2. Segunda oportunidad.

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Salgo de la operación de Travis sudoroso y con varias contracturas. Ha sido mucha tensión; cuatro horas intensas. He intentado por todos los medios salvar la vida de ese chico, es mi deber. Espero que esta vez sí haya salido bien y pueda seguir adelante, crecer, encontrar un buen trabajo y ganar un sueldo que le permita vivir estable.

Su madre está aquí; es una mujer joven con las facciones delicadas. Tiene ojos azulados que vigilan de cerca a Travis de una manera que me hace dudar. No lo mira como si estuviera aquí porque debe, sino porque quiere. Su fina mano derecha agarra la del niño con dulzura, la acaricia.

Permanezco mirándola un momento desde fuera de la habitación del hospital, pero me quedo atónito al ver cómo una lágrima cae por su rostro hasta depositarse en sus labios rosados. ¿Está llorando? ¿¡Cómo puede estar llorando!? Abro la boca instintivamente y entro sin pedir permiso.

Vuelve la cara hacia mí, no sin antes secarse las lágrimas con disimulo. Frunce el ceño cuando ve mi rostro serio y frío. Mis ojos verdes la repasan de arriba abajo. Ha soltado la mano de su hijo. —Doctor... —dice.

—Soy Gabriel —me presento sin sonreír lo más mínimo—. ¿Se puede saber qué está pasando aquí?

—Yo... —echa su pelo hacia el hombro derecho y se pone en pie—. ¿Cómo fue la operación? —pregunta en un tono seco, de repente.

—Bien, creo. Esta vez no hay duda, su hijo saldrá adelante.

—Gracias —asiente seria.

—No es de mi incumbencia, pero... ¿Usted estaba llorando? —pregunto entornando los ojos.

—¡No por Dios! —sonríe forzada—. ¿¡Por quién me toma!?

—Ya... —contesto poco convencido. Quizás es que yo lo he visto mal—. Eso espero, porque de lo contrario, debería llamar a la ACS y no creo que le gustara.

Sin más, salgo de la habitación y me dirijo a la cafetería, donde Damien bebe un zumo de naranja. Me saluda con un gesto y se lo devuelvo. Le conozco desde hace seis años, cuando empecé como cirujano. Él ya trabajaba aquí; a sus treinta y ocho años ha operado más cerebros y corazones de los que os podáis imaginar.

—¿Cómo fue? —pregunta indiferente.

—Bien. No creo que ese niño... Travis, vuelva a echar de menos a su madre —sonrío triunfante.

—No pasa nada, esas cosas ocurren. Mira yo, en doce años que llevo aquí ya he mandado a más de quince niños al Ejecutorio. A veces las cosas no salen como deben, pero para eso hay medidas.

—Cierto —digo cruzándome de brazos.

—Tienes treinta y dos años, Gabriel... Y una carrera brillante. ¿Qué más quieres?

—Tengo lo que quiero —sonrío—. Aunque un piso en las Bahamas no estaría de más.

Suelta una carcajada y me palmea la espalda. —Vuelvo al trabajo, aún quedan dieciséis jovencitos a los que arreglar la existencia.

—Yo igual.


***

Cuando llego a casa, me tumbo en el sofá. Las dos últimas intervenciones han sido magníficas. Pongo la televisión un rato y observo en pantalla a Noah, un compañero de carrera al que hace tres años que no veo; desde aquel seminario para el perfeccionamiento de técnicas más efectivas en nuestro trabajo. Él vive a unos kilómetros de mí, en Croveville, otra ciudad. Parece ser que le han otorgado un enorme reconocimiento por haber erradicado los sentimientos de ciento siete niños y niñas en los últimos seis meses.

—¿Diga? —respondo al teléfono cuando vuelve a sonar.

—Tenemos un problema.

—Ojalá me preocupara —río ante las palabras de Sasha.

—No seas cretino, no conocemos la preocupación —se carcajea—. Travis ha despertado.

—¿Y?

—Sonríe, habla con tranquilidad y...—

—¿Cuál es el problema? —la corto.

—Que ha empezado a llorar.

Trago saliva fuertemente. No es posible. No ha superado la segunda operación... Tendrá que ser ejecutado.

—Gracias por informarme, Sasha —digo, sin sentirme realmente agradecido, porque no puedo.

—De nada, Gabriel.

—Eh... Sasha.

—¿Sí?

—¿Y su madre?

—¿La de Travis?

—Sí.

—¿Qué ocurre con ella?

—¿Está con él?

—Supongo.

—¿Puedes comprobarlo?

—Claro... Un momento.

Doy golpes al suelo con la pierna mientras espero a que Sasha vuelva. Quiero pillar a esa mujer de improviso y desenmascararla, así podrá descansar en paz junto con su pequeño.

—Sí, está junto a él.

—¿Y qué hace?

—Eh... lee.

—¿Sólo lee?

—¿Pasa algo, Gabriel?

—No, nada.

—Bien. Hasta mañana.

—Adiós.

Colgamos y me preparo para lo que viene mañana: firmarmi primer parte de ejecución para un niño. Nunca antes me ha pasado. En ningunaocasión —desde los veintiséis años que llevo como cirujano—, me había salidomal una operación. Resoplo y bostezo. Ni siquiera cenaré. 

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora