Revelación

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— ¿Te apetece ir a algún sitio?

Estrujé el labio inferior entre los dientes con relativa fuerza. No hacía ni una semana desde mi reciente – e inesperada – decisión de "estar" en cierta forma con Peter. Ninguno en ningún momento había preguntado qué eramos y qué no, suponía que eso estaba ligado a que la comodidad de esta situación era tal que nadie buscaba quebrarla.

— No hay nada mejor que un café caliente en un día de lluvia – Susurré, haciendo que mi respiración golpeara la ventanilla del coche, cubriéndola de vapor.

— Mentira – No me molesté en mirarlo si quiera, no era algo fuera de lo normal que me llevara la contraria en absolutamente todo lo que decía – Un chocolate caliente es mejor.

— Me da dolor de cabeza – Esta vez sí que lo miré – Y lo sabes.

Peter se había remangado las mangas del jersey verde hasta los codos ya que, según él, que la tela rozara el volante le ponía nervioso. Esto mismo encabezaba mi lista de "fobias extrañamente extrañas" que, por alguna razón, estaba repleta únicamente de las suyas.

Miré de soslayo los dos números rojos que indicaban la temperatura exterior. En los últimos días, la temperatura en la ciudad de Nueva York había descendido notablemente, pasando de los 59 o 60 grados Fahrenheit usuales a,ni más ni menos, que 48. En mi vida cotidiana esto se traducía a "comprar mantas, abrigos y jerseys de invierno" y a "Café caliente tres veces al día", es decir, una etapa muy "regular" para mi economía.

— Puedo pedirme un café en vez del chocolate.

— O puedes observarme comer.

Puse los ojos en blanco.

— No tomemos tantas confianzas – Dije intentando contener la risa.

— Ya están más que tomadas – Contraatacó, apartando la vista de la carretera unos segundos para hacerme una mueca graciosa – ¿A qué hora sale Adrien de la biblioteca?

— Me dijo que sobre las siete estaba fuera – Miré el reloj sobre el salpicadero, todavía eran las cinco, nos daba tiempo de ir a tomar un café/chocolate y de dar una vuelta por los jardines al lado de la biblioteca.

Adrien adoraba a Peter, cada vez que lo veía sus pupilas se dilataban y una sonrisa triunfadora se dibujaba en su cara. Le gustaba todo lo que hacía, las fotos le parecían magníficas, su trabajo espectacular y mi "relación" con él más que perfecta. Si se llegara a enterar de su doble identidad lo más probable es que le diera un infarto.

Mis padres en cambio lo conocían como "el amigo de gafas que no para de sacar fotos del jardín" o "el chico del monopatín". Sin embargo, pese a que su relación con Peter no era mala se quedaba más bien en lo cordial. Y yo agradecía eso, ya iba siendo hora de que dejaran de meterse en mi vida.

— ¿ Me dejas tu cámara? – Asintió con un casi inexistente movimiento de cabeza – Wow, pesa – Exclamé a lo que él respondió con una disimulada risa.

La saqué de la funda y aparté la tapa del objetivo, la acerqué a mi ojo derecho con especial lentitud. A través de la lente de la cámara todo se veía más... hermoso, tal y como tantas veces había dicho Peter. El coche rojo de enfrente, con los niños pequeños mirando hacia nosotros, resultaba más adorable percibido por una cámara que por el ojo humano.

No dudé en apretar el botón y sacar una foto cuando ambos niños nos sonrieron y saludaron con los juguetes en las manos. Bajé la cámara para revisar la foto, era perfecta. Mirando a Peter de reojo pulsé el botón de la izquierda con disimulo, comenzando a pasar las fotos una tras otra, cada cual más bonita que la anterior.

Spider-manDonde viven las historias. Descúbrelo ahora