Capítulo 30.

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CAPÍTULO 30.— ¿PODEMOS HABLAR?

—¿Qué tal el viaje? —preguntó Albert mientras nos introduciamos en la enorme mansión.

—¿Te comieron la lengua los ratones? ¿por qué no hablas? Es de mala educación guardar silencio cuando te están hablando —reprochó la rubia con cierto tono de broma que no me creí ni por un segundo.

—Oh, pues... fue lindo. El jardín era maravilloso y... Tiene una asombrosa casa... —hice una pausa tratando de encontrar la palabra para nombrarlo—... Señor Trobolt.

—Oh, Roxanne, querida. Llámame Albert.

Esto. Era. Realmente. Espeluznante.

—Está bien..., señor Trobolt.

Estoy segura que escuché a Nickolas soltar una risita de burla, lo que logró hacer la situación un poco más serena para mí. Su padre nos invitó a pasar. Al entrar, nos recibió una enorme sala blanca iluminada con el brillo amarillento producido por cientos de lámparas araña que caían del techo. Una enorme alfombra negra decoraba el lugar y se perdía hasta llegar a una puerta café rodeada de dos enormes escaleras en espiral, con un delicado barandal negro igualmente.

A la derecha se extendía en una estadía muy organizada con una enorme pantalla plana incrustada en la pared. Dos estanterías repletas de libros con apariencia de tener cientos de años se ubicaban a cada lado de la pantalla y un gigante sofá en "u" se situaba en el centro de la estadía. A la izquierda se ubicaba un elegante comedor negro de doce puestos —aunque realmente no sé para que necesitaban tantos, si solo vivían ellos dos en esa enorme casa— y algo que se asimilaba a un bar se encontraba a la esquina superior del comedor.

Sin duda era un lugar increíble.

Nickolas no parecía sorprendido, de hecho, no levantaba la mirada del suelo, se notaba como si quisiera irse de ahí cuanto antes y no lo culpaba, pero se estaba comportando tan desinteresado que comenzaba a fastidiarme.

La cena había comenzado alrededor de las siete y Nickolas no había dicho una sola palabra en toda la noche, por lo tanto, la que tuvo que hablar por los dos fui yo y realmente me había molestado. Yo, encerrada en cientos de preguntas que tuve que responder a su padre aunque no lo deseaba realmente, gracias a que él no se atrevió siquiera a abrir la boca.

—¿Te gustó la ensalada, Roxana? —preguntó la rubia, que al parecer se llamaba Scarleth—. Personalmente creo que estás delgada, deberías comer más. A Nickolas le gustan las chicas con un poco más de... “carne” —concluyó con una sonrisita que me molestó bastante.

En ese momento él levantó la cabeza y observó a Scarleth con una ceja levantada, casi como si quisiera saber que diría la rubia después. El padre de Nickolas solo se rió.

—Si, creo que eres bastante delgada, ¿cómo les va viviendo juntos? —cuestionó con cierto tono de picardía.

Sabía a lo que se refería. Ambos sabíamos a lo que él se refería. Así que abrí mi boca para intentar evadir la pregunta, sin embargo, Nickolas me interrumpió, de manera que habló por primera vez y solo fue para provocar a su padre.

—Excelente. Todo va de maravilla. Mejor de lo que te puedas imaginar.

Albert pareció atragantarse con su comida, dándome a entender a que si era eso a lo que se refería. La pregunta poseía doble sentido, pero fue un gesto que se tomó desapercibido gracias a que alguien apareció al comedor. Se trataba de un hombre mayor, vestido elegantemente como si fuera uno de los mayordomos. Se acercó al padre de Nickolas y le susurró levemente algo al oído, él hizo una mueca, se limpió los restos de comida al alrededor de la boca con la servilleta y se levantó de su asiento.

Un compromiso arreglado por el gobierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora