21. Amenazas.

162 17 4
                                    


Al tercer pitido, descuelgan y la voz de Sophie se reproduce por el auricular en un hilo finísimo que apenas escucho. Susurra.

—¿Sophie? ¿Dónde estás?

—Estoy en tu casa.

—¿¡Qué!? ¡Yo estoy en la puerta! ¿¡Qué está pasando!?

—Voy a abrir. —cuelga.

Paso una mano por mi pelo y mi cara y bufo. Necesito una explicación inmediatamente. Unos ruidos tras la puerta dan paso a que ésta se abra y Sophie se asome. Está pálida y sé que ha llorado.

Cuando paso, sin decirle nada, compruebo que tras la puerta estaba la mesa que normalmente se sitúa frente al sofá, varias sillas y banquetas.

—¿Qué carajo es esto? —pregunto.

—Han intentado abrir la casa, Gabriel. —se abraza a sí misma. —Y ha sido mi marido.

—¿Os ha visto?

—No, sólo nos quedamos en silencio y escondidos en el cuarto. Pero cuando los golpes se hicieron más intensos, bloqueamos la puerta con lo que pudimos... daba la sensación de que la echaría abajo en cualquier momento.

Miro instintivamente a todo mi alrededor y luego a sus cargados ojos claros.

—Hoy íbamos a ver el apartamento. —le recuerdo. —Pero será mejor no salir. Me encargaré de todo y en cuanto podamos, os trasladaréis.

Travis sale del cuarto también con ojos encharcados y su madre le abraza. Parece que la cosa se está poniendo cada vez más y más fea. No estamos a salvo.

—¿Te quedarás aquí? —me pregunta.

—Es lo único que puedo hacer para protegeros. A donde yo me vaya, me seguirán hasta encontrarme.

—Dios mío, ¿qué voy a hacer?

—Tú sabrás cuidaros.

—Sí, eso está claro. —dice. —Pero sabes cómo me siento. Y el simple hecho de imaginarte lejos de mí me da escalofríos, Gabriel. No por el tema que hemos hablado, ya es más... protección. No soy consciente de todo lo que se me viene encima.

—No puedes depender de mí. —le digo.

—Lo sé. —suspira. —Me voy a la ducha.

Travis se queda mirándome y le sonrío.

—¿Te dejo mi ordenador?

—¡Sí! —responde y me dispongo a dárselo.

***

Consigo adelantar una operación aunque sacrifique la hora del almuerzo y así salgo antes de tiempo para ir a ver el piso. Bajo en el ascensor hasta el garaje y ahí encuentro una nota en el parabrisas de mi coche. La arranco y leo:

«Has jugado conmigo. Ahora voy a jugar contigo yo.»

Frunzo el ceño y la arrugo hasta que queda hecha una pequeña bola. Entro al coche y arranco. Quien sea que ha escrito eso, parece que desconoce varias cosas: primero, no puedo tener miedo, y segundo: no pienso dejar que jueguen conmigo.

El piso es bonito, se corresponde a la perfección con las fotos y es luminoso. Estoy seguro de que a Sophie le encantará. Firmo la entrada con el propietario y le hago la transferencia de la primera cantidad de dinero.

Ahora es cuando me alegro de haber ahorrado durante tanto tiempo y de no haber sido un derrochador.

En el camino de vuelta a casa, me percato de que un coche me sigue. Lleva detrás de mí desde hace varios kilómetros y, aunque pudiera ser casualidad, estoy en alerta así que le intento despistar. Pero es inútil.

Definitivamente va a por mí.

Meto la sexta marcha pisando a fondo el acelerador y me pierdo entre otros tantos coches. En cuanto puedo, hago un cambio de sentido y le dejo atrás; puedo ver como continúa. Eso me da ventaja, ahora tendría que llegar a la última rotonda para seguirme la pista. Pero un accidente en la salida que debo tomar me retiene al menos diez minutos y vuelve a alcanzarme, sé que no es Sasha porque conozco a la perfección su vehículo, así como el de su marido.

¿Quién más viene a por mí?

No quiero distraerme y tener un accidente, prefiero mil veces plantarle cara a quien sea que me está siguiendo, así que tomo otro desvío y aparco en una calle cualquiera. Me espero dentro del coche, con las ventanas subidas y los pestillos cerrados.

Sé que no estoy a salvo, que vienen a por mí, que me tienen en el punto de mira.

El coche se para unos metros tras de mí. Rebusco en la guantera algo que me pueda servir para defenderme. Podría ser cualquiera.

O la ACS.

Se baja un hombre. Le veo acercarse por el retrovisor, pero la noche ya se nos ha echado encima y no diferencio bien su rostro. Cada vez, su figura es más grande, está más cerca, más nítida.

Se para en mi ventanilla. Sus dientes torcidos y un rastro de barba es lo primero que reconozco. Luego esos ojos oscuros, cansados e inmunes a cualquier cosa.

Es el marido de Sophie.

Tomo aire y bajo sólo un poco la ventanilla, para que no pueda hacerme nada, pero que al menos le escuche. Sonríe malicioso y posa sus regordetes dedos en el filo de la ventanilla. Juro que si intenta algo, se los corto.

—¿Vas a decirme dónde está o tendré que averiguarlo? —pregunta.

—No voy a decirte una mierda.

—Oh, Gabriel... —se ríe. —Si no los mato yo, lo hará la ACS.

—¡Es tu mujer! ¿¡Cómo puedes pensar si quiera en matar a tu mujer!?

—¿Recuerdas que no tengo sentimientos? Ah, quizás, es que tú también los tienes. Quizás es que eres un mentiroso más, como esa zorra de Sophie y su estúpido hijo. ¡Basura! ¡Sois basura! —grita.

—No los tengo, ni siquiera les puedo tener cariño.

—¿Cariño? ¿Y eso qué es?

—Quita tus dedos de mi ventanilla o te los corto.

—Lo que te voy a cortar yo son las mentiras. —dice mirándome a los ojos. —Eres un hijo de puta, un gilipollas embustero. ¡Dijiste que estaban muertos!

—Diría cualquier cosa para protegerlos.

—¡Así que sí! ¡Otro al que matará la ACS! ¡Mentirosos aprovechados! ¡Podéis sentir!

—¡Basta ya! —grito y abro la puerta, provocándole un golpe no muy grande dado que no está delgado, que digamos. —No te atrevas si quiera a mencionar que puedo sentir, ¡porque no puedo hacerlo, joder! No puedo. Ni me das miedo, ni me importa una mierda lo que me digas. Tus amenazas y tus estupideces.

—Dime dónde los escondes.

—Nunca.

Le reto. Soy bastante más alto que él, incluso creo que Sophie es más alta que él. Pero sin venir a cuento, aunque era previsible, mi cuerpo comienza a convulsionar. Sólo me da tiempo a ver un aparato negro contra mis costillas.

Duele, me arde la piel. Duele mucho.

Y aunque por supuesto no derramo una lágrima, me desplomo.     

Heartless [COMPLETA - Corrigiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora