Kingpin

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—  No fue culpa tuya.

A pesar de sus múltiples intentos por hacerme sentir mejor, mi ánimo seguía siendo el mismo que semanas atrás, la noche del accidente.

Estábamos sentadas en una pequeña mesa circular pegada a una cristalera que nos dejaba ver Times Square a la perfección. La gente pasaba a nuestro lado sin siquiera percatarse de nuestras atentas miradas,centrados únicamente en sus propios problemas, sin prestar atención a la gente a su alrededor.

Volví a mirar a Maggie, la cual me observaba con las cejas alzadas, esperando a que dijera algo.

— Podía haberla salvado, Maggie.

— ¿Qué?– Sacudió su cabeza incrédula – Lena no podrías haberla salvado ni aunque supieras lo que iba a pasar con antelación. Murió ahogada por culpa del air-bag.

Dejé de revolver el café con la cucharilla y clavé los ojos en ella. Estar con ella me hacía daño, me recordaba demasiado a Kylie. Sin embargo la quería, era mi amiga desde bien pequeña y sabía que ambas necesitábamos a alguien en quien apoyarnos, con quien poder dejar atrás esta época de nuestras vidas.

— Lena –Dejó su taza de café sobre la mesa y buscó mi mano con la suya –Los demás estamos bien. Tu hermano está bien.

— Sí –Desvié la mirada a la vez que asentía – Tienes razón. Soy una estúpida, tú tampoco lo estás pasando bien... lo siento.

Hizo un leve gesto con la mano libre y se rió, dejando a la vista una amplia y perfecta sonrisa.

— No importa, bueno... ¿Qué tal si hablamos de spiderman?

Al verla guiñarme un ojo me sonrojé. Se lo había contado todo horas antes y, en estos momentos, me arrepentía de haberlo hecho.

Conocía a Maggie desde los cinco años, era la única persona – además de Kylie – que siempre había estado ahí para mí cuando lo necesitaba. Habíamos pasado por muchos cosas juntas, tanto buenas como malas, y lo único que habían conseguido era fortalecer nuestra amistad más aún, aunque pareciera imposible.

Maggie era distinta a las demás chicas. Iba siempre a contracorriente, no seguía modas, no se dejaba llevar por lo que opinaba de ella la gente, hacía lo que quería, cuándo quería y dónde quería. Debía admitir que toda la vida tuve cierta envidia de ella, aunque podría decirse que era sana.

Hasta hacía dos años su apariencia exterior era... bueno, como la de cualquier chica. Pero, de un día a otro, decidió hacerse múltiples piercings– en la nariz y orejas – y tatuajes por los brazos, además, se cortó el pelo como un chico y se lo tiñó de rosa palo. En estos años había crecido pero, aún así, ella no lo dejaba rozar sus hombros.

Suponía que buscaba la forma de demostrarle a los demás lo diferente que era, pero nunca sentí que tuviera que hacerlo. Ya se veía que era distinta, especial, única... no necesitaba demostrarlo.

— ¿Y dices que te llevó a un tejado a no sé cuantas manzanas del accidente? – Asentí – Eso no lo hace por cualquiera – Le di un sorbo al café.

— No nos conocemos de nada – Murmuré.

— ¿Y si sí lo haces? – Fruncí el ceño – Pero bueno... nunca lo sabrás.

La miré a los ojos, marrones, y le saqué la lengua a modo de mueca. Era verdad, nunca sabría quien era el enmascarado más famoso de Nueva York. Pero... ¿A caso era algo malo?

— ¿Helena?– Reconocí su voz al instante.

Giré la cabeza para mirarlo con rapidez. Estaba parado frente a nuestra mesa,con sus grandes ojos marrones clavados en los míos y una amplia y sincera sonrisa dibujada en su cara.

Spider-manDonde viven las historias. Descúbrelo ahora