32. Catorce días.

176 12 8
                                    

Han pasado tres días desde que me encerraron aquí y no sé cómo aguantaré cinco años, pues ya estoy agotado. La cama es incómoda, el baño no tiene intimidad ninguna y las duchas aún menos. La comida está sosa y fría, todo el mundo es rudo y la luz solar no nos da en ningún momento, excepto cuando salimos al patio. Y no suelo hacerlo, no quiero relacionarme con el resto de presos.

Mi abogado no ha venido a verme en estas setenta y dos horas. Ya se me pasa por la cabeza hasta la posibilidad de que él también esté metido en todo, que trabaje para la ACS y que esto sea un complot contra mi persona.

Tanta gente me ha fallado: Sasha, Leslie, Abigail... Se fue cuando me vio retorcido de dolor en el suelo, aquel día en que me encontraron. Y como aquí tengo mucho tiempo para pensar, he ido atando cabos: Sasha es el centro de todo, ella informó por alguna razón a Leslie de lo que pasaba y ésta se ofreció a ayudarme. Acepté porque demostró que era buena, transparente... o eso creía yo. Una de las peores cosas de no tener sentimientos es que nos regimos por los hechos, como aquello de: si no lo veo, no lo creo. Pues eso es. Caí como un gilipollas, ella debe estar en contacto con los de la ACS y yo le entregué a Sophie y a Travis. La llevé a mi casa.

Claro, que esto son suposiciones mías. Quizás las cosas son diferentes en algún aspecto. Tapo mi cara con las manos y bufo. No hay nada que hacer aquí, ¿qué estará pasando ahí afuera? ¿Por qué nadie ha vuelto a visitarme? ¿Por qué no tengo noticias de Sophie? Ni de mi hermana. Ni de mi madre...

—Eh... —le digo a mi compañero. —¿Sabes cómo funciona eso de las llamadas?

—Tienes que solicitarla... te entregan una tarjeta y la insertas en la cabina, así ya puedes llamar. —responde con la cabeza gacha y la voz casi anulada.

—Ajá. —asiento mordiendo mi labio inferior. —Gracias. ¿A quién se la solicito?

—Primero al funcionario, él avisará a dirección... supongo.

—Supones... —repito en un murmuro. —Vale.

Me acerco a los barrotes que me encierran y llamo al funcionario. Éste manda a otro mediante el walkie talkie y espero hasta que llega. Se posa frente a mí y me mira con los ojos entrecerrados.

—¿Podría hacer una llamada?

—No. —dice.

—¿Qué no? Disculpe, pero tengo entendido que estoy en mi derecho de hacer una llamada. —me cruzo de brazos.

—Pues va a ser que no. —se ríe. —Porque a mí no me da la gana de transmitir el mensaje.

Vaya, con que me ha tocado un funcionario cabrón. Ruedo los ojos y agarro más fuerte las rejas. Le miro retándolo, pero se mantiene firme.

—Comunique que quiero una jodida llamada. —digo.

—¿Y si no?

—Te abro en dos y arranco tu corazón. —le sonrío.

Él frunce el ceño y mira a su compañero, que está de espaldas. Vuelve a posar su vista en mí y sonríe mientras tensa su mandíbula. Se marcha sin más. ¿Tan fácil ha sido? Vuelvo a mi cama y me tumbo con las manos tras la cabeza.

Mi compañero, del cual desconozco el nombre, vuelve a estar atento a mi persona. Le miro y me desvía la mirada. Creo que quiere preguntarme algo.

—¿Cuál es tu pregunta? —le digo.

—Ninguna. —responde y se tumba.

Lleva el pelo moreno, largo, lacio y grasiento. No tiene barba y sus ojos demuestran un tremendo cansancio.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora