25. Soledad.

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Pido a Sophie que conduzca ella; las heridas y la pérdida de sangre me producen cansancio, mareos, etcétera. Acepta y se sube al coche. Yo hago lo mismo, en el asiento de copiloto.

—Espero que Travis esté bien. —dice.

—Sí, seguro que lo está.

—Te eché de menos, ¿sabes?

—Sólo fueron unas horas...

—Ya. Unas horas.

Arranca y veo las lágrimas caer desde sus ojos hasta sus clavículas. Pero se mantiene seria y mirando al frente. Reposo mi cabeza en el cabecero y suspiro. Quisiera animarla, pero soy yo el primero que ya no tiene fuerzas.

Me han destrozado en todos los sentidos que podían hacerlo. Además de físicamente, es evidente que mi trabajo está perdido entre la baja y que seguramente la ACS esté ya revisando mi caso. En fin. No tengo ganas de nada.

El sueño me puede, pero antes de dormir doy un último vistazo a Sophie, que sigue al coche de mi hermana con decisión y sonrío.

***

La casa de mi madre sigue igual que la recuerdo: ordenada, pulcra y minimalista. Y ahí está ella: elegantemente sentada, frente a la ventana y con una copa de vino. Observando la oscuridad.

Travis camina hasta su madre, quien distante, para que mi madre no les descubra, le guiña un ojo cuando ésta no la está viendo.

—Mamá. —le digo yo al acercarme, y me mira.

No sonríe, pero se pone en pie dejando el vino a un lado y acaricia mi rostro herido. No con amor, está claro, sino como si no me recordara y estuviera tratando de averiguar si realmente soy yo.

—Qué son estas marcas. —pregunta casi en un susurro.

Su voz me trae recuerdos fríos. Mi infancia... hace veinte años, cómo ella se llevaba el día trabajando y nosotros con esa niñera estúpida. Incluso antes, con unos seis o siete, cuando Abigail acababa de ser operada.

Un pinchazo en mi interior me remueve todo. Entonces, yo podía sentir. Y todo se acabó.

—Tuve un accidente. —le digo a mi madre.

—Eso no es un accidente. —dice mientras se retira. —Pero me da lo mismo si no me lo quieres contar. ¿Una cerveza? —ofrece, pero niego.

Y busco con la mirada a mi hermana, quien teclea algo en su móvil. Camino hasta ella y le levanto el mentón de forma algo brusca para que me mire. Ella clava sus ojos en mí y alza las cejas, esperando a ver qué quiero decirle.

—Gracias por traerla aquí.

—¿Te has vuelto una maricona desde cuándo?

—No me hables así.

—¿Ves? Esa es la cosa. Antes ni siquiera hablábamos, y debería darte igual. Como ella, como su hijo. Son tóxicos. Pero tranquilo, ya lo tengo olvidado. —hace un gesto con la mano indicando dinero y sonríe.

Ella pasa de todo, como siempre. Cuesta creer que sea mi hermana mayor, incluso físicamente. Se sienta en el sofá y aprovecho que mi madre está llamando para encargar comida china para buscar a Sophie por la casa. La encuentro en el cuarto de baño, sujetando la frente a Travis mientras éste vomita.

—Eh... ¿qué pasa? —dice.

—No lo sé. Vomita sin parar. —resopla y le acaricia la espalda.

Alza sus ojos hasta los míos y hace una mueca extraña.

—¿Cómo te encuentras, Travis? —le pregunto agachándome hasta estar a su altura.

Él me mira y niega, indicándome que mal. Su respiración es entrecortada y escupe de vez en cuando al váter.

—Te pondrás bien. ¿Comiste algo que te sentara mal?

—No. —responde débilmente.

—¿Te ha... tratado bien mi madre?

—No sé. Normal.

—Ya, no es muy expresiva.

—Tú tampoco. —dice.

Y tiene razón, ¿pero qué podemos hacer? Nos arrebatan los sentimientos con diez años, crecemos sin amor, sin cariño. Me levanto y salgo de allí, mis labios escuecen y necesito curarlos de nuevo.

Busco el botiquín cuando Sophie posa una mano en mi hombro. La miro y me acaricia.

—Deja que te cure yo.

—¿Y Travis?

—Ya está mejor, le he acostado en una cama. Espero que no les importe.

—No les importa nada. —digo y saco lo necesario para curarme. —Si no sabes, lo haré solo.

—Deja de verme como una inútil, claro que sé curar una herida. Recuerda que tengo un hijo de diez años que cada dos por tres viene con algún rasguño en el cuerpo. O solía hacerlo.

—Vale. Pero que quede una cosa clara.

—Dime.

—No te veo como una inútil. —le digo y ella se sonroja un poco, si no lo aprecio mal. Luego, comienza a curar mi labio.

***

—Podéis dormir en la habitación de invitados. —dice mi madre. —Y el niño... que duerma en el que fue tu cuarto. —me indica.

—Bien. —digo sin más y les guío, pero Abigail interrumpe.

—Yo me vuelvo a mi casa. Adiós a todos. —concluye y echa una mala mirada a Sophie antes de salir por la puerta.

Travis está profundamente dormido, y le he subido una manzanilla para que se le asiente el estómago. Sinceramente, creo que todo lo que tiene es a causa de los nervios al sentirse perseguido.

—Prefiero dormir con Travis. —me dice Sophie y asiento.

—Claro, lo entiendo. Deberíais entonces ir a la otra habitación, la cama es más grande.

—No te preocupes, no quiero causar más problemas.

—Créeme, eres quien menos problemas creas aquí.

—Sabes que no. —dice y se abraza a sí misma.

—Buenas noches, Sophie.

—Lo mismo digo. —asiente y se acuesta junto a su hijo. Le cierro la puerta y salgo de allí.

Cuando me acuesto en la cama, le empiezo a dar vueltas a la cabeza. A la soledad, que nunca ha sido un problema. Es evidente que estamos de paso en casa de mi madre, ella misma nos dirá de irnos mañana, así que tengo que pensar un nuevo modo de volver a la realidad.

De enfrentarme a larealidad. 


Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora