33. El colegio

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Pasaron tres meses en los que Anthea apenas le dirigió palabra a su marido. Ni siquiera le pedía nada para la casa, o le externaba algún mínimo sentimiento. 

Fadila comenzó a sentirse un poco mal por ella, y le pidió a Mohammed que  reconsiderara la posibilidad de permitirle estudiar.

-Ya sabes cuál es mi posición, Fadila. No quiero verme obligado a negárselo de nuevo.

-Solo serían tres horas cada día, es poco tiempo. Al volver podría estar con sus hijos.

-Mohammed, por favor- suplicaba Anthea- estudiar es lo que más me gustaría en la vida. Y no estaría mucho tiempo ausente, te lo estoy pidiendo.

-Y si te dejara... ¿cómo te transportarías?, no puedo llevarte, yo tengo que ir a trabajar también.

-Miranda podría pasar por mí... confío mucho en ella.

Mohammed miró a su esposa. La amaba, y lo único que deseaba era su felicidad, aunque eso significara darle permiso de algo en lo que él no estaba de acuerdo.

-Solamente porque el tiempo es reducido. Pero si resulta que descuidas a tu familia entonces te sacaré de ese colegio inmediatamente.

Anthea no lo podía creer. Abrazó con fuerza a su esposo, y esto lo tomó por sorpresa, ya que ella casi nunca le daba ese tipo de cariños. Lo único que no le gustaba a Anthea, es que habían tenido que pasar tres meses para lograr convencerlo.

Con ayuda de Terry, lograron inscribirla en el colgeio donde él trabajaba, donde le ofrecían una beca a Anthea por ser extranjera. Esa misma noche, Terry le llamó a Mohammed para comentarle:

-Es un colegio cristiano, Anthea no puede usar el hiyab dentro de las instalaciones.

-De ninguna manera se lo va a quitar. El hiyab es su identidad. Si es un requisito para estudiar ahí, entonces inscríbela en otro lado, o simplemente que no estudie.- replicó Mohammed.

-No es un requisito... el colegio acepta personas de cualquier religión... es solo que ahí los estudiantes no siempre son muy tolerantes con todos.

-Pues Anthea va a asistir al colegio con hiyab.

-De acuerdo. Comienzas el lunes, Anthea. Cuídate. Te mandaré por paquete todos tus materiales y tu ficha de inscripción, con tu número de aula.

Anthea agradeció a Terry todo lo que estaba haciendo, y después de que se marchó, Mohammed se acercó a ella.

-Espero que sepas lo que haces.

-Lo sé.

-Si tenías otra duda de mi amor hacia ti, aquí tienes otra cosa que me atrevo a hacer solo por tu felicidad. Lamento haberte mentido y prohibido que estudies. Creo que a mí me ha dolido más hacerlo que a ti, porque lo último que quiero en la vida es herirte o traicionarte. Y tal vez tengo cuarenta años, pero a tu lado, habibi, me siento joven de nuevo, con la misma chispa que tú traes dentro.

-Eso es tierno...

-Te irá bien en el colegio, eres muy inteligente.

Anthea le dio otro abrazo a Mohammed, y luego él la besó.

Los días transcurrieron normales por primera vez en mucho tiempo, y Anthea dejó de pensar en Harun. Antes lo hacía mucho. Cuando él la traicionó, Anthea aún lo quería bastante. Sentía que podía enamorarse de él si continuaba sacrificándolo todo por ella, todo por verla feliz. Pero no había sido más que una simple ilusión adolescente; después de todo, Harun mintió y se desvaneció de la faz de la tierra.

Miranda recogió a la joven en la entrada de la comunidad. Llevaba el hiyab azul, que combinaba con su uniforme, la falda por debajo de la rodilla como mandaba la institución, largas calcetas que alcanzaban los pliegues de ésta hasta el punto de no dejar a la vista casi nada de piel. Llevaba una corbata roja sobre la blusa blanca, la cual tenía el escudo del colegio bordado en el lado derecho.

Anthea atrajo las miradas de los estudiantes apenas bajó del auto. No sabía qué hacer al respecto, así que siguió su instinto e ignoró a todos.
Encontró su salón al final del pasillo, y antes de llegar, encontró a Terry.

-¡Terry!, ¿a dónde vas?

-Me complace anunciarte que tu primera clase será conmigo.

-Eres maestro de teología, si mal no recuerdo.

-Exacto. Te encantará la materia, es muy interesante.

-Bueno, supongo que buscaré un asiento.

Anthea se acomodó en uno de los escritorios de alumnos, y una muchacha rubia se le acercó.

-No puedes sentarte ahí, musulmanita.

-¿Y por qué no?, no había nadie antes.

-Está apartado para Ashley.

-¿Quién es Ashley?

-Es la chica más cool y genial de todo este colegio, y resulta que soy su mejor amiga.

-Oh. Claro, me cambiaré.

-Eso fue fácil. Eres muy estúpida.

Anthea se dio la vuelta.

-¿Por qué me has insultado?

-¡Yolanda!, deja en paz a nuestra pobre amiga árabe- dijo una voz desde la entrada.

Era una chica de la misma edad de ellas, de tez blanca y cabello pelirrojo. Era demasiado guapa para creerlo.

-Tú debes ser Ashley...- dijo Anthea en voz baja, aunque lo suficientemente alto para que las otras dos muchachas lo escucharan.

-Esa soy yo. Y tú eres nueva. No te había visto jamás.

-¿No te estorba eso?- preguntó Yolanda señalando el hiyab.

-No... es parte de mi religión.

-¿No te obligan a usarlo?

-¿Es verdad que maltratan a las mujeres?

-¿Qué?, no. Eso no es cierto. Tenemos derechos, y hay cosas que también nos están prohibidas. Pero nadie nos obliga a usar el hiyab. Es nuestra religión, y debemos apegarnos al mandato de Allah.

-¿Quién es Allah?

-Allah es Dios. Es el Dios de ustedes, pero nosotros lo llamamos Allah.

-Ni sé para qué pregunté todo eso- dijo Ashley soltando risitas.

-Eres rara, musulmanita. No vas a durar nada aquí. Te haremos pedazos.

-Y por favor, no hagas estallar la escuela.

Las dos chicas se murieron de risa, y a Anthea solamente le hervía la sangre. Odiaba las bromas hacia su religión, odiaba que creyeran que sufría, y si bien a veces la vida era complicada y triste, todo tenía una solución si se luchaba por ello. Esas niñatas no sabían de sufrimiento y dolor, y probablemente no conocerían jamás la angustia de no tener acceso a necesidades como la educación o el dinero.

Anthea agradeció mentalmente a Allah por la vida llevada hasta ahora, y el no haber acabado como esas dos malcriadas.

Mientras más tiempo Anthea vivía en el occidente, menos le gustaba.

Las traiciones, la hipocresía, la irresponsabilidad, el crimen y el sufrimiento era todo lo que podía ver que había en el occidente.

Anthea comenzaba a arrepentirse de haber deseado alguna vez ser parte de ese mundo.

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