11. Tacto.

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Sophie no me ha respondido. En vez de eso, ha soltado una risa seca y se ha retirado al salón con los platos. A lo mejor lo que he dicho le ha parecido gracioso... Pero es que no sé lidiar con los sentimientos y mucho menos con gente que los tiene.

Travis se zampa la cena como si el hambre le devorara a él. Está concentrado en la televisión y no presta atención a su madre, que le pide que se limpie la boca.

Tras el silencio descomunal de la cena, el chico se va a dormir y me quedo ayudando a Sophie a recoger la mesa. Crujo mi cuello por el camino y noto su mirada clavada en mi espalda.

—¿Qué pasa? —le pregunto sin verla.

—¿Te duele el cuello?

—Sí, mucho. Pero es igual.

—Si quisieras podría darte ahora un masaje.

—No cualquiera puede dar masajes.

—Ya... pero es que no soy cualquiera. Soy fisioterapeuta.

Me giro bruscamente a mirarla. Nunca lo hubiera pensado, claro, que tampoco sé nada de ella debido a mi falta de interés. —¿En serio?

—Sí.

—¿Y no te dedicas a ello?

—Lo hacía, hasta que Travis cumplió los nueve años. Me dediqué en cuerpo y alma a formarlo como una persona con valores y principios, con sentimientos buenos y un carácter dócil. Sabía lo que le esperaba.

—Así que tú misma has contribuido a que tu hijo tenga esos sentimientos más arraigados.

—Pues sí, y no me arrepiento.

—¿Me darás entonces ese masaje?

—Si quieres...

Sonrío y en cuanto terminamos de recoger todo, me siento en el sofá dándole la espalda, esperando a que haga algo.

—Túmbate —me ordena y eso hago —. ¿Tienes algún tipo de... aceites?

—No, aparte del de cocinar.

—¡Qué tonterías! —se ríe a carcajadas—. Sabes que hablo de aceites corporales.

—Pues... No, no tengo.

—¿Y alguna crema hidratante?

—Creo que tampoco.

—Espera, iré a buscar una que solía llevarme al hospital —se marcha y vuelve a los minutos—. Quítate la camiseta.

Hago caso de nuevo y la lanzo al sillón de al lado. Sus manos rozan mi espalda y un escalofrío me recorre por la temperatura de esa crema que me está echando. Sí que está fría. Cierro los ojos y noto como desliza sus dedos con agilidad por mi espalda hasta mi cuello, donde masajea fuertemente y me hace estar más aliviado.

Durante una media hora más, sigue así, con su cuerpo inclinado hacia mí y su tacto en mi piel. Cuando para, me incorporo ya mucho más relajado y sonriente.

—Gracias, ha sido muy bueno.

—De nada —dice sonriente mientras se pone en pie y limpia sus manos con un papel.

—Eres buena en esto.

—También en las tartas.

—No te lo negaré —me río y me pongo la camiseta. Mi cuerpo ya absorbió la crema por completo.

Ella se va al baño y me quedo sentado, esperando a que salga para entrar yo. Cuando lo hace, me sonríe y agacha la mirada.

—¿Te ocurre algo?

—No, Gabriel. Nada. Voy a dormir... Hasta mañana.

—Adiós —le sonrío.

Cuando amanece, una tostada y un café me esperan en la mesa del salón.

—¿Y esto? —pregunto mientras me coloco bien el cuello de la camisa.

—Para ti —dice Travis, que se come un cruasán justo enfrente.

—Pues gracias —le sonrío y me siento—. ¿Lo preparaste tú?

—No —niega con la cabeza repetidas veces—. Fue mi madre.

—¿Dónde está, por cierto? —pregunto dándole un bocado a la tostada.

—Salió.

Resoplo y cojo las llaves de casa sin terminar el desayuno. —Travis, no te muevas de aquí. Ya vengo.

El crío asiente y salgo rápido. He de encontrarla antes de que pueda verla cualquier otra persona. Estoy a punto de salir por la puerta del portal cuando ella entra. Y no sabría que es ella si no fuese porque llevo días conviviendo con su persona. Tiene una peluca negra, con flequillo recto y va muy seria.

—¿So...phie? —pregunto.

—Ssshhh —pone su dedo índice sobre sus labios—. Nadie se ha dado cuenta —susurra y sonríe.

Sube hacia arriba y la sigo, sin entender muy bien esto. ¿Es que no me escucha? ¿No me hace caso cuando le digo que la vida de todos nosotros está en juego? ¿Tiene que arriesgarse? Joder.

—Mira —se quita la peluca y su cabellera rojiza acaricia su rostro—. He comprado algunas cosas de ropa y demás.

—Te dije que no quería que salieras de aquí. ¿Qué es lo que no entiendes?

—Tú mismo me diste la idea de disfrazarme, así que a callar.

¿Me acaba de mandar a callar?

—No voy a callarme en mi propia casa. ¿Qué te piensas? —le espeto acercándome peligrosamente a ella, que se retira mirando al suelo.

—Ven —me arrastra hasta la que era mi habitación y cierra la puerta, no sin antes echar un vistazo a Travis, que está concentrado dibujando algo—. Lo siento, ¿vale? No quiero discutir delante de él.

—Yo no discuto.

—Vale, como sea. Comprende que tengo unas necesidades.

—No puedes hacer lo que te dé la gana, ¿lo pillas? Todos estamos condicionados aquí, porque os he traído a escondidas del mundo —la señalo con mi dedo índice, aunque sea de mala educación, según dicen—. Así que deja de tratarme como a tu marido, y empieza a asimilar que la situación en la que estamos es difícil.

Me espero a una respuesta, pero lo único que hace es encajar su mano en mi rostro con una bofetada seca. Rozo el lugar donde me ha dado y la miro a los ojos, que están a instantes de llorar, pero se contiene.

—No voy a permitir que me hablen así —se da la vuelta para irse, pero la detengo.

—Espera, Sophie.

—¡Y una mierda, hombre! ¿Pero tú qué te crees? Asimila ya que hay personas con sentimientos, que esto —se señala— es lo natural, y no lo vuestro. Queréis cambiar el mundo y lo estáis haciendo a peor. ¿Pero sabes una cosa? ¡Que me da igual, Gabriel! Que si te trato como a mi marido es porque eres igual de gilipollas que él, cruel y descorazonado. ¡Un imbécil! Y si tengo que morir por Travis, lo haré. Y si tengo que esconderme toda mi vida con tal de tenerle conmigo, ¡lo haré! Así que deja de pensar sólo en ti y en tu maravilloso y frío mundo, porque existen más cosas. Es hora de que te des cuenta.

Dicho eso, se marcha pegando un portazo y se encierra en el baño. No me importa nada de lo que me ha dicho, claro, pero no quiero que esté enfadada. Lo hará todo más difícil.

Insisto en que me abra pero en vez de eso, me ignora. Bufo y me voy al sofá.

—Oye, ¿qué le pasa a mi madre? —me pregunta Travis.

—Eh... que está... —¿cómo se decía eso?—. Eh...

—¿Triste? —me pregunta él.

—Eso. Está triste —me encojo de hombros.

—¿Y por qué?

—Porque soy idiota —le digo al niño y me recuesto en el sofá. Él me mira y suelta una carcajada.

¿Qué es gracioso?

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora