Rosas

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La luz, clara y con relativa fuerza, fue la única capaz de despertarme. Por alguna razón no me encontraba tendida en el arcén, sino que mi cuerpo estaba tumbado sobre una cama mullida y blanca, y cubierta por un juego de sábanas finas a la altura de la cintura.

La habitación era pequeña pero, a su vez, repleta de cosas, entre ellas flores de distintos tamaños y colores, un sillón azul claro en la esquina derecha y un gran ventanal sin cortinas por el que había entrado la luz a la habitación.

Sobre la mesilla – también blanca – de mi izquierda, descansaba un jarrón azul con cinco rosas blancas. Extendí la mano hacia ellas, llegando a rozar una con los dedos.

— Son preciosas – Susurré sin dejar de mirarlas.

— Son mías.

Me senté sobre la cama, con las sábanas aún cubriéndome hasta la cintura.Apoyado en el marco de la puerta estaba Peter, con una sonrisa torcida dibujada en sus labios.

— No tenías que haberte molestado – No le devolví la sonrisa, en cambio, mantuve la mirada con cierta seriedad.

— Sí tenía porqué – En unos pasos escasos llegó hasta los bordes de la cama, apoyando ambas manos en los pies de esta – Lamento lo que te ha pasado – No respondí – Te dije que no hicieras tonterías.

Apreté la mandíbula.

— Te fuiste – Peter pestañeó varias veces incrédulo.

— No me fui.

— Si lo hiciste.

— Lena...

— No. ¡Te fuiste Peter! Me dijeron que te fuiste corriendo.

— Sí, pero...

— ¿Pero qué? – Espeté, poniendo los brazos en jarra.

Él abrió la boca, como si fuera a decir algo pero, finalmente, la cerró y agachó la mirada.

— Lo siento, no debí venir.

— No.

Observé con expresión neutral como rodeaba la cama y se acercaba a mí. Separó a mi izquierda, su respiración era débil e irregular a diferencia de la mía, más calmada. Se inclinó ligeramente y propinó un largo beso en mi frente.

— Quería comprobar que estabas bien – Susurró nada más separarse – Sólo eso.

— Ahora ya lo sabes.

— No sólo vine por mí, también me mandó él – Esta vez si que alcé la mirada, clavé mis ojos en los suyos con semblante serio pero, a su vez, deseoso porque siguiera hablando – Él te salvó.

— Lo sé.

Tragó saliva.

— Casi... – Desvió la mirada antes de girarse, dándome la espalda – Casi mueres, casi mueres de la misma forma que Gwen.

— Ella... ¿Murió así? – Peter asintió, devolviéndome toda su atención – ¿Y por qué yo no?

— Te cogió a tiempo, te diste con la espalda en el arcén no con la cabeza – Ante mi poco entendimiento se explicó–  Lanzó la telaraña encima del estómago.

— Pues dale las gracias.

— Ya lo hice – Asentí lentamente – Quiere hablar contigo.

— ¿Cuándo?

— Hoy por la noche, cuando salgas del hospital va a ir a tu casa.

— No.

— ¿No?

Spider-manDonde viven las historias. Descúbrelo ahora