Aquella mañana fue... extraña. Mi corazón me pedía desoladamente la presencia del ojigris. Mis labios aún recordaban los suyos, sin duda alguna con mucha más experiencia que los míos. En mi camisa su aroma a frescura seguía impregnado.
Quedé hipnotizada al contemplar lo que el rastro de Draco había dejado en mí, frente al espejo. Cerré los ojos. Las yemas de mis dedos recorrían ciegamente las marcas en mi cuello, acariciando cada espacio que él anteriormente había besado. A pesar de que me moría por volver a quedarnos tumbados en la cama hablando hasta tarde, cómo lo hicimos ayer, la parte intuitiva –y sin duda alguna la más razonable de mi cerebro– me advertía de que no lo hiciera.
Las numerosas cuestiones que seguían acechando mis pensamientos más sensatos, eran cada vez más intensas. Decidí que no era tiempo de dudar, por lo tanto, me dispuse a buscar a Zabini. Me aferraba a la esperanza de que pudiera proporcionarme alguna respuesta a mis infinitas incógnitas.
Cubrí con mi pelo, en medida de lo posible, señas evidentes de mi encuentro con Draco del día anterior. Era en los momentos en los que me alegraba de no haberme cortado el cabello.
El cuarto estaba hecho una pena. Era como si un grupo de Duendecillos de Cornualles se hubiesen estad divirtiendo acosta de toda mi ropa. Me dispuse a ordenarlo, mientras esquematizaba punto por punto las preguntas para Zabini.
Ya estaba lista para ir en busca de Blaise, pero ¿Lo estaba para saber la verdad? No estaba muy seguirá de ello, no obstante, también lo estaba de que no sería de tanta envergadura como Zabini lo insinuaba.
Busqué por todo el castillo, sin éxito alguno. No estaba ni en la sala común, ni en la biblioteca, ni en el gran comedor. Miré en la lechucería, en el corredor de la torre del hospital del quinto piso.
Fuera estaba claro que no podría estar, ya que estaba prácticamente diluviando, algo extraño para estar a punto de entrar en verano. Me recorrí toda la fortaleza, de arriba abajo, miré en todas partes, excepto en un lugar... No sé por qué, pero se me ocurrió mirar en el séptimo piso, en el mismo en el que vi aparecer el formidable portón por el que Hermione y Harry desaparecía, al que Luna se refirió como sala de los menesteres.
Conseguí escabullirme sin ser vista por nadie.
Una vez allí, respiré hondo. Recuerdo un excesivo olor a humedad, tanto que me hacía daño en las fosas nasales. Estaba allí sola, en mitad del corredor, envuelta en un silencio aterrador.
Los pocos rayos que se colaban por las densas nubes, se filtraban por pequeñas ventanas en las paredes del pasillo, aportando algo de luz.
De pronto, el ruido del eco de mis pasos dejó de ser el único sonido que se oía.
Alguien sollozaba. Doble la esquina para ver de quién se trataba. Sentado en el suelo, había un alumno, con la cabeza metida entre las rodillas, ahogando sus sollozos lastimeros. Paso tras paso, me acercaba desconfiada. No pareció percatarse de que estaba allí, hasta que me agache a su lado.
— Hey ¿Te encuentras bien?— Rocé su hombro. Suavemente alzó la cabeza — ¿Zabini? — Las lágrimas habían empapado su cara por completo. Sus ojos se veían rojos he hinchados a cuenta del tiempo que llevaba llorando. Inquieto, se puso en pie, alzándome con él hasta situarme a su lado. Miró a los lados preocupado.
— No puedes estar aquí — Hice inútiles esfuerzos por soltarme.
— Suéltame — Imploré — ¡¿Te has vuelto loco?!
— Shh, corres un grave peligro, sin Dumbledore aquí, te encontrará fácilmente.
— ¿Quién? — Silencio — ¡Zabini estás enfermo! — Me solté de su férreo enganche — ¿Qué está pasando?
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Till The End [Draco Y Tú]
Hayran KurguEl día 2 de mayo de 1998, yo morí. Ahora, donde quiera que sea este sitio en el que estoy, recuerdo los últimos minutos de vida como algo incalculablemente preciado. Nunca habría imaginado que podría haber muerto de aquel modo; con Draco sujetándome...