11. Mientras tanto

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Lejos de Fez, Marruecos, en un país y una cultura completamente distintos, una mujer decidida a cambiar al mundo despertaba con el sonido de una estruendosa alarma.

-¿Puedes apagar esa cosa?- preguntó Ray medio dormido, moviéndose un poco entre las sábanas.

Miranda se levantó y se fue directo al cuarto de baño.
-¡Miranda!- la llamó su esposo- ¡no me ignores y apaga esa cosa!

-Apágala tú.

Miranda se ató su cabello rubio en un chongo; se vistió con mallones transparentes, una falda negra, una blusa blanca de manga larga y su corbata roja. Se puso un abrigo negro encima, y unos tacones del mismo color.

Miró a su marido, y se frotó la cabeza. Aún se preguntaba cómo podía seguir viviendo una mentira hasta ese punto.

-Ya me voy a trabajar- dijo Miranda, sin esperar respuesta alguna de Ray.

Hacía tres semanas, ella lo había encontrado con otra mujer, y a la semana siguiente Ray le había pedido el divorcio, argumentando que Miranda lo había "descuidado" al trabajar la mayoría del tiempo, y que debía de haberle dado hijos hacía mucho tiempo.

Miranda desayunó yogurt de frutas, y se entristeció al notar las maletas de Ray en la sala, listas para alejarse para siempre de ella en uno o dos días más.

El departamento donde vivían le pertenecía a Miranda, ya que ella lo había comprado. Por lo tanto Ray era quien debía mudarse, de vuelta casa de sus padres.

"¿Cómo puedo ser tan exitosa en mi trabajo, y fracasar a la vez en mi matrimonio?" Se preguntaba ella cada día.

Trabajaba en la embajada marroquí, en Washington, atendiendo a todo tipo personas, en su mayoría árabes radicados en Estados Unidos.

La vida era buena, a excepción del imbécil de su marido, muy pronto su ex-marido.

Condujo desde temprano a la embajada, donde los servicios para el público se abrían a las ocho de la mañana.
Miranda sabía el árabe, así que se le facilitaba mucho comunicarse con las personas de esos países, quienes se sentían más cómodas hablando en su lengua madre.

El pequeño edificio blanco de dos pisos se encontraba justo en la esquina de una calle poco traficada de Washington, más que nada con varios restaurantes y cafeterías circundantes, así como departamentos y residencias.
No todos los días llegaba gente a la embajada, lo que le traía mucha tranquilidad a Miranda, con lo turbulenta que era su vida ahora.

Estacionó su auto fuera del edificio, y entró para encontrarse enseguida con un compañero suyo de trabajo.

-Miranda, ¿cómo estás?

-Muy bien, Tom.

-No te ves bien. ¿Ha pasado algo?

-Es el divorcio... creo que no me está sentando bien.

-Te comprendo.

Tom la abrazó. Trabajan juntos en ese lugar desde que habían egresado de la misma universidad. Eran amigos desde los dieciocho años, y aún después de diez años, su amistad permanecía.

-¿Escuchaste de la beca?- preguntó Tom, intentando cambiar de tema.

-¿Qué beca?, ¡ah!, la nueva beca que lanzamos este año, ¿no?

-Sí. Hay muchas inscripciones. Muchas jóvenes van a presentar este sábado el examen en Rabat. ¿Te imaginas la gran oportunidad que les estamos otorgando?

-Lo sé. Vamos a cambiar muchas vidas- dijo Miranda, orgullosa.

-Si el proyecto es un éxito, que es lo más seguro, el siguiente año también se nos permitirá sacar otra convocatoria. Es demasiado emocionante. Ayudaremos a muchas musulmanas.

Miranda asintió, solamente observando a Tom.

-¿Te ocurre algo, Mir?, realmente pienso que deberías haberte quedado en casa, ya sabes, para hablar con Ray. ¿Por qué no intentas resolver las cosas con él?

-Tom, créeme que mi matrimonio ha estado así de inestable los últimos dos años. Al principio hice lo posible por tratar de salvarlo, pero Ray nunca me perdonó, nunca perdonó el hecho de que yo no quiero hijos. Al menos no por ahora. Amo a Ray, tanto como antes... pero me traicionó, y me lastimó. No puedo seguir así. No puedo seguir mintiéndome a mí misma.

-Miranda, sin ofender, pienso que te has excedido demasiado en tu trabajo. Debiste haberle dado tiempo a tu esposo, a un hijo o hija. Es mi opinión.

-Me arrepiento de todo. Ahora tengo mucho dinero, un auto hermoso, un proyecto por delante y mucho éxito aquí... pero tienes razón Tom; ¿de qué sirve tener todo eso cuando estás sola?

Tom abrazó a su amiga, y ella lloró en su hombro. Ver a Miranda en ese estado era muy extraño, ya que desde que la conoció, ella le había parecido una chica muy fuerte, y lo era bastante.
Tenía puros recuerdos alegres de ella, el día que se graduó, el momento en que se enteraron que trabajarían juntos, al graduarse en el instituto de idioma árabe, durante su boda... pero a fin de cuentas, todo debe terminar.

Miranda volvió temprano a casa, y encontró a Ray haciendo sus maletas.

-¿Ya terminaste de empacar?- preguntó ella, con el corazón palpitando como loco, tratando de convencerse a sí misma de que odiaba a Ray, aunque fuera una mentira.

-Ya está todo listo- dijo él, con una profunda nostalgia en su voz.

Se giró y se puso frente a ella. La mujer con la que llevaba casado seis años, la mujer con la que había pasado tantas cosas increíbles.

Entonces Miranda comenzó a llorar. Se había prometido a sí misma que no lo haría frente a él, que demostraría fuerza contra Ray, pero no lo logró. Era demasiado para ella.

Ray la tomó por los hombros.

-Miranda, mírame.

Ella lo hizo.

Ray le dio un último beso, ligero y corto, pero tan significativo.
Era su último beso.

Ray tomó sus maletas y salió del departamento, hasta el elevador.
Miranda solamente se quedó inmóvil en el pasillo, observando como el amor de su vida se alejaba de ella.

"¿De qué me sirve el éxito si no lo tengo a él?" Pensaba, intentado que las lágrimas no corrieran de nuevo.

Esa noche no pudo dormir.
Todo se sentía tan irreal, casi como un mal sueño. Ahora estaba sola de verdad, sin nadie para amar.

Sin embargo, a la mañana siguiente, Miranda despertó con vómitos y dolores fuertes de cabeza.

Llantos De Arabia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora