El día siguiente del compromiso, Mohammed le obsequió a Anthea un collar de oro, antigua tradición entre las familias de los novios.
Anthea solo dio las gracias, y se ruborizó profundamente. No le gustaba mucho Mohammed, pero al menos tenía muy buen gusto con las joyas.
-¡Hermana!- gritó Amira -¡tienes suerte de tener un novio tan rico!, ¡va a darte mucho oro!
Anthea abrazó a su pequeña hermana, y pidió a Allah para que Amira y el resto de sus hermanas corrieran la misma suerte que ella, de ser comprometidas con un hombre como Mohammed.
Durante el poco tiempo de ocio que Anthea tenía, visitaba a su mejor amiga, Latifa, quien vivía justo en la Medina, la parte más vieja y amurallada de la ciudad de Fez, Marruecos; Anthea adoraba la Medina, ya que para ella, era un gigantesco laberinto con muchos destinos por seguir, de calles estrechas, delimitadas por las antiguas viviendas, comercios y talleres, que se mantenían en pie gracias a la construcción de antiguas viviendas. Comprendía más de 150 barrios, y cada uno de ellos debía contener, según la ley, una mezquita, una escuela Coránica, una panadería, una fuente y un hamman (baño turco).
A Anthea le fascinaba caminar por las calles de la Medina, a pesar de que estuvieran atestadas de gente a todas horas.
Le gustaba observar a las mujeres acompañando a sus maridos a la mezquita, a los hombres haciendo las compras, a los vendedores llevando y trayendo nuevas mercancías en burros y camellos.
Al llegar a casa de Latifa, Anthea tocó la puerta. Esperó un par de minutos, pero nadie abría, lo que era extraño, ya que en esa casa vivían como diez criadas, los padres de Latifa, ella y sus dos hermanas.
-¿Hay alguien en casa?- gritó Anthea.
Estaba mal visto que una joven gritara a todo volúmen en un lugar público, pero Anthea había comenzado a preocuparse. Entonces una mujer cubierta por un burka se acercó a ella, y le dijo:
- La familia que buscas está en la plaza mayor. Darán diez latigazos a una de las hijas.
Anthea corrió sin pensarlo hasta la plaza central.
En medio había un hombre con un látigo en la mano, y la chica que estaba hincada era la hermana mayor de Latifa.-¡Por Allah!, ¿qué hizo?- preguntó Nadia a un hombre que se encontraba observando.
-Dicen que la encontraron escondida en las ruinas, besándose y exhibiéndose con un muchacho. Se presume que es su novio.
-Allah me libre... ¿y el muchacho dónde está?
-Huyó, obviamente.
-Eso es terrible.
-Sí. Esa mujer se merece la muerte.
Anthea lo miró horrorizada. Para Anthea, el único que debía juzgar a los humanos era Allah, el único que conocía todos los males que habían cometido como así también los actos buenos.
Latifa lloraba por su hermana, casi junto a ella, y Anthea no se acercó a consolarla ya que la gente podía pensar mal de ella también.
A pesar de que la difamación de una mujer era un crimen, se daba muy seguido en Fez.Los únicos sonidos de la playa eran los de el látigo, los alaridos de dolor de la mujer, y los llantos de Latifa y su familia.
Anthea trató de no llorar, pero no pudo contener las lágrimas al pensar en lo mal que la familia de Latifa la estaba pasando.
No recordaba haber vivido un día tan triste alguna vez en su vida.
Sabía de las mujeres que eran castigadas en la plaza frente al público, pero nunca le causó ningún interés o conflicto, hasta que descubrió que a cualquiera le puede pasar que un día, una amiga, hermana o pariente sea azotada frente a todo Fez.
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Llantos De Arabia
Ficción históricaAnthea Saadi es prometida a un hombre tres veces mayor que ella. Anthea no tiene voz para decir lo que piensa. No tiene apoyo para hacer lo que ama. No tiene motivación para luchar por su futuro. Hasta que conoce a Harun, un profesor clandes...