38. Libertad.

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Siete meses después.

La libertad sabe a gloria.

Me miro al espejo, compruebo que el nudo de mi corbata está perfectamente hecho y el traje me queda como un guante. Hoy es el día que llevo ansiando desde que salí de aquel infierno: mi reencuentro con Noah. Pude hablar una sola vez con él durante mi estancia en prisión y no le noté como siempre, de hecho, su voz sonaba lejana y débil.

Arreglo un poco más mi pelo y sonrío. Voy bien.

Hemos decidido encontrarnos en una gran fiesta para el equipo de cirujanos que celebran con el comienzo del verano en el estado donde él vive. Irá mucha gente, habrá alcohol, exquisita comida y buena música. Lo cierto es que de nunca me han atraído estos eventos, pero confieso que tuve tanto tiempo para pensar, que me replantee la vida de otro modo: vive y deja vivir. Disfruta trabajando para conseguir tus metas.

Es mi nuevo eslogan. Salgo de casa con él muy presente.

Los seis meses que pasé en la cárcel fueron penosos. Vi de todo: rebeldías, gritos, faltas de respeto, palizas y hasta la muerte. De mi compañero de celda, en concreto, que decidió ahorcarse utilizando como soga la sábana de mi cama. Genial.

En fin, los pasé como pude. Aguantando a los ineptos de los funcionarios, las comidas malolientes y con sólo una visita al mes, que siempre cubría mi madre. Ella, por su parte, sigue bien. Todo le va como de costumbre, aunque cabe añadir que se ha aficionado al Póker. Abigail ha encontrado una pareja y se ha casado... ni siquiera pude asistir a su boda.

Por lo demás, no lo sé. En este mes fuera no me ha dado tiempo a mucho. Cierto es que he aprovechado para poner mi casa en orden de nuevo, reincorporarme al trabajo y callar las bocas de los malhablados.

Aparco el coche donde puedo, estas tres horas de camino se me han hecho incluso cortas. Encuentro a Noah de pie, vestido de un modo elegante y parecido al mío. Mi reacción es sonreír, caminamos hacia el otro y nos abrazamos con una palmada en el hombro.

—Me alegro de tenerte de vuelta. —dice.

—Y yo, Noah. No sabes cuánto. Han sido meses... escabrosos.

—Imagino. No pude ir a visitarte, yo... —hace una pausa y toma aire. —He estado ocupado con la niña y Caroline, ya sabes...

—¡Cierto, tu hija! —digo. —Vaya, ya con familia y todo. Soy el único que se va a quedar atrás en esto de la supervivencia de la especie. —río.

—Bueno... en esta fiesta habrá más mujeres que vino. Aprovecha. —me guiña un ojo y entramos dentro.

Las luces mecidas en esos enormes candelabros de cristal dan de lleno en mi rostro. Música clásica de fondo, camareros con pajarita, mujeres espectaculares y champan para regalar. Celebraré aquí mismo mi vuelta a la normalidad. A mi vida estándar: sin mentiras, sin ocultaciones, sin rodeos. Transparente como siempre lo fue.

Durante horas charlo con otros cirujanos, algunos curiosos me preguntan por mi aventura en la cárcel pero es un tema que prefiero olvidar. Noah me acompaña todo el rato, como cuando estábamos en la universidad... siempre juntos.

—Mira a esa. —me da un codazo señalando con la cabeza a una esquina. —Es Mildret Cooter, cirujana.

La observo de arriba abajo. Lleva su pelo suelto, con una tiara brillante y un espectacular vestido añil que no puedo negar resalte sus atributos... pero estoy tan apático, que no tengo ni un ápice de ganas de acercarme a ella. Qué le vamos a hacer.

—No me interesa. —le digo.

—Ya bueno, pero es de las pocas solteras aquí.

—Creo que... iré a dar una vuelta. —musito, en realidad lo que quiero es salir a tomar el aire. Él asiente y salgo dirección al balcón.

Esos seis meses fueron claustrofóbicos para mí. Ahora no soporto estar más de una hora en un lugar cerrado, sin ventanas o ventilación. Apoyo mis manos en la barandilla del enorme balcón que hay en el salón de la primera planta. Estamos en una casa del siglo XV, creo, herencia de un duque de no-sé-qué, cirujano y que dejó todo su legado a sus hijos y nietos, los cuales continuaron con el oficio y aquí estamos hoy acompañándoles.

Inspiro, expiro y miro la noche. No hay apenas estrellas, pero la luna está creciente y resulta una estampa bonita. Cuando creo que estoy mejor y he podido llenar mis pulmones de aire puro, vuelvo hacia dentro.

Pero eh, espera. ¿¡Acabo de ver lo que creo que acabo de ver!? Cambio el rumbo y voy tras una mujer que se ha escabullido entre los invitados. Llevaba un vestido dorado, el pelo anaranjado se recogía en un semimoño y me ha parecido apreciar una sonrisa en su rostro de perfil. ¿Sophie? Me muevo ágil entre la gente, necesito encontrarla. Hay tantas cosas que debería haberle dicho, ¡no está muerta! Acelero el paso, la veo bajar unas escaleras y entrar por una puerta enorme. No pierdo el tiempo, tengo que llegar a ella, necesito encontrarla.

Paso el arco que ella ha atravesado también unos minutos atrás y observo la escena ante mis ojos. La mujer está de espaldas a mí, fumando. Trago saliva y me acerco hasta tomarla del brazo con delicadeza, ella se vuelve y...

Oh, joder.

—Disculpa. —digo al ver que sus ojos son negros, sus labios gruesos, nariz algo ancha y ni una peca. No es ella, claro que no es. La hubiera reconocido en cualquier sitio, de cualquier manera.

—¿Pasa algo? —pregunta.

Y tampoco es su voz.

—No, esto... buenas noches. —digo y vuelvo sobre mis pasos.

En la escalera me topo de frente con Noah, que agarra mis hombros y me pregunta dónde estaba metido; se dio cuenta que me había ido del balcón ya que vio como entraba. Niego con la cabeza y sigo avanzando, pero él me detiene otra vez.

—¿Vas a decirme qué ha ocurrido?

—Yo solo... esa mujer —señalo con la cabeza— era idéntica a Sophie por detrás. Nada más.

—¿Sophie? —rueda los ojos. —Gabriel, Sophie está muerta. Joder, ¿en serio todo esto?

—Muerta. —musito.

—¡Sí, muerta! La condenaron, la devolvieron al Centro de Ejecución y una semana después, se le inyectó el suero letal. Era lo que tenía que pasar, ella podía sentir.

Me doy la vuelta y bajo los escalones de nuevo, observo el jardín, la chica de antes ya no está y exhalo. Crujo mis cuello, cierro los ojos. Noah pone una mano en mi nuca y da un corto masaje ahí.

—Sé que tenías una extraña relación con esa mujer... pero no era como tú, ahora quedan otras cosas por hacer, tienes tiempo, debes casarte y... no sé, procrear supongo. —se encoge de hombros. —Vamos, el concierto de violín empieza enseguida.

Asiento y le sigo de vuelta al salón principal. Y no es, porque no se puede, que me afecte la muerte de Sophie, ni que la eche de menos, ni que fuera un puerto seguro en mi vida. Es que no logro asumirlo. Metido en las rejas siempre pensé que igual Michael había logrado salvarla, que mi madre habría hecho algo.

Pero nadie hizo nada.

Y lo único que hice yo, fue mandarla directamente a su ejecución.

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora