Fadila salió llorando del consultorio, con Angélica sosteniéndola por los hombros.
-Entonces es mejor que llame a toda la familia...- dijo Fadila, muy apesadumbrada.
Angélica asintió.
-Es lo mejor. Deben estar aquí cuando suceda.
Anthea entró como loca en la habitación del hospital de su marido, y lo encontró dormido. Respiraba con mucha dificultad, y ya no lograba reconocerlo bien. Su piel había perdido todo el color, sus labios se encontraban quebrados, y las arrugas se le notaban mucho más. Parecía haber envejecido veinte años.
-Mohammed... Despierta...- susurró Anthea, casi al borde del llanto. No quería perturbar su sueño, pero realmente tenía que decirle algo.
-Eh...- musitó Mohammed, aún con los ojos cerrados.
-Soy yo, Anthea. Despierta, mi amor. Tengo que decirte algo. ¿Habibi?
Mohammed abrió un poco los ojos, y los enfocó en su esposa. Sonrió levemente, y tomó su mano.
-Ant...
-No hables... Silencio, no digas nada, Mohammed. Sólo quiero que me escuches.
-Anthea, quiero que te acuestes a mi lado.
-¿Qué?
-Recuestate conmigo, déjame abrazarte una última vez.
-No... No Mohammed, no digas tonterías. No voy a hacer eso, porque vas a estar bien.
-Por favor, acuéstate conmigo. Deja que te abrace, como solíamos dormir en casa. Quiero abrazarte ahora mismo.
A Anthea se le partió el corazón, se quitó los zapatos, y subió en la camilla con su esposo, apoyando su cabeza sobre el pecho de él.
Mohammed la rodeó ligeramente con los brazos. No tenía mucha fuerza para abrazarla, pero la sostuvo lo más que pudo.-Mohammed, vine a decirte algo.
-No hables, Anthea. No quiero que hables.
-Pero...
-Déjame abrazarte... Déjame abrazarte...- susurraba Mohammed con dolor, con las manos temblando por el frío que sentía.
-¿Habibi?- decía Anthea, con el rostro humedecido.
-Déjame abrazarte... Déjame abrazarte...
-Mohammed, estás hirviendo en fiebre. ¡Llamaré a la doctora!
Pero Mohammed la apretó con las últimas fuerzas que tuvo. Y cerró los ojos, diciendo:
-Déjame abrazarte...
-Mohammed, yo... Yo...
Anthea se quebró y empezó a llorar en los brazos de su marido. Se volteó hacia su rostro y lo llenó de besos en la cara. Éste tenía los ojos cerrados, y susurruba puras incoherencias.
-Mohammed...- lloró Anthea.
-¿Ibas a... decirme algo?- preguntó Mohammed.
-Sí, yo te...
-Déjame abrazarte...
-Mi amor, me asustas. Deja de decir eso.
-Déjame... Déjame abrazarte... Dejam...
Mohammed dejó caer los brazos, que sostenían a Anthea. Ésta se volteó de nuevo hacia el rostro de su esposo. Él tenía una pequeña sonrisa dibujada en los labios. Estaba completamente frío.
Anthea lo miró durante algunos segundos, presa de la conmoción. Mohammed se había ido.
Desesperada, intentó encontrar el pulso, pero nada latía dentro de él. Anthea se echó a llorar amargamente en el pecho de Mohammed, llenando la cama de lágrimas llenas de amor. Ni siquiera pudo decirle que lo amaba...-¡¿Por qué?!, ¡¿por qué Allah?!, ¡¿así es como me castigas?!, ¡Mohammed, no!, ¡te amo Mohammed!, ¡te amo!, eres el amor de mi vida... ¡te amo!- lloraba Anthea, golpeando con su puño contra la pared, hasta el punto de romperse una uña. No le parecía nada ese dolor con el que estaba sintiendo dentro.
Cuando Anthea había dejado de gritar y llorar, Fadila y Hada entraron en la habitación, y presas de la tristeza, se tiraron en el suelo a llorar. Anthea se reunió con ellas y las abrazó muy fuerte.
Janiha y Dul entraron también, y la hija de Mohammed se puso a llorar y gritar sobre el cadáver de su padre.
-Cariño, todo estará bien - le decía Dul, acariciando su cabello.
-¡Mi papi!, ¡mi papá!
Fadila abrazó mucho a su hija, y lloraron juntas, observando el cuerpo de él fallecido.
Anthea se quedó en el suelo, tratando de asimilar todo lo sucedido. Todo lo que Mohammed había querido era que ella lo hubiera amado de verdad, y ahora que él no estaba, ella lo amaba sinceramente. Se preguntaba si desde el cielo, Mohammed sabía lo que Anthea sentía por él, y ésto la hizo sonreír un poco.
El pequeño segundo de felicidad desapareció cuando Salma y Nasir llegaron al cuarto.
-¿Papi?- preguntó Salma.
Nasir fue el primero en entender lo que estaba ocurriendo, al ver a todos llorando, y abrazó a su hermana, para que no viera el cuerpo de su padre. Sacó a Salma del lugar, para que ésta pudiera llorar fuera, con su hermano. Anthea salió de la habitación a abrazar a sus hijos.
-Mis pequeños... Todo va a estar bien...- decía Anthea, aunque sin saber si era realmente cierto.
Angélica observaba la escena desde lejos. Pensó que los mellizos eran muy afortunados de tener una madre como Anthea: amorosa y atenta.
Luego, entró en el cuarto donde estaban los Rajid, y dijo:
-Lamento mucho su... Pérdida...
Fadila se acercó a ella, y la abrazó.
-Gracias por su ayuda, en serio. Los tratamientos ayudaron a que estuviera un poco más con nosotros.
-Es mi trabajo, no hay necesidad de dar las gracias.
Hada se acercó al cuerpo de Mohammed, y sonrió levemente al pensar en lo mucho que lo amó en vida.
-Que Allah te guarde y te proteja, Mohammedcito. Fuiste un hombre de bien, y aunque hubo altos y bajos, supiste sacar adelante a tu familia. Todos te recordaremos.
-Que Allah lo acompañe...- musitó Janiha, en baja voz.
Anthea se sentó en la sala de espera, y se echó a llorar en solitario, pensando que nunca podría decirle a Mohammed sobre sus sentimientos.
Aquella noche fue la más triste para los Rajid.
Después de quedarse dormido para siempre, Mohammed se encontró de vuelta en Marruecos, de regreso en la casa de la joven más hermosa que hubiera visto, su esposa Anthea. Ésta se veía muy feliz y amorosa con él. Le preparaba su comida favorita, y le daba muchos besos y caricias. Se sentía plenamente feliz a su lado, como si nada le faltara. Mohammed no recordaba cómo llegó hasta ahí, pero se sentía muy feliz de que hubiera sucedido. Estaba con Anthea, y con sus pequeños mellizos. Se llevaba maravillosamente con sus otras dos esposas, y entre ellas también se querían mucho. Anthea le daba las buenas noches a Mohammed con su platillo favorito, y antes de ir a dormir, Anthea siempre se acercaba a Mohammed para pedirle un abrazo de buenas noches.
-Mohammed...- susurró Anthea.
-Dime, habibi.
-¿Me abrazas?
-Por supuesto. Siempre lo haré.
Mohammed envolvía a Anthea en el calor de su abrazo, y ésta decía muy suave y despacito:
-Te amo, Mohammed.
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Llantos De Arabia
Historical FictionAnthea Saadi es prometida a un hombre tres veces mayor que ella. Anthea no tiene voz para decir lo que piensa. No tiene apoyo para hacer lo que ama. No tiene motivación para luchar por su futuro. Hasta que conoce a Harun, un profesor clandes...