45. Miradas

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Salma estaba emocionada con la fiesta árabe que se celebraría en la ciudad. Su padre ya había comprado boletos para todos, incluidas Hada y Fadila.
La joven adoraba las fiestas, y más cuando podía bailar la danza del vientre.

Mohammed se pasaba el día entero en la cama, y únicamente se arreglaba para sus consultas en el hospital, pero apenas regresaba a casa, se recostaba de nuevo a descansar, mientras Hada le hacía el almuerzo para llevárselo a la habitación.

Janiha trabajaba todo el día al igual que Dul, así que Salma se quedaba secretamente en la habitación de ellos a leer en un sofá junto a la ventana, su lugar favorito en toda la casa, y donde podía olvidar todo lo que estaba sucediendo para sumergirse en su mundo literario.

Anthea se quedaba conversando con su esposo, no porque ella quisiera sino porque él se lo pedía cada mañana.

-Platica conmigo hoy- le decía Mohammed.

-Tengo que hacer el desayuno y lavar la ropa.

-Fadila lo hará... Quédate conmigo.

Anthea no se resistía a ninguna petición de su marido. Con el poco tiempo que probablemente les quedaba juntos, se aseguraba de cumplir todos sus deseos.

-Me queda muy poco cabello- dijo Mohammed, nostálgico.

-Ya te he dicho que crecerá de nuevo...

-Me voy a morir, no lo voy a lograr.

A Anthea no le gustaba que hablara de ese modo, aunque tuviera un poco de verdad.

-No quiero que digas eso. Tus hijos podrían escucharte, y sólo terminarás asustandolos más.

Mohammed la abrazó con la esperanza de sentirse mejor. Sabía que el tiempo a lado de Anthea estaba contado.

Cuando Salma se encontraba leyendo junto a la ventana de Janiha, tocaron a la puerta.
Ya que todos estaban ocupados, ella tuvo que bajar a abrir. Era el vigilante de la comunidad.

-Señorita Saadi, un joven la busca en la entrada. Dice que es su amigo. No lo he dejado pasar ya que no creo que a su padre le gustaría mucho que recibiera la visita de un chico.

-Ah, gracias Omar.

El vigilante asintió y regresó a su lugar. Salma salió de la casa sin que nadie lo notara.

Desde lejos, le hizo una seña a Wilhem para encontrarse con él al otro lado de la comunidad, donde estaba el edificio de servicio, con la única entrada alterna que había además de la principal.

-¡Wilhem!- llamó Salma desde la puerta trasera del edificio al ver al joven rondando con la cara perdida.

-Ahí estás- dijo Wilhem, acercándose a abrazarla, pero ella lo detuvo en seco.

-¡Haram!, ¡aléjate!, mientras menos contacto físico tengamos, mejor.

Wilhem enarcó una ceja.

-¿Entonces sí quieres tener contacto físico conmigo?

-¡No!

-Yo sé que quieres.

Salma le dió una patada en la pierna.

-Eso es todo el contacto que tendrás hoy.

Wilhem entró con ella en el edificio de servicio.

-¿Tienes permiso de estar aquí?

Salma sacudió la cabeza.

-Está prohibido, pero es la única forma en que podemos vernos. Ven.

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