41. Reloj

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Ni siquiera hubo tiempo para acomodarse en la habitación del hotel; apenas llegaron a Washington, la familia de Mohammed tomó un taxi al Hospital General.

La sala de espera estaba atestada de gente y enfermeras corriendo por todas partes. Cada minuto llegaban ambulancias con heridos, enfermos o cadáveres. Una ciudad tan grande como Washington requería demasiados servicios de salud para atender a toda la población.

Hada se acercó a una secretaria:

-Señorita, hemos venido a ver a nuestro marido.

-Ah, ustedes deben ser las esposas de ese musulmán, a juzgar por esos trapos que llevan en la cabeza.

-Son hiyabs...

-Como sea, síganme.

Las esposas, Salma y Nasir, siguieron a la mujer hasta el pasillo que rodeaba la sala de espera. Los hizo entrar en uno de los elevadores, y llegaron hasta el piso número cinco.

Otra mujer los interceptó en el pasillo de ese piso.
-Hola, fui notificada de que vendrían hoy. ¿Es por Mohammed Rajid?

Todos asintieron.
-¿Y mi padre?- preguntó Nasir.

-Antes, tengo que decirles lo más importante. ¿Con quién hablé al teléfono hace dos días?

-Conmigo- contestó Anthea.

La doctora miró de reojo a Salma y Nasir. Sus caras consternadas significaban que estaban preparándose para lo peor, lo cual la doctora pensó que era correcto, a juzgar por las noticias que estaba por darles.

-Su esposo llegó con mucha fiebre y dolores de cabeza, tras la decaída que tuvo. Se sentía muy débil, y me vi obligada a hacerle todos los análisis posibles. Creíamos que era alguna simple infección viral, pero su esposo dio positivo en...

-¿En?

-Mohammed tiene leucemia... Lo lamento.

Salma abrazó a su hermano.

-Pero puede salvarse, ¿no?- dijo Anthea, mientras su voz se iba quebrando poco a poco- pueden hacerle transplante de células madre, quimioterapia...

-Señorita Rajid, su marido tiene una leucemia avanzada. ¿Nunca se enfermó?

Fadila respondió:

-A veces tenía mareos, y fiebre. Pero creímos que era una simple bacteria atacándolo, y también por su edad.

-Pues lo siento, pero no se puede hacer mucho...- dijo la doctora con un pesar en su corazón, como siempre le sucedía cuando daba malas noticias.

-¿Cuánto... Cuánto tiempo?- preguntó Nasir, acercándose a la doctora Newman.

-Con la quimioterapia y las medicinas correspondientes, unos cinco o seis meses, o incluso un poco más.

-¡No!, ¡no voy a perder a mi padre!, ¡no está enfermo!- pegó de gritos Salma.

-Cariño, tranquila- dijo Anthea rodeandola con los brazos.

-Les recomiendo aprovechar el tiempo que le queda... Llevenlo de paseo, háganlo feliz, lo va a necesitar. Tiene que venir cinco veces por semana para su tratamiento.

-Entonces, tenemos que quedarnos en Washington por un tiempo- dijo Hada. Fadila asintió.

La doctora Angélica Newman los hizo pasar al cuarto donde Mohammed se encontraba acostado. Se veía muy cansado, y desde la última vez que lo habían visto, parecía haber envejecido diez años. Las ojeras indicaban que no había descansado mucho, y se veía más delgado de lo normal.

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