28. Luz

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El día del parto, Anthea se desmayó unas veinte veces en lo que esperaba a que llegara la doctora y enfermeras a la casa. Fadila tuvo que cuidar que no se deshidratara, solo porque su esposo se lo había pedido.

-¿Dónde está esa doctora? - se preguntaba impacientemente Mohammed, mordisqueándose las uñas y caminando de un lado a otro en la habitación.

-Ya debe llegar habibi... ya debe---

El timbre interrumpió a Hada, y Mohammed salió disparado a abrir la puerta para hacer entrar a la doctora.
-Por favor, dense prisa. Lleva así un buen rato.

La doctora Fisher, graduada de la Universidad de Medicina en Harvard, se apresuró como toda una profesional, sin decirle nada a Mohammed. Sus enfermeras la siguieron, cada una con un pequeño maletín, en caso de ser necesaria una cirugía.

Por suerte, la doctora animó a Anthea para que empujara ella misma a su bebé.

-¡Vamos!, ¡más fuerte!

Anthea gritaba y lloraba, haciendo un esfuerzo increíble para que el bebé lograra sacar la cabeza. Se había puesto toda roja y las venas de la frenre se le marcaban a más no poder. Parecía que se estaba quedando sin aire, y tal vez así era.

-¡Tú puedes!- gritaban las enfermeras, quienes sostenían las manos de la joven, para evitar que sus propios movimientos la sacaran de la cama.

-¡Duele!- gritaba Anthea.

-¡Ya viene la cabeza!- exclamó la doctora Fisher.

-¡Un poco más!- la animó una de las enfermeras.

Anthea dio un último empujón, y escuchó inmediatamente un llanto limpio y puro, pensando que su bebé tenía un buen pulmón al llorar así.

-La vamos a lavar- dijo la enfermera, tomando a la bebé en brazos.

-Es una niña- dijo Fisher, con suavidad.

Anthea sonrió por un momento, y fue entonces que una contracción más azotó su cuerpo.

-¡Duele!

La joven estaba perdiendo mucha sangre, y ni siquiera había terminado

-Hay que prepararnos- anunció la doctora- viene otro.

"¡¿Otro?!" Pensó Anthea, quedándose sin respiración.

Se aferró al brazo de la enfermera que aún le sostenía, y le clavó las uñas debido al inmenso dolor.

-Tienes que empujar una vez más, Anthea- ordenó Fisher.

-No puedo... no puedo...

-¡Sí puedes! Hazlo por el bebé, ¡tú puedes!

Anthea tomó mucho aire, y sin darle más vueltas al asunto, pujó con todas las fuerzas que le quedaban, agitando frenéticamente los brazos y piernas, para escuchar finalmente el llanto de su bebé varón.

Las enfermeras arroparon a los pequeños y los acostaron junto a la madre, pero Anthea cayó en un profundo estado de inconsciencia apenas salió su hijo.

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