47. Primera esposa

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Marruecos, 1975

Mohammed se vistió de la manera más elegante posible. Estaba muy entusiasmado de conocer a su prometida, Hada. No podía contener la emoción, y todo el día lo pasó cantando con los sirvientes y bailando por toda la casa.

-Mohammed, ¡compórtate!- lo reprendió su padre. Ladub Rajid era un hombre tosco y amargado por la vida, debido a haber perdido a su mujer el mismo que día que nació su hijo. Desde eso, había criado a Mohammed con dureza, culpandolo siempre por la muerte de su esposa. Pero ahora que su único hijo estaba a punto de comprometerse, ese matrimonio tenía que salir bien, para que hubiera una descendencia de los Rajid.

-Papá, estoy demasiado eufórico.

-Eso veo. Guarda tus celebraciones para cuando la joven te acepte. No tiene caso festejar de una vez. Ni siquiera la has visto. No sabes si te gusta.

-Me gustará, estoy seguro - dijo Mohammed esbozando una sonrisa.

-Sé que a los veintitres años te parece toda una aventura casarte, pero créeme, es una vida de carga y responsabilidad.

-No puede ser tan malo, papá.

Mientras, en la casa de los Zidá se llevaba a cabo un gran almuerzo en honor a Hada, la única hija de la familia, ya había encontrado un buen marido, a quien conocería ese mismo día.

La música y la danza gobernaba el ambiente. Los padres de Hada estaban llenos de orgullo, y Hada no dejaba de fantasear con su futuro esposo.

Su madre se acercó a darle un abrazo.

-¿Estás feliz, querida?

-Mucho, madre. He escuchado cosas muy buenas de mi prometido. Dicen que es guapísimo, respetable, rico y muy religioso. Me hará muy feliz, estoy segura.

-¡alhamdulillah!, que Allah te escuche, hija mía.- dijo su madre besándola en la frente.

Hada corrió a la sala a danzar con las criadas y con su padre, quien se encontraba muy feliz del destino que Allah le estaba preparando a su hija.
Después de un rato, el hombre y su hija salieron por las calles de la Medina, y a petición de Hada, le regalaron comida a la gente pobre.

-Allah los bendiga- decía Hada tiernamente a cada mendigo que se acercaba a pedirle un poco de pan.

-Allah te bendiga a ti- le contestó una anciana de aspecto andrajoso. Hada tuvo compasión de ella, y sacó de su morral un vestido muy bonito y elegante, seguido por un hiyab y una manta para dormir:

-Use esto, señora- dijo amablemente mientras se lo extendía- se avecinan noches frías.

-Usted es una mujer buena. Que Allah la bendiga, se ha ganado el cielo.

Después de todo lo que pasó ese día, Hada se sentía muy satisfecha.

Mohammed llegó puntual a la casa, a las ocho de la noche. Ladub saludó cortésmente a los padres de Hada, y presentaron a los muchachos.

-Hada, muéstrale a Mohammed el patio principal- ordenó su madre, guiñandole un ojo.

Hada le hizo señas tímidamente a Mohammed para que la siguiera, y la situación hizo que Ladub quisiera echarse a reír.

El patio de los Zidá estaba perfectamente cuidado, y Mohammed se sorprendió con el cariño que Hada acariciaba a sus plantas.

-Veo que te gusta la naturaleza.-dijo él, sin dejar de contemplar a su futura esposa.

Hada se sonrojó:

-Así es... No puedo imaginar mi vida sin mi jardín, sin los animales. Son mis cosas preferidas en la vida.

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