Estaba atónita. Mi corazón iba a salirse de mi pecho para buscar a Tomas.
Grité, maldije, lloré. Pero todo fue en vano. Tomas no aparecía, Tomas no iba a entrar corriendo por esa puerta diciéndome que me quería. Tomas ya no iba a jugar con mis calzones. Él ya no iba a ser el primero en abrazarme cuando llegue a casa. Él se fue. Para siempre.
—Mi niña, debemos asimilarlo. A todos nos duele esto. —dijo papá secándose el rostro con los puños de su camisa. John lo imitó y comenzó a juntar el desastre de agujas y líquidos que hice en el suelo en mi ataque de locura.
Necesitaba aferrarme a alguien. Y la persona perfecta en este momento es mi padre. Corrí a sus brazos y ambos caímos de rodillas al suelo. Él sobaba mi espalda mientras me decía que todo iba a estar bien. Yo sabía que nada iba a estar bien, no después de esto.
—¡Señorita! —exclamó una enfermera asustada. Enseguida dejó su bandeja con inyecciones sobre la cama de visitas y corrió a levantarme del suelo. En ese momento me endurecí contra mi padre. Me sentía segura entre sus brazos. Y nadie me iba a arrebatar esa seguridad de nuevo.
—____ vamos, arriba. No puedes estar aquí. Tu cuerpo no está bien, necesitas recuperarte. —dijo mi hermano.
—Quiero ver a Tomas. Llévame papá. —rogué.
—Hija, me temo que eso es imposible. Cuando te recuperes, lo veremos. —completó mi padre.
—Que lo quiero ver por última vez papá, joder! Es mi niño.
—¿No pensaron en la idea de velar al niño aquí? La clínica permite eso. —intervino la enfermera aún desesperada por levantarme.
—¿Eso es posible? Entonces tráiganlo. —se me iluminaron los ojos. Iba a estar tranquila si veía a mi campeón.
—Sólo será posible si se acuesta en la camilla y permite que la vuelva a conectar. De lo contrario hablaré con quien dirige la clínica y negaré la entrada del cuerpo del niño.
Tal como lo dijo, salté a la cama. Apuré a la enfermera a enchufarme a todos los aparatos y una vez lo hizo, la apuré a tramitar las cosas. Tenía una daga en mi corazón.
Mientras esperaba que todo estuviera listo, comencé a pensar. Kai. ¿Dónde estaba?
Aún retengo todo lo que pasó ese tiempo. La manera en que Spencer quemó mi cuerpo con las colillas de los cigarros que sus colegas desechaban, los golpes fuertes que me dió, las veces que me tocó. Pero aún peor, recuerdo el momento exacto cuando esa maldita bala atravesó al niño. Frente a mí, cayendo tan bruscamente, yéndose de esta vida a tan corta edad. Se me fue y no pude hacer nada.
Y toda la mierda gracias a las deudas del hijo de la gran puta de Kai.
La enfermera llegó luego de un tiempo, y me informó que mañana por la mañana mi pequeño estaría aquí conmigo. Por última vez. Que destino tan desastroso para un niño de su edad, mierda. Pensar que lo saqué de ese calvario donde lo tenían los Kim y terminó peor.
Papá y John se despidieron de mi, ya que les rogué que no se preocuparan y así vayan a descansar. Justo cuando salían por la puerta, entró un enfermero arrastrando una mesa metálica de ruedas con lo que se suponía era mi cena. Pude notar que en ningún momento levantó su cabeza, pues la llevaba cabizbaja desde que entró.
No le di importancia y sólo me dediqué a vaciar mis sacos lagrimales. Por el rabillo del ojo, noté como aquel tipo, que antes estaba de espaldas sirviendo la comida, se giró lentamente.
—No deberías llorar. —dijo casi inaudiblemente. Un poco por su tono de voz y el barbijo que le impedía hablar correctamente.
—Cómo mierda quieres que no llore cuando me acaban de decir que mi hijo está muerto.
— No era tu hijo.
—¿Qué coño sabes tú?
Y allí se quitó el barbijo. Mierda, hubiese deseado que no lo hubiese hecho. Me miró, profundizando su mirada.
—Di algo. —reclamó al ver que de mi boca no salió ninguna palabra. Me limité a mirarlo con todo el odio del mundo. Sabía que si hablaba, esto iba a acabar mal.
—Te extrañé. —dije sonriendo.
—¿Eso es todo? ¿No me reclamarás nada? —preguntó. Palmeé un costado de la cama, indicándole que venga hacia mi.
—Bésame, sólo hazlo. —dije cuando se acercó. Lo tomé del barbijo y lo atraje a mis labios, no sin antes haberme deshecho de aquel tapabocas azul. Kai siguió mi beso, pero no iba a mi ritmo. —¿Qué te pasa? ¿Acaso no me quieres más?
—No, nena. Es que no esperaba que reaccionaras de esta manera, es raro. Tú no eres así.
— Mira, trato de llevar esto con la mayor madurez que puedo. Sabes que odio estar acechada por algo o alguien. Simplemente eso.
—Pero tú lo amabas, y yo provoqué todo esto. Él está muerto por mi maldita culpa, joder, ______.
—Sh. Olvida eso. Ya pasó. Ahora centrémonos en lo nuestro. ¿Me dará de comer, enfermero sexy? —claro que estaba siendo sarcástica de una manera en la que el no se diese cuenta. ¿Cómo coño olvidaría lo de Tomas? Sólo debo hacerlo caer. A Kim y a todos los hijos de puta que colaboraron con Spencer. Del sicario me encargaría más adelante.
Kai levantó una ceja esbozando una sonrisa a la vez.
—Dios, mujer. Te amo. —dijo mirando al techo. Se alejó en busca de mi comida y volvió a mi nuevamente.
Comenzó a alimentarme con algo que decía ser un puré de calabaza y pollo hervido. Nos introducimos en algo que parecía ser un juego erótico, claramente con la excepción de que por mi parte las cosas no fluían naturales. Era pura actuación.
Pronto oímos que alguien se estaba acercando a mi habitación. Kai pensó rápido y saltó por la ventana. Pero sin querer, su bata quedó atrapada en una de las trabas. La adrenalina corrió por mi cuerpo, ya que no podía levantarme. Sin más, tomé la cuchara que estaba a mi lado y la tiré contra la traba, lo que le dió empuje a la traba, y se soltó.
Por la puerta asomó una cabeza. Era la enfermera.
—¿Todo bien? —preguntó. Levanté mi pulgar como señal de que lo estaba, y ésta siguió su camino.
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Destructora (Kai y tú)
FanfictionNoralí Yeun pertenecía a una familia narcotraficante. Un día, los Vélez quisieron tomar su territorio y comenzó una gran guerra de familias. ¿Alguna de éstas dos familias ganará? Para los jóvenes de las familias la guerra es casi inexistente.