Respuesta

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Estaba tendida en el suelo, medio desnuda y dolorida. Muy dolorida. Pese a mis constantes intentos por olvidar el día aquel, vagos sonidos e imágenes borrosas aparecían en rápidos fogonazos en mi mente.

Un ligero gemido de dolor se escapó de mi garganta y las lágrimas, que no habían cesado ni por un instante en todo el día anterior, volvieron a brotar de mis ojos, ya cansados.

Había dormido muy poco por la noche. Después de que acabaran de grabar el video que le enviarían a Peter y de que cada uno de los presentes procuraran acabar con las pocas fuerzas que me quedaban, no había logrado pegar ojo hasta un día después, por dos horas. Hoy, tres días después de la paliza, había conseguido dormir cuatro.

Sinceramente, desearía haber muerto. Desearía no haber llegado a hoy y pasar otro día aquí metida. Encerrada. Como si no me tratara de una persona.

El mero sonido de unos pasos en el pasillo, al otro lado de la puerta, hicieron que me llevara las manos a la cabeza y las enterrara en la maraña de pelo. Grité. Grité como nunca antes había gritado. Presioné las rodillas contra el pecho y volvía gritar aún más fuerte. No sabía porqué lo estaba haciendo, de nada me serviría. Si quisieran hacerme daño mis inútiles gemidos no los frenarían, mas bien todo lo contrario, alimentarían sus ganas de herirme.

Tenía dos opciones, o me quedaba aquí encerrada esperando a que Peter viniera o me las arreglaba para escapar. Pero una cosa tenía clara, estaría aquí el menor tiempo posible.

— Eh, niña — Miré de reojo a la puerta, ahora abierta de par en par, con una figura a contraluz entre esta y el umbral — Come.

Dejó una bandeja en el suelo y la empujó con el pie, consiguiendo que llegara junto a mí. Indecisa, estiré un brazo para coger con los dedos el único mendrugo de pan sobre el plato de plástico, y me lo llevé a la boca bajo la atenta mirada de la figura, todavía en la misma posición.

— No voy a irme — Mascullé entre dientes.

— Sería bastante estúpido si lo hicieras — Dio un paso en mi dirección — Si lo intentaras más bien.

Le di un gran bocado al trozo de pan, casi terminándolo. Pese a estar a contraluz sentía su mirada clavada en mí mas, tras aquella noche, no tenía valor ninguno de plantarle cara. Así que continué comiendo sin decir palabra, pero mirándolo de reojo.

— Ha respondido.

Su voz, revestida de cierta burla, cortó el silencio como un cuchillo. En cuanto mi cerebro procesó las palabras y se dio cuenta de lo que eso significaba me quedé quieta, mis manos dejaron de desmenuzar las migajas restantes de pan provocando que se precipitara al suelo. Bajé la mirada al suelo y, tras varios segundos de shock, apoyé las palmas de las manos en el suelo y arrastré las rodillas por este, acercándome a la sombra de la puerta, que me observaba entretenida.

Cuando hube llegado junto a él, estiré la mano hacia su pie y rodeé con esta su tobillo. Me sentía estúpida, arrastrándome así por saber qué era de Peter, pero se trataba de Él, tenía que saberlo, necesitaba saberlo.

Mi mano temblaba bruscamente, como el resto de mi cuerpo, pero aun así me forzaba a mí misma a mantenerla alrededor de su tobillo mientras buscaba las palabras adecuadas.

— ¿Qué...? — Mi voz se cortó, queriendo dar lugar a un llanto desesperado. Tragué saliva y cerré los ojos con fuerza, ya abarrotados de lágrimas — ¿... dijo?

Él se rio antes de soltar mi mano de una patada, terminando la puntera de su bota en mi cara, más concretamente debajo de mi ojo derecho. Me caí de lado. Rocé con los dedos el ojo y gemí de dolor, iba a salir moratón.

— Fue más fácil de lo que pensábamos — Dijo, encendiendo la luz del cuarto y cerrando la puerta detrás de él — Nos mandó un mensaje muy original. ¿Quieres verlo?

No respondí. Quería asentir, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Entre mi cuerpo dolorido y la poca comida que me proporcionaban, tres vasos de agua y otros tres mendrugos de pan diarios, no podía sostener ni mi propio peso. Estaba segura de que había bajado más de cinco kilos en estos cuatro días, de hecho, pasaba las manos por mi cuerpo y notaba los huesos sobresalientes.

— Levántate — No me moví, no podía — Te estoy diciendo que te levantes — Agarró mi brazo y me levantó como si fuera una pluma, di un paso hacia delante pero mis rodillas cedieron — Joder — Exclamó mientras me cogía al vuelo.

Me cogió en brazos y me sacó de aquella habitación en un suspiro. Atravesamos el largo pasillo que siempre veía desde la ventanilla de mi puerta, este se extendía desde mi habitación hasta lo que parecía una salida. En vez de ir hacia ella se paró en mitad del corredor y abrió una de las tantas puertas a mi derecha.

La empujó con el pie y, nada más abrirla, me tiró al suelo con brusquedad, bajo la atenta y divertida mirada de Kingpin, Duende Verde y otras cuatro personas más a las que conocía muy bien. Eran las de la paliza.

— ¡Spidey contestó! — Gritó Duende Verde poniéndose de cuclillas a mi lado — ¿Por qué no se levanta?

— No tiene fuerzas — Contestó el que me trajo la comida.

Duende chasqueó la lengua.

— ¿No la ves? ¡Está prácticamente desnutrida! — Exclamó Kingpin a Duende — Chicos, os dije que la mantuvierais ¿Y si se muere? ¡No ganamos nada con eso! Si la chica muere él no va a hacer ningún trato con nosotros.

— Puede que... bueno... — Me puse de rodillas como pude, para así poder mirar al que estaba hablando — Si ella muere... quizás élmuera también — Sonriócon malicia — Quizás se mate.

Exhalé un suspiro con el aire restante en mis pulmones y, de pronto, todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas. Me estaba mareando y las ganas de vomitar habían incrementado notablemente.

— ¡No! ¡No! y ¡No! — Gritó Duende Verde — ¡Lo quiero matar yo! — Se acercó a Kingpin apretando los puños — ¡Me lo prometiste!

Kingpin puso los ojos en blanco e hizo un gesto de despreocupación con la mano.

— Vale vale compañero, no te alteres.

— Me lo prometiste... — Repitió Duende más bajito, como si estuviera hablando consigo mismo.

— ¡Eh! Estamos aquí por algo — Exigió Kingpin, ignorando al Duende.

Por extraño que pareciera, la chica de las trenzas — apoyada contra la puerta— pasó a mi lado y, poniéndose de puntillas, encendió la pequeña televisión colocada sobre una mesa vieja frente a mí. Yo misma, por inercia, alcé la vista y mantuve los ojos abiertos como platos, pese a mi cansancio.

— ¡Míralo! Mira lo que hizo con Jace — La risa de Kingpin hizo que se me pusiera la piel de gallina.

Pestañeé repetidas veces al ver lo que tenía frente a mí. Las noticias del canal 4 mostraban el puente de Brooklyn, más concretamente a un chico colgado por los tobillos de una larga telaraña, en el medio y medio del puente. La policía había parado el tráfico y, en ese mismo instante, los bomberos intentaban bajarlo de allí arriba.

En cuanto acercaron la cámara a su torso, descubrí lo que parecía una hoja pegada en su pecho.

" Domingo. Medianoche "

***

Maratón!!

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