3. Prohibido

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Anthea cumplió los catorce años, unas semanas antes de la boda.
Sus padres no le hicieron una gran fiesta ni nada parecido a lo que solían hacer los occidentales; simplemente invitaron a almorzar a Latifa y sus padres, quienes le obsequiaron a Anthea unas pulseras.
Sus hermanas le regalaron joyas del bazar, y sus hermanos le dieron esencias.

-Para tu futura casa con Mohammed.

Anthea les dio las gracias.

Ese día fue con Harun, aprovechando que su madre le ordenó que comprara algunas especias.
Lo que Anthea se preguntaba, es cómo se las iba a arreglar para ir a las clases estando casada, ya que una vez que una mujer contrajera matrimonio, le quedaba estrictamente prohibido salir sola a la calle, y además, aunque pudiera cubrirse con un burka y pasar desapercibida, tendría a las dos esposas de Mohammed vigilándola de cerca.

-Mamá, préstame tu burka- le dijo a Naya.

-¿Y eso?, nunca lo usas.

-Pues, ahora que me voy a casar, creo que es importante conservar mi belleza para mi marido, justo como dicta el Corán.

Naya nunca se había sentido más orgullosa de su hija. Fue por el burka azul y la ayudó a ponérselo.

Pero claro, Naya no sabía que su hija estaba mintiendo.

Anthea salió a la calle, caminó deprisa por la Medina, compró las especias, y calculó el tiempo que tardaba normalmente a paso lento de su casa hasta el negocio.
Tenía diez minutos para estar con Harun y aprender lo máximo posible.
Al llegar a la casa, tocó y Harun le abrió. Tenía una taza de té en la mano, y traía puesto unos anteojos. Parecía que estaba en su momento de descanso.


- Hola, Anthea.

-¿Estás ocupado?, si quieres me voy.

-No, no. Es solo que ninguna chica viene al mediodía, así que aprovecho para leer un poco y relajarme.

-Bueno.

-Pasa.

Anthea lo siguió hasta el cuarto de clases secreto, y se sentó justo enfrente del escritorio de Harun.

-¿Qué puedes enseñarme en diez minutos?

Harun se echó a reír. Anthea trató de no pensar en la simpática sonrisa del joven.

"¡Anthea!, deja de pensar eso, ¡es haram!" Se dijo a sí misma.

-Puedo enseñarte un resumen hiper rápido de la Segunda Guerra Mundial; y aunque faltarán muchas batallas y detalles, eso podemos verlo después. Ahora solo sabrás los puntos y sucesos más importantes.

Anthea prestó suma atención durante el poco tiempo que Harun le expuso los principales hechos históricos de esa etapa de la humanidad, y cuando finalmente había terminado el tiempo para Anthea, ella se dispuso a salir de la casa.

-Debo irme, Harun.

Pero Harun no quería que se fuera. Había entendido que lo que sentía por Athena, era más fuerte que una relación de amigos, y por muy loco que sonara, aún con el poco tiempo de conocerla, sentía que ya no podía estar sin ella.

Y sentía que el tiempo se agotaba.

A pesar de lo poco que la conocía, no tenía muchas intenciones de separarse de su lado. Había comenzado como una tierna amistad, y crecido dentro de su corazón, hasta ocuparlo por completo.
No sabía qué tenía Anthea que las demás no. P ara ella era hasta más difícil el hecho de aprender nuevas cosas, por su gran devoción a su religión, y eso solo hacía que Harun se interesara más por ella.

-Anthea, espera.- dijo Harun

-¿Qué pasa?

-Anthea... ¡Por favor no te cases!- exclamó Harun en tono suplicante.

-¿Pero qué pasa, Harun?

-Anthea. Te quiero. Y lo siento. No debería quererte. Pero siento que te conozco de toda una vida, siento como si fueras mi otra mitad. Te quiero mucho a pesar de lo poco que sé sobre ti. No te cases. Huye conmigo

-Harun... ¿estás demente?, ¡los occidentales te lavaron el cerebro en verdad!, no existe tal cosa como el "amor" antes del matrimonio. Para eso está el matrimonio.

-No, Anthea. Me doy cuenta de que no es así. El amor se puede sentir a cualquier momento, a cualquier hora, sin necesidad de esperar.

-¡Harun!- gritó Anthea- pídele a Allah que te perdone por esas cosas tan descabelladas que estás diciendo, y no vuelvas a pedirme jamás una cosa de esas, ¿entendiste?

Harun se sintió dolido. Al menos lo había intentado. Pero Anthea era más rígida que una roca. Nada la haría dudar de su religión, al menos por ahora.

-Anthea, discúlpame.

Ella frunció el ceño.

-Por favor, disculpa. Nunca volveré a decir nada de eso. No quiero que dejes de venir, me gusta enseñarte, quiero enseñarte muchas cosas.

-Y yo quiero aprender muchas cosas.

-Te juro por Allah no decir algo así otra vez. Lo juro por Allah.

-Romper un juramento así es un haram muy grande.

-Lo sé, Anthea. ¿Me disculpas?

Anthea asintió después de unos segundos, y le dio una palmadita a Harun.

-Tal vez regresa un par de veces más esta semana, ya que la siguiente la tendré muy atareada por la boda.

-Está bien.

-Cuídate Harun. Y no olvides las cosas que juras en nombre de Allah, porque él jamás las olvida.

Harun se quedó pensando en lo que Anthea acababa de decir, ya que sinceramente no sabía cuánto tiempo podría mantener ese juramento en pie, con Anthea visitándolo siempre.

Pasaron dos días, y ella regresó a la casa, siempre con el mismo burka encima.

-¡Qué calor, Allah!

-Me diste una idea- le dijo Harun, sonriente- hoy vamos a hablar del frío y del calor, de sus causas, consecuencias, impactos sobre los seres vivos, etc.

A Anthea le agradó la idea.

Fue durante varios días seguidos a tomar clase, siempre aprendiendo nuevas cosas. Haciendo lo que a una mujer nunca se le hubiera permitido hacer.

Anthea no lo sabía, pero estaba cambiando el rumbo de su vida, hacia otro que la llevaría muy lejos.

Por alguna razón, Anthea comenzaba a adorar la idea de estar cerca de Harun, aunque solo fueran unos tantos minutos al día.
Siempre se decía que era debido al deseo continuo de aprender y de progresar como persona, pero muy en el fondo sabía que se trataba de otra razón. Pero simplemente no lo aceptaba.

La familia de Anthea estaba demasiado ocupada con los preparativos de la boda, que ni siquiera se fijaban en el tiempo que Anthea se tardaba "comprando".
La muchacha era muy rápida para ir, estudiar un nuevo tema, y volver con las compras de su madre.
Harun la admiraba por la enorme voluntad que tenía, y tal vez eso hizo que le gustara más.

Anthea siempre repetía en su mente la escena de hacía algunos días. Siempre se imaginaba a Harun, diciéndole que la quería.
Anthea no podía creer que en verdad se pudiera amar a alguien sin aún haberse casado. Era totalmente inconcebible para ella.

"Pero lo comprendo" pensaba Anthea "creció en el occidente, y ahí nadie sigue el mandato de Allah. Los hombres y las mujeres creen que es amor, cuando es solamente un sentimiento tan efímero como las aguas de un río, y es por eso que a cada rato cambian de pareja"

De solo pensarlo, a Anthea le daba náuseas. "¡Qué raros son en occidente!, mejor me quedo con mi religión"

Anthea no sabía que muy pronto, la religión a la que tanto obedecía y amaba, sería la misma que la traicionaría.

Llantos De Arabia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora