51. Ventaja

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La primera semana sin el hombre de la casa fue la más difícil. Nasir tuvo que tomar éste papel y encargarse maduramente de los documentos y juntas en la empresa de su padre.
Anthea no habló con su hija durante cinco días, ya que ninguna de las dos era lo suficientemente humildes para reconocer sus errores, aunque Anthea sabía que ella tenía la mayor parte de la culpa.
Con una semana sin Mohammed cumplida, Hada comenzaba a estresarse. Se desquitaba con la pobre de Salma y la reprendía por todo. Lo que al principio eran las más fructíferas clases de cocina para la joven, se convirtieron en horas interminables de regaños y fracasos comestibles.

-¡No lleva tanta sal!

-¡Hada!, deja de gritar, por favor.

-Lo siento, Salma. No he estado muy bien estos últimos días. Extraño mucho a Mohammed.- dijo Hada, bajando la cabeza.

-Yo también lo extraño. A mí tampoco me basta verlo solamente unas horas por día, y más cuando está postrado en una cama de hospital.- respondió Salma, haciendo referencia a los cinco días que sin falta había visitado a su padre, pero aún así no le bastaban para conversar con él.

-Extraño tanto a Mohammed- repitió Hada- y no sólo al Mohammed que tú conoces, sino al que yo conocí de joven. Del hombre que me amaba, de aquel que me enamoré.

-Todo estará bien.- dijo Salma, logrando empatizar con la mujer.

En eso Anthea entró en la cocina, interrumpiendo el emotivo momento. Se puso un poco celosa de que Hada estuviera pasando mucho tiempo con su hija, pero ¿qué podía esperar? Era Anthea misma la que había alejado a Salma...

-¿Puedo hablar con mi hija?- preguntó Anthea.

Salma puso los ojos en blanco. Hada esbozó una pequeña sonrisa a la joven, y salió de la cocina.

-Salma...

-¿Qué quieres madre?

-Mandé una carta a la familia de Adul... He cancelado el compromiso.

Salma se sorprendió muchísimo. No podía creer lo que escuchaba.

-No quiero que seas infeliz. Y sé que si te casas con Adul, lo serás. He sido tan... Egoísta.

-Así es.

-No quiero condenarte a una vida infeliz. Quiero que hagas lo que quieras mientras seas feliz, mientras vaya acorde a tus sueños.

-¡Mamá!- exclamó Salma abrazando a Anthea. Ésta besó a su hija en la cabeza, y la apretó contra su pecho como solía hacerle cuando era una niña pequeña.

-Lamento todo. Debería estar contigo en estos momentos, y he estado ausente. Perdóname hija.

-Eres mi madre, te quiero y te perdono.

-Yo te quiero más, Salmita.

Salma sacó de su bolsillo cinco paquetes pequeños.

-Te iba a dar esto hace unos días, pero no lo hice ya que estaba enojada.

-¿Qué son?

-Cinco regalos de papá por cinco días de estar lejos de ti... Así lo dijo él. Quiere que yo sea su cupido y mandé sus regalos para ti.

-Eso es tan... Tierno de su parte.

Su corazón de Anthea se aceleró de emoción.
Salma le entregó los paquetes y la dejó subir a su habitación para estar sola y abrirlos.

Anthea se sentó en la cama y se fijó que cada paquete tenía un número. Abrió el número uno de primero, y encontró un labial de marca que a ella le encantaba. Luego abrió el número dos, y así sucesivamente.
Mohammed le había mandado un labial, un velo, un collar de corazón, una rosa azul y una pequeña foto enmarcada de ellos dos.

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