa, quiero decir —carraspeo y ella se mueve hasta que abre los ojos.

Se pone en pie y despierta a Travis, que camina como un zombie a su lado. Abro la puerta y les invito a pasar. —Podéis dormir en mi cama —digo no convencido.

—Oh, no te preocupes, nosotros...

—No me preocupo —la interrumpo brusco—. Dormiréis ahí.

Me dirijo a mi habitación y cojo mis cosas para llevarlas al cuarto de invitados. Esto no es propio de mí, pero todo sea por mi puesto. ¿¡Y por qué carajo me la juego así!? Sophie acomoda a su hijo en la habitación y luego sale, con su pelo algo revuelto y la cara limpia de maquillaje. Desde luego, las mujeres guapas lucen mejor así. No lo necesitan.

Me miro en el espejo. Tengo barba de un par de días, lo cual no me resulta cómodo ya que prefiero ir totalmente afeitado al trabajo. Mis ojos verdes repasan mis facciones... Creo que soy atractivo, mi metro ochenta y seis y mi pelo rubio oscuro me ayudan a pensar eso, pero qué más da. Nadie puede enamorarse de mí, igual que yo no puedo enamorarme de nadie.

Me afeitaré mañana temprano. Justo antes de la tercera operación de Travis.

—¿Gabriel? —pregunta la suave voz de Sophie tras la puerta del baño.

—Qué quieres.

—Necesitaría... Entrar. Ya sabes.

Abro la puerta y la dejo pasar mientras voy a preparar algo de cenar. No sé si le gusta la merluza, pero me da igual. La preparo al horno y la sirvo en la mesa un rato después.

—Tiene buena pinta.

—No sé —respondo y le alargo una servilleta.

—¿No me cuentas nada de ti? —dice.

—Mira, Sophie, no pretendo ser grosero... Y si lo soy, me da lo mismo, pero no estás aquí para conocerme mejor. En realidad, deberías estar velando la muerte de tu hijo, o en tu casa. O muerta, claro —meto una pinchada en la boca y veo que sus ojos brillan.

¿Qué ocurre? ¿He dicho algo malo?

Se levanta y se va, dejando el plato entero. Ni me asombra ni me causa nada que no sea mala educación. Irse así de un lugar no está bien visto, pero bueno.

Cuando acabo, recojo y me voy a dormir. Mañana será un día duro. Muy jodido, supongo.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora