Sorpresa

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El viaje de vuelta a casa fue extrañamente incómodo. Peter mantenía ambas manos firmemente sujetas al volante, sus ojos pocas veces se desviaban en mi dirección y, cuando lo hacían, volvían a su anterior posición casi al segundo. Adrien en cambio no paraba de hablar, de su boca es escapaban todas y cada una de las anécdotas que formaron parte de su día en la biblioteca con sus compañeros del instituto.

— Y entonces a Jen se le cayó la mochila con todo lo que llevaba dentro – Se rió tapándose la boca – ¡Hizo un ruido horrible! Todo el mundo se giró a mirarnos – Volvió a reírse y yo lo imité.

— Pero lo importante es... ¿Estudiaste no? – En cuanto terminé de formular la pregunta el silencio más absoluto inundó el coche. Me reí entre dientes – Vale, le diremos a mamá que sí.

— Bien.

Nuestra casa estaba a la vista, detrás de una verja alta y gris. La lluvia no había amainado en toda la tarde, por lo que ahora el camino de tierra y piedras hasta casa era prácticamente barro. Miré a Peter antes de abrir la puerta del coche, salí y eché el respaldo hacia delante, dejando salir a mi hermano.

Cerré la puerta y rodeé el coche bajo la atenta mirada de Pet. En cuanto hube llegado a su ventanilla la golpeé varias veces con los nudillos.

— Mira... – Comenzó él tras haber bajado la ventanilla casi a completo, pero lo interrumpí.

— No, tienes razón... por mucho que me cueste me mantendré al margen... por ti.

Buscó mi mano con la suya y la acarició con sus dedos, para después besarla.

— Gracias.

Asentí apretando los labios y me separé de él dedicándole una leve sonrisa. Lo despedí con la mano mientras observaba con detenimiento como giraba el coche y se iba por donde había venido.

— Vamos, Adrien – Empujé la verja con fuerza y la cerré detrás de mí.

Las botas de agua se hundían en la tierra a cada paso que daba, manchándose de barro más allá de la puntera. Adrien caminaba a varios metros por delante de mí, las llaves asomaban por debajo de la manga de su abrigo, varias tallas mas grande, como a él le gustaba.

— Voy a la habitación – Dijo nada más abrir la puerta de casa.

Sujetó la puerta hasta que la aguanté con mis manos y la empujé con la espalda hasta el umbral, cerrándola.

— ¿No quieres quedarte conmigo viendo una película? – Negó con la cabeza de espaldas a mí mientras subía las escaleras con llamativa lentitud – Bueno... pues la veré yo sola.

Fui a la cocina a por un bol de palomitas y aproveché mientras se hacían en el microondas para revisar el móvil. Cero mensajes de Peter. Como era usual.

Escondí el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón e inicié el camino hacia el sofá, sobre el que me tiré con escasa delicadeza segundos después. Busqué el mando de la televisión entre los cojines aprisionados por el sofá y mi espalda, encontrándolo poco después.

— No dan nada bueno – Susurré, siendo consciente de que estaba hablando sola.

Finalmente me decidí por una sesentera película de vaqueros. Dejé el mando sobre la mesa de cristal y me acomodé en el sofá, colocando una manta de borrego por encima y sacándome las botas frotando los pies.

El sueño comenzaba a hacerse presente cada vez con más y más intensidad, hasta que, de un momento a otro, caí en los brazos de Morfeo.

Un ruido seco hizo que mis ojos se abrieran de par en par. La manta que antes se encargaba de cubrir mi cuerpo estaba tirada al lado del sofá, entre este y la mesa de cristal. Volví a cerrar los ojos con una mueca de desagrado dibujada en la cara, pero otro golpe sordo me obligó a abrirlos de nuevo y levantarme del sofá.

Spider-manDonde viven las historias. Descúbrelo ahora