16. Nueva vida

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La entrada principal a la comunidad musulmana era un arco precioso con decorados dorados árabes.
Hada y Fadila estaban fascinadas por los edificios de Washington y su gente.
Los occidentales hacían muchas cosas que los musulmanes consideraban haram.

Anthea no dejaba de pensar en cómo se las arreglaría para estudiar en la casa, con las esposas de Mohammed vigilándola de cerca, ya que las niñas no irían al colegio, sino que ahí mismo tendrían profesores particulares.

Las dos familias que serían sus vecinos, salieron a recibirlos.

Una estaba integrada por los padres y un hijo, y la otra por un padre y sus dos esposas.

-¡Bienvenidos!- les decían alegremente.

Mohammed saludó a todos y se presentó.
-Soy Mohammed, ellas son mis esposas y éstas son mis cuatro hijitas.

-Sean bienvenidos a muestra comunidad- dijo uno de los hombres- Allah nos ha bendecido con nuevos vecinos. Me llamo Yilán.

-Yo soy Alhab, y espero que podamos llevarnos bien.

Mohammed se acercó a los hombres y estrechó la mano a cada uno de ellos.
-Ahora entraremos a ver la casa- dijo él con una cordial sonrisa.
Los hombres asintieron y regresaron a sus hogares con sus familias.

Fadila y Hada fueron las primeras en entrar, y al ver el recibidor de la casa empezaron a emitir entre ellas grititos de emoción.

-¿Tan bonita es la casa?- preguntó Anthea, quien no tenía muchas ganas de entrar en su nuevo hogar.

-Lo es- respondió Mohammed- es la mejor en toda la comunidad. Entra y verás. Te gustará, linda.

Anthea se ruborizó. Odiaba que Mohammed le demostrara cariño o la tratara bien, ya que la hacía sentir más culpable de las cosas que había hecho, y de las cosas que quería hacer.

-Espero que tengas razón- dijo ella secamente, cosa que a Mohammed no le molestaba para nada.

La casa no era de piedra, como lo eran la mayoría en Fez. Ésta era una combinación entre lo occidental y lo oriental, con dos pilares sosteniendo un techo delantero y un pequeño jardín con unos columpios para las niñas, en el césped.
Anthea entró en el recibidor, y se asombró con lo lujosa que era la enorme casa. Comenzaba con un no tan largo pasillo que se extendía hasta unas extensas escaleras doradas. Debajo de ellas estaba la sala, adornada de muebles típicos de Fez, y alfombras por doquier.
Lámparas de plata y velas aromáticas decoraban el nuevo hogar de la familia de Mohammed.

Las habitaciones se encontraban arriba, una cada para esposa, una para Mohammed, y en el caso de las cuatro niñas, dos estarían en un cuarto y dos en el otro.

Anthea sintió que su habitación era mucho más grande que la que tenía en Fez. Había un armario enorme y varios cajones para guardar la ropa y sus hiyab.

Ella no estaba segura de lo que el occidente le deparaba, pero quería hacer lo posible por cambiar su destino, tal y como Terry le aconsejó que hiciera.

-Aquí no será necesario que usen el burka, sin embargo no pueden darse el lujo de salir solas por ahí. Siempre deberán acompañarse unas a otras.

Las esposas asintieron.
Anthea extrañaba mucho su libertad. Sentía que al ser tan joven, el deseo de conocer sus alrededores y explorar aumentaba demasiado a cada minuto, y no podía creer que el matrimonio fuera de esa manera. O que al menos en su religión, así lo fuera.
"Debí haber regresado a casa cuando Mohammed me lo propuso" se arrepintió Anthea.
Tenía que tomar una decisión de hacia donde dirigía el rumbo de su vida, si no, todo podría acabar en desastre si continuaba como estaba.

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