17. Herida.

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Sus ojos clavados en los míos. Sasha me fulmina con la mirada.

—Está bien. —digo, pensando en un argumento convincente que no me delate. —La madre se llevó al niño.

—¿Qué? —pregunta ella con una ceja levantada. —¿Cómo se lo llevó? Hay que revisar las cámaras. Tenemos que contárselo a...—

—No. —la interrumpo. —No podemos contarlo.

—¿Se te ha ido la cordura? ¡Mejor cállate! ¡Has falsificado un documento oficial, adiós a tu carrera!

—De eso nada. —me giro a verla, manteniendo mis manos en el volante. —Porque nadie va a contárselo.

—Que te lo has creído, Gabriel. Conmigo, juegos ningunos.

—Entonces, déjame decirte que no voy a rendirme tan fácil. Soy un buen cirujano, lo que haga o deje de hacer es...—

—Es importante, porque la ACS establece que hay que perseguir y castigar a todo aquel que incumpla una de sus tantas reglas. Y tú, lo has hecho. Haber denunciado a tiempo.

—Sasha, no te atrevas a delatarme.

—No me amenaces, Gabriel. Y abre la puerta o te juro que la rompo.

Tomo aire y le hago caso. No quiero liar más las cosas, confiaré en la posibilidad de que no diga nada y haga la vista gorda, como quien dice. Me encantaría poder sacar sus trapos sucios, pero no tiene. Sasha está demasiado limpia.

Cuando llego a casa, Sophie está viendo la tele con una manta arropándola. Observo los platos con restos de la cena que aún no ha recogido y luego la miro a ella: concentrada en el diálogo de los actores.

—Ya he llegado. —digo, aunque es evidente.

Me mira y asiente, sin más. Me siento a su lado dispuesto a contarle qué ocurre con Sasha y tomar una decisión de la que, por supuesto, ella sea partícipe.

—Estamos peor que antes. —le digo. —Sasha lo ha averiguado casi todo y quiere delatarme. Sé que es muy capaz de hacerlo. Así que... ¿qué propones?

Niega con la cabeza y los ojos anegados en lágrimas.

—No lo sé. —musita. —Debíamos habernos ido desde un principio.

—No, escúchame. —le digo posando mi mano en su rodilla. —Ella no sabe que estáis conmigo. Sólo sabe que seguís vivos y que ha sido gracias a que os he dejado marchar. No tiene la menor idea de la tercera operación ni de que vivís aquí. Al menos por ahora.

—¿Qué ventaja nos da eso?

—Más de las que crees. Todo esto lleva un proceso de al menos un mes. Si lo denuncia en esta semana... quizás comiencen a investigarme en los próximos treinta días, a partir de los cuales lo averiguarían todo con mucha facilidad. Tenemos un mes para que esto se resuelva.

—¿Y mientras?

—Mientras, hay que irse de aquí.

—Es muy peligroso, Gabriel.

—Ya lo sé, pero son capaces de venir a registrar mi casa. Es lo primero que harán.

—También tenemos en contra a mi marido. —se tapa la cara con las manos y solloza. —¡Lo tenemos todo en contra! ¡Y para colmo, lo tomas con una tranquilidad extrema, cuando vas a ir a la cárcel y encima nos van a matar!

—Tranquila. —le digo.

—No puedo estar tranquila, Gabriel. Tú puedes, yo no.

Quito mi mano de su rodilla porque se pone de pie. Camina de arriba abajo por toda la sala y yo sólo la miro. En realidad, lo que menos me gusta de éste tema es perder mi trabajo y pasar el resto de la vida encarcelado. Sin dinero, sin propiedades, solo.

***

Al despertarme, todo está tal y como lo dejamos anoche. Sophie no se ha levantado aún y Travis parece que tampoco. Llego al trabajo a la hora de siempre, puntual y sin ganas. Busco a Sasha con la mirada pero no la encuentro por ningún lado, cosa que agradezco.

En la cafetería, desayuno con Damien, quien por lo que veo no sabe nada. Mejor. Nos disponemos a ir a quirófano cuando una enfermera nos pregunta por Sasha; por lo visto no ha aparecido aún y su turno empezaba hace una hora.

Quizás no ha venido porque ha tenido que ir a la central de la ACS a denunciar. Es muy posible.

Exceptuando la parada rápida para comer algo al mediodía, no he dejado el bisturí en ningún momento. Las cirugías me han llevado más tiempo del usual y en una ocasión he requerido la ayuda de Damien. No estoy concentrado; no puedo estarlo.

Abro la puerta de casa con cansancio y me encuentro a Travis jugando con el móvil de Sophie.

—¿Y tu madre? —le pregunto.

—Está en la habitación. —señala la puerta y asiento.

Abro despacio tras no haber dado resultado mis piques a la puerta y asomo la cabeza para encontrar a Sophie tumbada, con un brazo sobre sus ojos y las piernas entreabiertas.

—¿Sophie?

Me mira y se incorpora. Me siento a su lado y la observo: ojeras, palidez y labios agrietados. No ha descansado nada, estoy seguro.

—¿Qué te ocurre?

—La he herido, Gabriel. —dice con los ojos vidriosos, como siempre. Frunzo el ceño y alzo las cejas esperando a que me diga algo más, pero se limita a sacar algo del cajón. —No la he matado, pero la he herido. —las lágrimas caen por su rostro.

Observo sus finas manos sostener un pañuelo de papel con una navaja dentro. Hay restos de sangre. La miro a los ojos aunque ella parece estar perdida en alguna otra dimensión. No sé qué pensar. No está bien lo que ha hecho, pero no me causa ningún tipo de reacción. Al contrario que a ella, quien, como casi siempre, llora sin consuelo.

Es ahora cuando recuerdo las palabras que me dijo Sophie un día, no hace apenas tiempo: "yo sería incapaz de hacer daño a alguien".

Parece que estaba equivocada. 

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora