PARTE 16

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Selena

No me dio tiempo a concluir con mi parte: cuando iba a distraer a los guardias, alguien me agarró del brazo y me atrajo hacia su cuerpo. Pude verlo, ya que a Leo todavía no le tocaba apagar las luces.

Ella era alta, con sus tangibles rasgos aguileños bastantes definidos. Sus grandes ojos del color de la tierra podían hipnotizar a cualquiera que se interpusiera entre ellos. Su pelo le caía en forma de cascada sobre los hombros, del color del Sol. Sus rasgos despedían simpatía, pero pensé que no podría traerme nada bueno cuando me acababa de arrastrar en su posesión.

-Ven conmigo.-Dijo. Su voz era profunda, como si fuera una ballena y estuviera llamando tranquilamente a sus hijas mientras jugaban entre las olas.

-¿Qui...quién eres?

Se giró y me miró directamente a los ojos. Pensaba que este iba a ser mi fin, por la rapidez en la que se giró, pensé que esa pregunta era precisamente la que estaba fuera de sus planes. Pero, para mi sorpresa, me sonrió. Su forma de sonreír era bonita, te daba confianza al instante con un solo gesto. ¿Era eso posible?

-Tenemos tiempo de sobra para responder a esa pregunta.-Me dijo, y me agarró de la mano.

Se me pasó por la cabeza sacar las cuchillas y acabar con ella de una vez. No tenía ni la más menor idea de que pretendía, y eso me asustaba. Pero si sabía que me estaba impidiendo elaborar mi parte del plan que acordé con los míos, y sin mi parte...ninguno podría continuar, y eso significaba ''intento fallido'', que podría costarnos la vida. No tenía intención de dejarlos morir por el simple hecho de una distracción, por eso me resistí:

-Lo siento, no puedo acompañarte.

-¿Por qué no?

-Porque...esto...porque tengo cosas que hacer.-Me inventé algo lo más rápido que mi cerebro me permitía, aunque no era del todo mentira: tenía cosas que hacer.

Volvió a sonreírme ante mi indecisa respuesta y me cogió de la mano. Intenté zafarme de ella, pero dejé de intentarlo cuando me percaté de que habían llegado más guardias. Mi tiempo se había acabado, ya no podría distraerles, y si no lo hacía, adiós al plan. Y todo gracias a la extraña mujer que me agarraba de la mano.

-No te preocupes, no quiero hacerte daño.-Dijo ella. Probablemente porque notó mi inquietud cuando tomó mi brazo.-Solo quiero enseñarte una cosa, querida.

-Es que...no creo que ahora sea el momento...

-Siempre es el momento.-Y se me pusieron los pelos de punta.

Esta mujer no traía nada bueno. Empecé a buscar en mi memoria algún indicio de quién podría ser este personaje, busqué los rasgos que me describió Iria y ninguno de ellos encajaba con el de esta mujer, por eso supe que era un nuevo visitante a mi nueva lista de ''personajes no identificados''.

Me fijé en su ropa: llevaba un sencillo vestido de seda, como los que se llevan a la playa en verano. Solo le faltaba la gran pamela y se parecería a Paris Hilton.

Dejé que me condujera hasta donde ella quería, aunque no era una buena opción, pero ya no podría distraer a los guardias y cumplir con mi parte del plan...¿qué más podía hacer? Esperar. Solo podía esperar.

Pasamos por varias habitaciones y una me llamó la atención: montones de sábanas blancas adornaban el suelo, y no quería ni imaginarme lo que había debajo de ellas. Pero, entonces, cuando creía que íbamos a pasar de largo, la mujer se metió en la sala...y no tuve más remedio que imitar sus movimientos. Cerró la puerta detrás de nosotras y temí por mi vida. Me iba a matar. Ella se había encargado de robarles la vida a todos aquellos que se encontraban en ese instante alrededor nuestra, y yo iba a ser la siguiente.

Debió oler mi pánico, porque se acercó a mí y me susurró al oído:

-No tengas miedo. Ya te he dicho que no voy a hacerte daño, querida.

-En...entonces que hacemos...aquí?-Estaba temblando.

Pero ella, en respuesta a mi tartamuda pregunta, empezó a levantar las sábanas que se habían quedado adheridas a los cuerpos por el tiempo que llevarían ya allí.

Me obligué a apartar la mirada, pero la curiosidad pudo conmigo y acabé mirando a las caras de los inertes durmientes, que nunca volverán a despertar.

Pude fijarme en varios rostros: la mayoría estaban ya en el proceso de descomposición y la poca carne que le quedaban, ya casi habían abandonado lo que antes sería su piel.

Pero, entonces, cuando por fin fui capaz de apartar la vista, la mujer lanzó un grito de furia que me heló la sangre en las venas. Abrí los ojos y me crucé con los suyos. Estaba claro, era presa del odio.

Siguió allí postrada, contemplando al cuerpo sin vida. Me incliné hacia él y desearía no haberlo hecho en mi vida. Las lágrimas amenazaron con huir de mis ojos, no daba crédito a lo que veía en ese preciso momento tan macabro.

Ese cuerpo... pertenecía a mi compañero de aventuras.

Aquel cuerpo...inyectado en sangre, con los ojos arrancados de sus órbitas, con el pelo revuelto...

Nunca podré sacar de mi mente esa imagen.

Leo había muerto.

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