Capítulo 31.

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CAPÍTULO 31.— DESASTRE.

—¿Qué has dicho? Creo que no te oí. ¿Podrías repetirlo?

—Podría. Pero no tengo intención de hacerlo. Sé que has oído, así que no me fastidies y vámonos —murmuré cruzándome de brazos.

Nickolas sonrió.

—¿Es una venganza?

—Probablemente —respondí con una sonrisa triunfal—. De todos modos. Creo que deberíamos irnos ya. No quiero pasar otro sólo segundo de mi existencia en esta casa de locos.

—Es tarde. No creo que Albert nos regrese a casa. Tampoco creo que permitan pasar un taxi hasta aquí.

—Buen punto —repuse alzando las cejas—. Pero entonces eso se supone que dormiré aquí y no lo deseo precisamente —exclamé con sarcasmo.

—Lo sé. Pero puedes dormir conmigo si quieres —dijo sonriéndome con malicia.

Golpeé su frente con la palma de mi mano.

—No, gracias.

—Aunque sabes. Ya que nos quedaremos aquí, quiero mostrarte un lugar en especial. Desde que llegamos he querido llevarte pero no he tenido la oportunidad.

—¿Ah, si? ¿qué es? —curioseé arqueando una ceja.

—El jardín que mantenía mi madre —mencionó con una sonrisa melancólica—. Solía venir aquí mucho con ella... Y con Brando —hizo una mueca.

Reí.

—Siempre me pregunté algo. Si Brando tiene veinticuatro. ¿Cuántos años tenía cuando salía con tu madre? —pregunté mordiéndome la lengua al instante³—. Lo siento.

«Es un decir, cómo que se arrepiente de lo qué dijo. Lo específico por si acaso.»

—¿¡Veinticuatro!? Ese anciano tiene veintisiete, parece que dejó de envejecer desde esa edad. Es como una chica, miente sobre sus años a su gusto —respondió restándole importancia a mi comentario.

Reí.

—Mi madre tenía veintinueve y él veintidós —Nuevamente hizo una mueca—. Prácticamente se llevaban siete años de diferencia.

—¿Eso quiere decir que tu madre te dio a luz a los 16?

—Sabes, estoy comenzando a creer que eres muy directa.

—Uh, lo siento.

—No te preocupes. Igual algún día tedría que decírtelo, ¿no? —declaró desordenando mi cabello.

Sonreí. Realmente quería a ese chico.

Nickolas inició a caminar, y yo seguí sus pasos pisando sus talones. Bajamos a la primera planta y salimos por la puerta trasera, donde nos recibió una agradable brisa nocturna y un delicado camino de piedra que rodeaba un bonito jardín en un extenso campo de visión. La luz de la luna iluminaba el panorama con su característica luz azulada, un manto de estrellas cubría el cielo y el sonido que emitían los animales era ciertamente relajante. El lugar se sentía tan tranquilo después de soportar el ambiente turbio que poseía el interior de la mansión.

Nickolas señaló hacia una banca acolchonada de color blanco que se encontraba bajo un pequeño lugar rodeado por un ligero techo en forma de cúpula, que aparentemente no poseía paredes.

Lo miré confusa.

Él sencillamente me respondió con una sonrisa nostálgica, me tomó con más fuerza de la mano y me dirigió juntó a él a la banca. La tela era tan cómoda que me undí en una textura la cual causó que casi me imaginara  sentada en una nube. Era tan suave y relajante que olvidando mis preocupaciones me incorporé en el asiento cerrando mis ojos.

Un compromiso arreglado por el gobierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora