Salí de la atmósfera gélida del planeta número 359 o 503, total no lo sé, y una vez en el espacio tuve mi bautismo de fuego en situaciones jodidas, el caso es que la nave tenía combustible suficiente para volver a la capital; pero yo sabía que no debía volver allí directamente porque no me sentía preparado. Por ello, sin saber a dónde dirigirme, tampoco sabía si tenía combustible suficiente. Al no tener un destino ni mucho menos una dirección que tomar me puse algo nervioso, ya se habían acabado las indicaciones claras y lo único que sabía a ciencia cierta era que al volver, me esperaría el combate más crudo de mi vida. Imagináis las ganas que tenía yo de trazar el rumbo de vuelta, aunque quisiera ver de nuevo a la emperatriz, sabía que algo se me escapaba y no sabía qué demonios era.
Estaba poniendo en orden mis ideas, cuando una genial ocurrencia me vino a la mente, empecé una breve pero intensa pelea con el ordenador central y su fuente de datos para conseguir el emplazamiento de un planeta, un planeta que siempre recordaré, un planeta muy parecido a la tierra pero con una peculiaridad que en aquel momento me venía perfecta si llegaba a tiempo a él. El sitio estaba le suficientemente cerca como para llegar bien y en un tiempo relativamente beve, pero no tenía el combustible suficiente para desacelerar la nave una vez llegara, si me hubiera dado cuenta de que la desaceleración era automática y la nave no fuera la antigualla que me dieron que no preveía esa situación, no me habría pasado lo que me pasó, que me di cuenta de que no podría frenar completamente cuando ya era tarde y viajaba en una nave sin" frenos" a 100.000 kilómetros por segundo. El frenado no debía ser completo, quiero decir que en realidad lo que se hace es poner la nave en velocidad de aproximación, para entrar en la atmósfera y una vez dentro, el rozamiento te frena y genera calor, por eso la nave estaba echa de unos metales especiales que lo resistían. No obstante, entrar a toda pastilla en la atmósfera, es un suicidio y yo tendría que arreglármelas para sobrevivir y en dar con la forma de aminorar antes y luego entrar en la atmósfera sin un ápice de combustible, con un ángulo de re-entrada correcto, planear hasta una zona hábil para aterrizar, y todo ello sin que nadie en el planeta me viera. Al menos, si lo conseguía había algo bueno, según el registro de la nave, aquel planeta tenía unas pocas naves imperiales escondidas en sus almacenes, y yo tenía la ubicación de ellos, entrar sería otra cosa, pero me parecía demasiado distante ese momento, es más, lo era porque el viaje espacial que acababa de iniciar duraría unas 50 horas, a 100.000 kilómetros por hora de velocidad, sin ninguna puerta de salto y con otro pequeño problema añadido. Una vez que los motores se parasen, la nave reduciría al mínimo el consumo de energía y eso sería decir adiós a la gravedad artificial, pero aún peor, significaría que se acabaría la posibilidad de modificar la estructura de la nave, para poder frenar con la atmósfera a esa velocidad y aterrizar después, tendría que cambiar esa estructura al menos una vez, de una que pudiera frenar bien, a una que pudiera volar y aterrizar. Pero no tendría siquiera la oportunidad, porque mientras lo pensaba, la nave me dijo a través de la voz del ordenador, que ya sólo quedaba energía para un cambio estructural de importancia o dos de pequeña.
Me voy a estrellar pensé, y fue efectivamente lo que acabaría pasando, en las siguientes horas elabore un plan para sobrevivir a la traumática experiencia y dictaminé los pocos cambios en la estructura que me quedaban, para dar a la nave forma de clavo con un tornillo de Arquímedes para que la nave girara en sentido horario, pero puse al final de la sección de la nave con forma de tornillo, unas aspas en una estructura aparte que girarían en el mismo sentido que el resto de la nave; hasta que usando el último ápice de energía de la nave debería cambiar la configuración de estás para que fueran como las de un helicóptero y paran la nave, frenando así el giro y mi caída todo en uno. El plan suena muy bonito, y debido a que por la falta de energía y pistas de aterrizaje no podría planear fue un acierto, es más de hecho salió bastante bien y frené usando las aspas como si fuera un helicóptero, evitando morir desintegrado gracias a la forma de la nave, pero había dos cosas malas, la primera el mareo indescriptible y la segunda que al final la nave acabó estrellándose conmigo, la verdad sea dicha, a poca velocidad en un punto del planeta número 2016. Concretamente en el cabo de Buena Esperanza al sur del continente Africano, en un mundo muy parecido a la tierra, tanto en geografía como en historia, sólo que con una peculiaridad, era el año 304 antes de cristo para ellos. Mi nave se hundió en las aguas y yo nadé los 500 metros que me separaban de la orilla, por suerte las corrientes ese día no eran muy fuertes y aunque era un día plomizo y lluvioso, estaba sano y salvo.
Y así comenzó mi historia de historias, en inglés queda mucho mejor.
ESTÁS LEYENDO
La Verdadera Gran Historia del Universo.
Science FictionHumanos, este es el libro que sin saberlo estabais esperando. Prestadme atención, no os diré mi nombre ya que nombre no importa, lo que hago sí. Soy el encargado de enviar mensajes entre los planetas habitados del universo. Me dirijo en nombre de l...