5. Tercera oportunidad.

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Son las cuatro de la mañana cuando suena mi despertador. Debo hacerlo ahora, o no podré hacerlo después. Apresurado, aviso a Sophie y su hijo para que se despierten. Quince minutos después, están listos. Esta vez, ella va muy callada todo el trayecto hasta el hospital. Desde el garaje accedemos saltándonos la seguridad y la llevo directamente hasta quirófano.

—Ponte esto—le doy el uniforme para que entre.

Hay que seguir un protocolo. Ella hace caso y se lava bien las manos antes de pasar. Me pongo el gorro y le doy uno. No soy anestesista, pero tengo suficiente carrera como para saber lo básico. Duermo profundamente a Travis y lo tumbo en la camilla. Su madre está nerviosa, lo puedo notar. ¿Cómo debe ser eso de estar nervioso? ¿Cómo serán los nervios? Ni siquiera recuerdo haberlo sentido alguna vez.

—Bien, voy a ello.

Asiente sin decir nada, y eso me extraña. Hasta ahora estaba muy habladora, no sé qué le pasa. Se acerca mucho a su hijo y deposita un beso en su frente y una suave caricia en su mejilla.

Besos. La última vez que besé a una chica fue porque me parecía extremadamente guapa y me dio la gana, al igual que a ella le pasó conmigo. Pero no la he vuelto a ver y tampoco me importa, claro. Ni siquiera puedo sentir atracción por alguien.

—Haz lo que esté en tu mano, te lo pido por favor. Sólo quiero que mi hijo viva, si no puede ser con sentimientos, pues que no sea. Pero que viva.

—Apártate —le pido y hace lo propio. Supongo que no debe ser agradable para ella ver la operación de su hijo. No lo sé.

Tras una hora y media, casi acabo. Pero un derrame de última hora me complica todo y necesito otra mano más. No puedo solo. —Ven —le digo, pero no lo hace. Sólo me mira de reojo—. ¡Ven, Sophie! —alzo un poco la voz, entre dientes.

Lo que estoy haciendo no está permitido.

—Presiona aquí —señalo una parte del pecho del chico.

—Dios Santo... —dice al ver la imagen y pienso que se va a desmayar, pero saca fuerzas y presiona cerrando los ojos.

—No pares hasta que te diga. Vamos a salvar la vida de Travis.

Asiente y aguanta hasta que la aviso. Se aparta temblorosa y coso su pecho, otra vez. Me lavo las manos y me seco el sudor de la frente. El reloj marca las seis y veinte de la mañana. Si no me voy ya, tendré problemas.

—Sal de aquí, pero lávate las manos antes —le pido y hace caso.

Agarro a Travis con sumo cuidado y bajamos al coche. Ahora debe descansar, es muy arriesgado sacarlo del hospital, pero deben creer que ya se lo ha llevado Ejecutoria. Me siento al volante y suspiro. Estoy cansado, tengo hambre y... ¿Otra vez Sophie llorando?

—¿No te cansas de llorar? —le pregunto.

—Déjame en paz —responde mirando por la ventana.

—No recuerdo qué se siente al llorar, pero sí sé una cosa.

—El qué.

—Estás fea cuando lo haces.

Ella suelta una breve risa. ¿Le parece gracioso? Lo he dicho para hacerla sentir algo mejor y que termine con ese llanto de una vez. Pero en vez de eso, ríe y sigue.

—Gracias, me gustaría verte feo alguna vez.

¿Eso es un cumplido? ¿Qué se supone que debo contestar? ¿Gracias? No, eso sería absurdo. Dios Santo, no estoy acostumbrado a las mujeres. Y si tienen sentimientos, menos.

—Eh... queda poco para llegar —le digo en vez de eso.

—¿Habrá salido bien?

—Bueno, yo he hecho bien mi trabajo. No puedo decirte nada más.

—Tengo una pregunta que hacerte.

—Vale.

—¿Qué pasa con tus padres?

—¿Mis padres?

—Sí. ¿No les quieres?

—¿Quererles? —me río—. Ni siquiera puedo sentir amor propio. No sé lo que es querer a alguien o querer pasar tiempo con alguien.

—No sabes lo que te pierdes.

—Ni quiero saberlo. Me da igual. Entiéndeme tú a mí... —respiro hondo—. Sé que anoche te enfadaste, soy consciente, pero no veo el por qué.

—¡Me dijiste que debería estar velando la muerte de mi hijo! O estar muerta yo.

—¿Y?

—Pues que eso duele.

—¿En serio?

—Por Dios, ¿no sabes lo que es el dolor?

—Conozco el dolor físico, pero nada más. No puedo sentir dolor emocional.

—Por eso eres cruel.

—¿Crees que soy cruel?

—Sí, lo eres. No mides tus palabras.

—Pues no puedo hacer otra cosa. Eres tú la extraña, soy igual con todo el mundo y nunca ocurre nada, está bien así.

—Porque todo el mundo es tan descorazonado como tú.

—Exacto.

—Nunca nos entenderemos.

—No lo creo, pero da igual.

—¿Te da todo igual?

—Básicamente sí —digo aparcando.

—No puedo comprender este mundo. Es como si yo no debiera pertenecer a él —suspira.

—Oye... ¿tu marido no te espera en casa? —le pregunto de repente.

—Mi marido es aún más descorazonado que tú. Si descubre que nuestro hijo ha sido operado una tercera vez, lo podría matar con sus propias manos.

—Haber buscado otro marido —digo sin más.

—Claro, como si fuera tan fácil. Todos sois iguales. No conozco a ningún hombre que tenga sentimientos, no ha quedado ninguno. Nadie como yo.

—Mi padre... Él era como tú.

Abre mucho los ojos y me observa. Agarra mi brazo para que me gire a mirarla, pero no quiero hablar del tema, porque es algo que enterré para siempre y que además, me da igual. Yo era pequeño. Demasiado.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora