32. El regreso

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Cuando los mellizos cumplieron un año, se les organizó una pequeña reunión familiar en la casa.
Mohammed decoró la fachada con mariposas de plástico, azules y rosas, y Fadila cocinó dos pasteles para los invitados.

Anthea se acercó a Mohammed discretamente, como había estado haciendo los últimos tres meses, para susurrarle:
-Ya están muy grandes nuestros hijos, ¿no?

-Así es. Cada día crecen más.

-Mohammed, creo que ya es hora para mí de estudiar.

-Anthea, deja de acercarte a mí solamente para preguntar eso. Te dije que es hasta que los mellizos crezcan...

-No dijiste eso. Fue hasta que sean un poco mayores, y ya lo son. Ya tienen el año. Ya caminan, incluso.

-Anthea, cuando te dije eso- comenzó a decir Mohammed- me refería a que tienes que esperar que ellos puedan cuidar de sí mismos. Hasta que tengan doce o trece años.

-¡¿Qué?!, ¿estás loco? Es demasiado tiempo para esperar, quiero estudiar lo antes posible - reprochó Anthea.

-Anthea, ve a descansar. Te llamo cuando comience la celebración.

-Eres cruel, Mohammed. Confié en ti, y en que cumplirías tu palabra lo antes posible. Pero eres igual que antes, no has cambiado nada.

-Lo lamento, habibi. Es por el bien de los niños.

-Yo... ¡ni siquiera quería tenerlos!

Mohammed quedó horrorizado.
La joven se alejó, y salió por la puerta de la cocina, a la calle.

-¿Y a esa qué le pasa?- preguntó Fadila a Hada.

-Tal vez se peleó con Mohammed, lo que es muy bueno- respondió ésta, y anbas comenzaron a carcajearse.

Anthea salió de la comunidad corriendo, necesitando estar sola, y al cruzar, un auto la golpeó con fuerza suficiente para lanzarla calle abajo, rodando hasta chocar con una pared de concreto.

Alguien la reincorporó y le dio de beber agua.

-Anthea, ¿te encuentras bien?- era la voz suave de Miranda.

-Mi...randa. ¿Qué haces aquí? -preguntó Anthea un poco mareada por el golpe. Sintió un repentino dolor en el brazo, y vio que un hilillo de sangre resbalaba por él.

-Es una pequeña herida, nada grave.

-¿Qué haces por aquí?- volvió a preguntar la muchacha.

-Iba de camino a tu casa, cuando una chica demente se atravesó enfrente y voló por los aires.

Anthea sonrió un poco, lo que también le causó dolor.

-Mohammed me invitó al cumpleaños de tus hijos. No pude hablar contigo en tu fiesta, ya que aparentemente estabas demasiado cegada por tu enojo como para dirigirme la palabra, y por eso he venido hoy. Eres mi amiga, y no quiero que dejes de serlo.

Anthea la abrazó, sin decir palabra.
Luego se escucharon unos pasos detrás de Miranda.

-¿Qué pasa aquí?- era Mohammed, quien había salido tras Anthea minutos después de ella.

-Hubo un pequeño accidente, algunos rasguños nada más- dijo Miranda.

Mohammed ayudó a su esposa a ponerse de pie:

-Tengo que dejar de encontrarte en estas condiciones en las calles.

Anthea hizo una mueca.

-Volvamos a la casa, no puedes huir de mí cada vez que tengamos un pleito.

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