Había lo menos cincuenta cartas recibidas en el mismo año. ¿Para qué querría Dumbledore hablar con mamá? Cogí una de ellas y me dispuse a leerla y averiguar que era lo que se traían entre manos.
— Es un poco tarde para estar despierta, ¿no crees? — Escuché la voz de Dumbledore a mis espaldas y me hizo sobresaltarme. La carta se deslizó por mis dedos. Recé para que no me hubiese pillado leyendo el escrito. Volteé mi cuerpo lentamente. Me oteaba curioso y por un segundo pensé que me había descubierto. Estrujé mis meninges en busca de cualquier pretexto para salvar la situación. El corazón me iba a mil y podía jurar que lo notaba en mi garganta.
— Sólo he venido a darle las gracias personalmente por la rosa que dejó en la enfermería.
Día dos consciente en el hospital.
Abrí los ojos. Ya era de día y la señora Pomfrey me traía a comida insípida en una bandeja. Me incorporé mientras posaba la comida sobre mis muslos. Su retahíla de preguntas a cerca de mi estado era siempre igual. << ¿Estás mareada?>> << ¿Te duele la cabeza?>> <<¿Sientes nauseas>>
Las respuestas, al igual que las preguntas eran siempre las mismas, No, A veces y sí. La última contestación siempre la obviaba y me explicaba que el mal sabor del tratamiento era lo que lo hacía tan efectivo. Puse los ojos en blanco y me volteé para tomar el vaso de agua de mi mesilla. Justo al lado había una preciosa rosa, roja como la mismísima sangre y tan fresca como una mañana de invierno.
— Es preciosa ¿verdad?
— ¿Quién me la ha traído?
— He visto al señor Dumbledore salir de aquí no hace más de una hora.
— ¿Una rosa?
Su voz me sacó del recuerdo.
— Sí, la que me dejó en la mesilla.
Miró a un punto detrás de mí con aire pensativo.
— He estado al corriente de tú estado el tiempo que has permanecido en la enfermería, de echo presumiría de haberte ido a visitar al menos una vez al día, y aunque lo que te voy a confesar ahora es poco caballeroso, siento decirte que yo no fui el ejecutor de tal obsequio.
Sus declaraciones me terminaron de descuadrar. Si Dumbledore no me había regalado la rosa, ¿quién habría sido? No es que presumiera de tener admiradores, de hecho, no conocía a nadie en todo el colegio que estuviera enamorado de mí. Es más, dudo que alguno supiese de mi existencia hasta el día de mi hospitalización.
— Será mejor que te retires Jane, la profesora McGonagall me ha dicho que mañana tienes un examen decisivo y tienes que estar lo más serena posible.
<<Mierda, el examen>>
El odio que la profesora tenía hacía mí, iba más allá del corriente enfrentamiento entre las serpientes y los leones. Siempre me regañaba en sus clases. Había perdido la cuenta de las veces que me había obligado a quedarme doblando pergaminos a la hora de cenar por las innumerables veces que me decía que estuviese atenta a lo largo de la clase. Cómo había dicho Dumbledore, se trataba de un examen decisivo, el examen que dictaminaría mi nota final en Transformaciones.
Subí a mi habitación, eché las cortinas de mi cama, y practiqué en silencio, tratando de hacer el mínimo ruido posible. El examen era individual y consistía en convertir una pluma en dos objetos diferentes.
El sol llegó pronto, antes de lo previsto. No había descansado nada, y por una noche, no tuvo la culpa ninguno de los hombres que me atormentaban la existencia. Bajé pronto al gran comedor, no había casi nadie de mi casa, excepto tres personas, entre ellas la chica con la que aún no me había costumbrado a ese buen rollo que teníamos.
— ¡Dichosos los ojos! Por fin te dejas ver — Espetó Pansy y me senté a su lado — No tienes buena cara.
— Honestamente, me sorprendería si la tuviera. He estado toda la noche con Transformaciones.
No hablamos demasiado. Su amabilidad me desconcertaba y, además, estaba demasiado preocupada por el examen como para que me importase.
Apenas toqué el plato cuando emprendí mi camino fuera del comedor. Quería practicar un poco más antes de que llegase la hora de la prueba, de modo que trabajé unos cuantos hechizos en los pasillos.
Llegó la hora. Yo era la séptima de la lista. Cuando me presenté frente a McGonagall, me miró de arriba abajo como siempre. Su expresión era la clara evidencia de las pocas ganas que tenía de estar ahí, pero seamos honestos, yo tampoco moría de ganas por verla.
No me fue mal, al menos no todo lo terrible que me esperaba. Acudí al resto de mis clases ya con un peso menos encima.
Se acercaba la hora de comer y aún no había visto a Draco en todo el día. En la hora de estudio, Snape había actuado de un modo más extraño del que actuaba habitualmente. No me quitaba la vista de encima, lo cual en cierta manera me intimidaba, porque, ¿quién no temía a Snape?
Traté de hablar con Blaise. Su rostro, casi sin vida me impactó. Tenía las mejillas ligeramente hundidas, y unos grandes círculos negros bajo sus ojos. Estaba demacrado.
— Zabini — Lo llamé lo más bajo que pude, aprovechando los exiguos momentos en los que Snape no me miraba.
Blaise me escuchó, ni siquiera se molestó en fingir que no lo había hecho.
— Ey, Blaise — Volví a llamar en un susurro algo más alto.
— ¿Alguna pregunta, señorita Parks?
La clase entera se giró para verme. Noté cómo mis mejillas subían de temperatura y no me hacía falta adivinar que me había puesto roja. Me disculpé, y tras varios segundos de silencio incómodo, prosiguió con la clase.
Las tripas me crujían. Llevaba prácticamente un día entero sin comer. Las mesas estaban llenas cuando entré. La gente devoraba la comida cómo si no hubiera un mañana, y yo no tardé en imitarlos. Por poco me eché a llorar del gusto que me dio comerme un trozo de la lasaña. Estaba tan absorta en la comida, que casi pasé por alto las furtivas miradas de Malfoy.
Sus ojos se desviaron con rapidez cuando crucé la mirada con él.
<<- Los padres de Draco son fieles seguidores de... él.
— Y él lo es también
— Lo será, pronto .>>
Aquella conversación se repetía en mi mente todo el tiempo, y no podía sentir otra cosa que no fuese asco. Asco de mirarlo, asco de pensar que un día lo llegue a besar, me daba asco a mí misma por estar loca, e incondicionalmente enamorada del chico que daría lo que fuese por matarme.
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Till The End [Draco Y Tú]
FanfictionEl día 2 de mayo de 1998, yo morí. Ahora, donde quiera que sea este sitio en el que estoy, recuerdo los últimos minutos de vida como algo incalculablemente preciado. Nunca habría imaginado que podría haber muerto de aquel modo; con Draco sujetándome...