Epílogo I

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Gabriel y Sophie se mudaron junto con el pequeño Travis muy lejos de Croveville, de Sephanie, y de cualquier recuerdo turbio. Él dejó su trabajo allí y abrió una pequeña clínica en su nueva ciudad para especializarse en la cirugía cardiovascular; sin volver a mezclarse con las operaciones de sentimientos. Sophie comenzó también a trabajar como fisioterapeuta en el lugar y tuvieron mucho éxito.

Un año después se casaron y once meses más tarde nació Ariadne, fruto del amor de ambos. Fue una niña que creció con cariño, con afecto y con toda la ternura que sus padres y su hermano le brindaron.

Travis tenía a Gabriel como un referente y en definitiva, como un padre. Él le enseñó todo lo que necesitaba: estuvo la primera vez que montó en bicicleta sin ruedas, le llevaba a los cumpleaños de sus compañeros de clase y jugaba al fútbol con él. Ya más mayor, le enseñó cómo afeitarse y le aconsejó con cada cita que tenía. Pero ninguna le convencía, pues Travis quería encontrar a una chica que pudiera sentir, como ellos.

Fue unos años después, que Caroline se mudó cerca de ellos. Pidió a Gabriel que la operara, que había tardado diez años en darse cuenta de que ella también quería sentir, pero estaba dispuesta a pasar por ello. Aunque no estaba seguro, el cirujano aceptó y se sometió a la compleja operación. Realmente, lo hacía por su amigo Noah, al que anhelaba cada día del año sin excepción. El resultado fue bueno, y por supuesto ella misma decidió que Irma, ya con nueve años, sería una niña que seguiría creciendo con sentimientos y en un entorno acorde a lo que su padre hubiera querido.

Con el paso del tiempo, Travis terminó de estudiar medicina y la especialización en cirugía general, y cuando Ariadne invitaba a Irma a casa, él la ayudaba en sus tareas numéricas del instituto. Entre ellos saltaban chispas, pero ninguno se atrevía a decirlo. Él la había visto crecer, prácticamente, ¡le sacaba diez años!

Pero todo cambió cuando Irma entró a la universidad. Él había comenzado a trabajar en la clínica de Gabriel, tenía un buen horario que le permitía salir a las una de la tarde y no regresar hasta las cinco. Uno de esos días, decidió ir a recogerla.

La chica salió sola, carpeta en mano y sonrió ampliamente al verlo. Podría decirse que se consideraban mejores amigos. Llevaba su pelo castaño recogido en una coleta alta que se movía cuando caminaba. Hasta sus ojos marrones lo invitaban a soñar. Verla tan sencilla y hermosa le hizo sentir un fuerte cosquilleo en su interior, y realmente no podía engañarse más a sí mismo.

—¿Qué haces por aquí? —le preguntó sonriente.

—Yo... he querido venir a recogerte.

—Pues muchas gracias. —besó su mejilla y se sonrojaron.

Una vez en el coche, la tensión era palpable, y es que ambos se sentían tan cómodos juntos que no sabían bien ni qué decirse. Él ya tenía veintiocho años, se suponía que esa etapa la habría pasado. La dejó en su casa con pesar por no haberle hecho saber de una vez lo que sentía y cuando entró a su apartamento —porque ya se había independizado—, vio varias llamadas perdidas de Gabriel.

Así que le llamó.

—¿Travis? —preguntó Gabriel al otro lado.

—Sí, dime.

—Hoy vamos a acompañar a Ariadne a la audición musical que tiene, ¿vale? ¿Cierras tú la clínica?

—Claro, descuida. Pasadlo bien. Os quiero.

—Y nosotros a ti. Nos vemos luego, campeón.

Colgaron y se fue directo a la nevera por una cerveza. Se apoyó en la encimera y pensó en lo gracioso que le resultaba que su hermana pequeña tenía ya diecisiete años; estaba sólo un curso por debajo de Irma. Y hablando de ella, en la vida había que arriesgarse. Si no se atrevían aquellos con sentimientos, ¿quién lo haría? Buscó en su móvil el número de la chica y antes de marcar, decidió enviarle un mensaje a Gabriel para pedirle consejo.

«Supongo que ya sabes lo loco que me tiene Irma. Quiero decírselo, pero no estoy muy seguro... ¿qué hago?»

La respuesta de ese hombre que era como su padre, no tardó en llegar:

«Díselo. Si no se lo sueltas, te dolerá más. Además... algo me dice que ella siente lo mismo. No seas tonto, chico, y ve a hacérselo saber».

Travis sonrió y marcó en el móvil. Al tercer sonido, la suave voz de Irma respondió:

—¿Travis?

—¿Podemos vernos, Irma?

—Claro. —sonrió.

Quedaron en un parque cercano a su casa e Irma se ruborizó al ver a Travis, tan rubio y encantador ahí delante de ella. Era increíblemente atractivo, como siempre lo había visto desde muy niña. La volvía loca, pero se moría de vergüenza sólo de pensar que tuviera que decírselo; se llevaban bastantes años y pensaba que él no estaría interesado.

Pero nada más lejos de la realidad.

—Hola... —le dijo ella y él sonrió acercándose más a ella hasta agarrarle las manos.

—¿Tienes alguna idea de por qué te he traído aquí?

—Pues no. —se sonrojó de nuevo.

—Pues ven conmigo.

La agarró de la mano y caminaron hasta la zona del lago. Se sentaron en un banco cercano y él palmeó sus rodillas para que ella se acomodara ahí. Por supuesto, no dudó en hacerlo.

—Quiero que sepas que eres la persona más dulce que he conocido alguna vez, Irma, y antes de que digas algo, ya sé que sólo tienes dieciocho años. Supongo que quieres vivir más cosas y conocer más gente, pero necesito hacerte ver lo mucho que me importas, y decirte que estoy dispuesto a todo por ti.

Ella tenía la boca ligeramente abierta. No podía creer que sus sentimientos fueran correspondidos. Le abrazó con ansias y cuando se separaron, él la miraba con ojos brillantes.

—Entonces... tú y yo... —le dijo ella.

Travis sonrió.

—Sólo si tú quieres. —respondió.

—Pues claro que sí.

Y él la besó acto seguido. Ese simple gesto que lo había estado torturando por no poder hacerlo desde que la vio cumplir los quince años, más o menos, y ahora ya la tenía entre sus brazos.

Para él.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora