21. Claridad

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No habían pasado ni veinte minutos desde que Anthea leyó  la nota de Harun, y ya había subido deprisa a su habitación y comenzado a empacar una maleta, todo antes de que Mohammed llegara.
Por primera vez sentía que estaba haciendo lo correcto. Podía comenzar una nueva vida, sin dar explicaciones a nadie, y por más que le doliera tendría que evitar el contacto con su familia, para no ser encontrada.
Harun le había  dado el valor necesario para hacerlo, y no le fallaría.

"Aún no es demasiado tarde para hacerlo" pensaba Anthea.
Le partía el corazón irse de ese modo, sabiendo lo que significaría. Mohammed la maldeciría tal vez, pero al menos no estaba en Fez, donde podría ser castigada severamente por su comportamiento.
"Respira profundo" pensó, antes de salir por la puerta principal sin que nadie se diera cuenta.

Anthea logró salir de la comunidad por medio del edificio de limpieza, ya que en la entrada principal siempre había un oficial vigilando.

Conocía muy poco sobre la ciudad, pero había leído lo suficiente como para saber que en al menos en las grandes ciudades como Washington, debía haber alguna embajada de su país, en donde podrían ayudarla.

Tomó el primer taxi que pasó, y pidió ser llevada a la embajada de Marruecos, sin siquiera saber la dirección.

Eran las once de la noche cuando Anthea llegó a la embajada.

Ella no sabía de lo que su esposo y Harun habían conversado, por lo que no pudo predecir que Mohammed se pondría como loco al no encontrarla en la casa.
-¡Cómo que no está!, ¡pero qué hacían ustedes mientras mi esposa se marchaba por esa puerta!- estalló contra Hada y Fadila.

-Habibi, te juro que ni nos fijamos.

-Subió a descansar. Creo que le dolía la cabeza. ¡Lo sentimos!

-Ninguna de las dos tendrá marido durante un mes... ¡Ah!, ¡seguro se ha ido con ese bastardo!

-¿Con quién?, ¿con Harun?- preguntó  Fadila tímidamente.

-No quiero escuchar ese nombre... cuando encuentre a Anthea ¡juro que voy a a matarla!, igual a ese tipo.

Las esposas nunca lo habían visto tan enfurecido, que sintieron hasta un poco de pena por Anthea.  Solo un poco.

-Habibi, no vayas a hacer alguna locura.- dijo Hada.

-No vale la pena, esa mujer no supo apreciarte.- recalcó Fadila.

-Ya cállense las dos.

Mientras Mohammed pensaba en formas para encontrar a su esposa en una ciudad tan grande, Anthea ya estaba en la sala principal del consulado, donde a esas altas horas de la noche solo quedaba una persona trabajando en el lugar. Una mujer joven, con un enorme bulto sobre el estómago. Debía estar embarazada...

-¿Hablas inglés?

-Sí- respondió Anthea.

-Bueno, entonces dime, ¿qué te trae aquí a esta hora?

-Bueno... pensaba encontrar hospedaje en este lugar.

La mujer soltó una pequeña risa.

-Es una embajada. No es su función alojar gente.

-Por favor; solo una noche. No sé a dónde ir.

-Hagamos algo. Te dejaré dormir en mi casa, ¿de acuerdo? Ahora vivo sola y me haría bien algo de compañía, ¿qué dices?

-Oh, es usted muy amable... em... no recuerdo que me haya dicho su nombre.

-Soy Miranda, ¿y tú?

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