44. Preguntas, respuestas.

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Dejo a Sophie en la puerta de la casita donde vive, en Croveville. La veo bajarse del coche y dirigirse a la puerta, cuando abre, Travis aparece.

Dios, ha crecido bastante. O quizás le recuerdo muy pequeño... no lo sé. Estoy a punto de arrancar e irme de nuevo, cuando alza la mano y me saluda. Sonrío y bajo del coche entonces. Camino hasta él, que se mantiene muy serio.

—Eh, chaval, ¿cómo estás? —le digo revolviendo su pelo rubio, pero se aparta, rehuyendo de mí.

—Te he saludado por educación. —es lo único que dice antes de entrarse por el pasillo.

Tomo aire, no sé cómo interpretar eso. ¿Le he hecho algo?

—Él está... resentido. —dice su madre entrelazándose las manos. —No te perdona que me juzgaras de esa manera.

—¿Pero él lo sabe?

—Por supuesto, Gabriel. Mi hijo es lo único que tengo, él es también mi confidente a pesar de tener diez años solamente.

—Sigue siendo un niño.

—¿Y qué? ¿Acaso piensas que los niños no ven la realidad? —niega mordiendo su labio inferior y mirando al techo. —Estás equivocado, una vez más. —entra a la casa. —Ah, y gracias por traerme... no cuentes nada, si no es mucho pedir. —cierra la puerta en mis narices.

Pero no puede dejarme así, yo necesitaba respuestas. Toco con los nudillos otra vez y tarda unos segundos en abrir. Me mira con rara expresión y me encojo de hombros. Finalmente me invita a pasar. Travis corre del salón a su cuarto; hay muy poca distancia debido a los escasos metros cuadrados de la casa, pero es completa.

—Tengo preguntas que hacerte, Sophie.

—Dime.

—¿Cómo? ¿Cómo escapaste?

Ella mira a otro lado y se pone una mano en el cuello, traga saliva y alza la vista hacia mí. Puedo apreciar las lágrimas pinchando para salir de esos bonitos ojos.

—El día de la ejecución, me concedieron una última petición. Como no quería meter a mi niño en todo esto, hice que Michael fuera a verme. Él lo tenía todo planeado; íbamos a salir de allí los dos tras hacer explotar un dispositivo en la garita de seguridad, que quedaba libre en ciertos minutos de la mañana y... más o menos marchaba bien. Salimos juntos de allí cuando explotó, el revuelo fue inmenso, los de seguridad no daban abasto para retener a todo el mundo. Los médicos corrían de un sitio a otro... —mueve las manos haciendo ademán de caos. —Todo era un lío. Michael lo había provocado.

—¿Y ya está? ¿Salisteis sin más?

—Él tenía un coche eléctrico en la puerta del cobertizo, camuflado entre los trigales de la zona. Correríamos hasta allí sin ser vistos... todo estaba calculado. —niega con la cabeza. —Pero alguien nos vio, los tiempos fallaron y ¿sabes lo que hizo? Me puso su chaqueta y me ordenó recogerme el pelo en el gorro que él había llevado. Lo hice todo en segundos, no sé muy bien cómo ocurrió pero tropecé y caí a una especie de pozo, estaba asquerosamente sucio. Tuve que permanecer ahí horas, mojada y sola, con una peste a putrefacto que me daban ganas de vomitar y sin poder gritar.

—¿Cuándo saliste?

—Horas más tarde. Me destrocé una rodilla en el intento. —levanta su falda y me muestra la cicatriz. —Pero al menos lo logré. Estaba llena de estiércol, barro y agua contaminada. Mi pelo era un matojo asqueroso, hice un esfuerzo tremendo para salir de allí... y lloré de felicidad al conseguirlo. Me arrastré entre los matorrales; no habían encontrado el pequeño utilitario eléctrico así que conduje hasta la ciudad.

—¿Y Michael?

—No supe hasta días después que había fallecido. Ellos le cogieron, pensaron que era un preso como yo y les mataron a todos de una sentada. El caos afectó como nunca antes... todo fue rápido y apoteósico, no sé decirte.

—Salió mal.

—¡Murió, joder! —llora. —Y vuelvo a verme sola, en este mundo de mierda donde vivo sólo y exclusivamente por Travis. ¡Ya está! Por y para él.

Froto mi barbilla pensando en la historia. Eso debió ser demasiado arriesgado, nadie hace tal cosa. Aunque la gente con sentimientos... quien sabe. Le agarro las manos con firmeza.

—Me tienes a mí.

—¡Já! Y una mierda. —se suelta. —No quiero nada tuyo. No eres bueno para mí. —se pone en pie y señala la puerta. —Vete, ahora que tienes respuestas.

—Pero...

—Vete. —sentencia dura.

Y salgo de allí, queriendo ponerme en su piel, entenderla. Ayudarla. ¡Pero no puedo, una vez más! Vuelvo en coche a casa de Noah. No sé cuántos kilómetros llevo recorridos en este fin de semana, pero estoy muerto. Casi literalmente.

Cuando llego, no me abren la puerta y comienzo a pensar más allá de todo. ¿Y si han ido al hospital? Conduzco a toda prisa mientras con el manos libres llamo a Caroline. Responde al segundo pitido:

—Estamos en el hospital.

—Lo sabía. —digo mordiéndome el labio. —Voy de camino. ¿Y Noah?

—En quirófano.

—¿¡Qué!? ¿Por qué?

—Dímelo tú, al parecer soy la única que no sabía que mi marido tiene cáncer. —cuelga.

Joder, mierda. Mi vida no puede ir más abajo, no puede porque no es posible. Menudo fin de semana ajetreado. Y encima domingo, con Urgencias hasta arriba. Aparco de mala manera y corro a la sala de espera correspondiente a los quirófanos. Localizo a Carol meciendo a la niña y me hace un gesto con la mano para que me acerque.

—No va a pasar de esta semana. —dice mirándome fijamente. —O eso me han dicho los doctores.

—Tiene que haber alguna forma.

—No la hay.

—Iré a hablar con los médicos, tiene que...

—No la hay. —me repite agarrando mi brazo. —Él ha decidido su muerte, Gabriel. Me han contado que no hay apenas restos de medicamento en su sistema, ¿qué dices a eso?

—Jodido cabezota. —musito. —Tengo que verle.

—No puedes entrar.

—Haré por donde. —digo y me escabullo entre el personal. A ver si me sirve por una vez para algo bueno esto de ser cirujano.

Espero que sí.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora