22. Heridas físicas, no emocionales.

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—Abre los ojos. —me dice una voz conocida. —Vamos, Gabriel, sé que estás mejor. Échame una mano y abre los ojos.

Damien. Es él, estoy seguro.

Pero por más que lo intento, me cuesta. Mi cuerpo me domina a mí, no yo a él. Finalmente, con mucho esfuerzo, los abro y visualizo a mi compañero cirujano echándome un vistazo.

—Muy bien. —dice. —Tienes la zona algo irritada por una quemadura que no llega a ser ni de primer grado, pero tendrás que usar una pomada. Y en cuanto a eso de tu brazo... ve con la enfermera de guardia, te lo curará sin esperar.

Miro mi brazo y veo una herida. Lo que me extraña es no estar peor. ¿Qué pasó después? ¿Y mi coche? ¿Y el marido de Sophie? ¿¡Y Sophie y Travis!?

Me levanto y salgo del lugar donde Damien me estaba observando. La herida sangra y escuece, pero necesito saber algo. Llego a una cabina y marco el número de mi casa. Cuando Sophie responde, mi pecho se desinfla en un suspiro. Al menos no les ha encontrado.

—¿¡Dónde estas!? —pregunta y puedo notar su voz temblar.

—En el hospital.

—¿Has pasado la noche en el hospital?

—Es un poco largo, pero te lo contaré en cuanto esté contigo.

—Bueno. ¿Estás bien?

—Claro. —miento.

—Claro. Como si fuera evidente.

Miro a mi alrededor y cuando compruebo que estoy solo, tapo el auricular y mi boca con la mano y susurro:

—Sophie, deja que haga una llamada y estate atenta, te volveré a llamar.

—Vale.

Es lo último que dice antes de que yo cuelgue. Primero, necesito curar la herida. Segundo, tengo que pedir ayuda a Abigail o Noah. Prefiero este último, pero es difícil pillarle con todos los compromisos que tiene y además, el trabajo. Sólo está por las tardes-noches y en muchas ocasiones, ni eso.

Acudo a la enfermería, donde me desinfectan, curan y cosen la herida. Yo dejo la mirada perdida en algún lugar. Siento dolor físico, eso es verdad, pero mis quebraderos de cabeza me tienen demasiado ocupado como para centrarme en que una aguja está atravesando mi piel.

Cuando salgo, me siento aturdido. La cabina que uso es la del hospital, y como soy empleado, tengo el código gratuito. Porque ni falta hace decir que no llevo encima móvil, ni cartera, ni llaves. Nada.

Mierda, llaves.

Corro hasta encontrar a Damien, a punto de entrar a quirófano. Me mira con el ceño fruncido.

—¿Has hablado con un médico? —pregunta.

—No. Verás... necesito un favor.

—Gabriel, necesitas una baja mínima. Cinco días por lo menos. De hecho, ya hemos avisado a un cirujano de guardia.

—¡No! Puedo trabajar. —le digo.

—No así.

—Sólo fue un rasguño, Damien.

—No puedes entrar a un quirófano herido. Es simple.

Bufo y ruedo los ojos. Es lo que menos me interesa ahora.

—Como sea, necesito ese favor.

—Dime.

—Coche.

—¿Coche?

—Que necesito tu coche.

—¿Para qué? Si el tuyo está aparcado fuera.

Parpadeo un par de veces. No entiendo nada. ¿El marido de Sophie me ha hecho el favor de traerme al hospital después de darme una puta descarga eléctrica y herirme el brazo? Que por cierto, esa herida no sé cómo me la hizo, no me acuerdo de nada.

—¿Y las llaves? —le pregunto. Me interesaría por saber cómo llegué aquí, pero lo único que tengo en mente es que ese gilpollas puede tener mis llaves, de mi casa, puede encontrar a Sophie. Y lo raro es que no lo ha hecho ya.

—Pues no sé... estarán entre tus cosas. —señala la sala de reuniones. —Las dejaron allí. Y ahora, tengo cerebros y corazones que operar. —dice mientras se retira. —¡Pasa por el médico! —grita antes.

Corriendo llego a la sala. Varios compañeros me saludan y yo hago lo propio. Enseguida busco mis cosas y las encuentro sobre una mesa. Mi cartera está, mi dinero está. Gafas de sol, llaves del coche y de la casa.

Suspiro, creo que está todo.

No, mierda. No está todo.

Las llaves del apartamento para Sophie.

Corro hacia las afueras y camino un poco hasta ver mi coche, mal aparcado y con una multa. Perfecto, lo que me faltaba. Guardo el papel de multa y arranco en dirección a mi casa.

Cuando llego, abro la puerta y no veo a nadie. Continúo hasta haber entrado a todas las habitaciones y sólo quedan las pertenencias de Sophie, Travis y las mías.

No están.

Le prometí que la llamaría. Estaba aquí hace apenas una hora. Maldigo por todo lo alto y vuelvo al coche mientras llamo a su teléfono, que aunque suena, no responde.

En ese instante, a punto de bajar el último escalón, el marido de Sophie aparece frente a mí con esa sonrisa de imbécil y detrás de él, otros dos hombres que ya sí son de mi altura y aunque estoy en forma, sus espaldas son dos veces la mía. Me pongo en posición defensiva y subo los escalones de espaldas poco a poco. Ellos avanzan al mismo paso hasta que me rodean y comienzan a golpear fuertemente mi cara. Mi rostro hierve, duele. Noto la sangre correr, brotar de mis labios, de mi ceja, cae por el cuello.

Me van a matar.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora