Capítulo 5

84 13 4
                                    


Mi padre se levantó rápidamente del sillón, con la excusa de que tenía que ocuparse de algunos asuntos del trabajo. Por supuesto, no le creí, pero decidí no insistir por el momento.

Deduje que algo muy malo habría pasado y había ahuyentado a mis amigos, posiblemente una cuestión relacionada con mi desaparición.

Me dirigí a mi cuarto para deshacer las maletas. Colgué la ropa en el armario y coloqué las pocas cosas personales que había traído conmigo, como la colonia o la playstation 4. Al terminar, encendí la play y empecé a jugar al Castelvania, que me tenía muy enganchado.

Cuando ya llevaba veinte minutos jugando y me había pasado un nivel, Adriana entró en mi habitación.

―Antes te iba más el FIFA ―dijo.

―Antes era un deportista declarado ―contesté, molesto porque no parasen de recordarme que no era el mismo que todos echaron de menos.

―¿Me dejas quedarme?

―Claro, siéntate.

Ella se sentó en mi cama y se quedó viéndome jugar, hasta que superé otro nivel.

―El otro día me preguntaste si sabía algo de tu pasado ―habló de repente.

Observé que se levantaba de la cama y cerraba la puerta, supuse que para no ser escuchados por mis padres, los cuales seguían en la casa. Mi madre estaba en el salón viendo un programa de cotilleos y mi padre estaba en su despacho.

―¿Qué sabes? ―pregunté interesado, dejando el mando encima del escritorio y volviéndome para mirarla.

Se encogió de hombros, insegura, y volvió a tomar asiento en mi cama.

―No mucho, en realidad. Quiero contártelo, te veo muy perdido y no me gusta verte así.

―Vaya. No sabía que yo te importara tanto.

Me miró dolida.

―Eres tonto. Por supuesto que me importas, eres mi hermano, aunque todos hayan dicho que has regresado cambiado. Yo te quiero igual.

Me sorprendí a mí mismo cuando noté una lágrima cayendo por mi mejilla. A pesar de no haber sido muy cercanos en los últimos años, sentía un gran cariño hacia mi hermana pequeña.

―Yo también te quiero―le dije, limpiándome las lágrimas que había derramado.

Adriana me dirigió una sonrisa triste.

―Tengo que contártelo.

Asentí.

―Elián, mucho antes de desaparecer, me acuerdo de que eras un chico listo, deportista y muy sociable. Te llevabas bien con mucha gente y tenías muchos amigos.

―¿Me estás diciendo que ya no soy listo? ―bromeé.

Ella se acercó y me dio un manotazo en el brazo.

―Calla y déjame hablar. No me interrumpas.

Me dirigió una mirada de advertencia y levanté las manos en señal de rendición.

―Sigue contándome ―la insté.

―Cambiaste. Al principio eran pequeñas cosas: mentías cuando mamá y papá te preguntaban dónde estabas, dejaste el tenis sin previo aviso y pasabas mucho tiempo fuera de casa. Al cabo de unos meses, ya no tenías los mismos amigos, te veían raro y te alejaste de ellos. También te alejaste de la familia.

―Lo que hasta ahora estoy escuchando es una fase de rebeldía. He tenido tiempo para leer libros de psicología, quizás lo que buscaba era mi identidad.

Adriana negó con la cabeza.

―Ojalá, aunque no es el caso. Un día papá te siguió sin que te dieras cuenta. Te vio reunirte con gente con una pinta extraña, entraste en un lugar que parecía abandonado, creo que era una fábrica o algo así. No lo recuerdo bien.

Fruncí el ceño. ¿Qué pintaba yo en una fábrica abandonada? ¿Qué se me había perdido por ese lugar? Intenté rebuscar algo en mi memoria, rellenar los huecos vacíos, pero, como siempre, no encontré nada. Una vez más, en todo lo que llevaba amnésico, sentí frustración. Yo sabía que antes solía ser un tipo diferente, alguien más inocente y lleno de vida. Ya no era así, me había convertido en un ser sombrío, que hallaba más placer bebiendo solo o leyendo cualquier libro que estando rodeado de mucha gente dispuesta a socializar conmigo.

―Eso no importa. Sigue.

―Papá entró, pero no vio nada. No os encontró ni a tus amigos, o lo que fueran, ni a ti. Parecía como si la tierra os hubiera tragado.

―Eso no es posible, la gente no desaparece como por arte de magia. Debía de haber una salida trasera, una ventana o algo ―sugerí.

―¡No lo sé, papá dijo que era imposible porque erais muchos! ―dijo, algo alterada.

Tomé aire y lo expulsé lentamente.

―Adriana, cálmate.

Ella me imitó, también tomando aire y soltándolo.

―Eso es ―dije.

Se quedó mirando a un punto fijo de la habitación. Me di cuenta de que estaba llorando cuando buscó un pañuelo de papel de su bolsillo y se secó las lágrimas con él.

―Por la noche, volviste, como si nada hubiera ocurrido No había pasado ni una semana y desapareciste. Al principio todos creían que volverías, aunque lo primero que hicieron papá y mamá fue llamar a todos tus amigos, los cuales no sabían nada de ti. ¡Ya ni les hablabas! Yo pienso que te lavaron el cerebro de alguna manera.

Me senté al lado de mi hermana y puse mi mano sobre la suya. No me gustaba nada verla llorar y pasarlo mal, y menos por mi culpa.

¿Qué clase de inconsciente era en el pasado? ―me pregunté.

―Luego llamaron al instituto, al que, por cierto, ya ni ibas. Fueron a buscarte a los lugares donde te gustaba estar antes de que cambiases y papá volvió a la fábrica. Por último, como no hubo resultado, avisaron a la policía.

―Así que no sabéis a ciencia cierta por qué desaparecí ―concluí.

―No. No sabemos si te fuiste porque querías o porque te obligaron. Pero cuando apareciste, parecías estar bien de salud, no había signos de violencia en tu cuerpo, ni traumas, nada. Solo la amnesia.

―Gracias por contármelo, Adriana.

Le di un beso en la frente y ella se fue de mi cuarto.

Saqué mis propias conclusiones. Estaba claro que mis padres no me lo contaban porque tenían miedo de que volviese a pasar lo mismo. Antes, solía ser un chico normal, pero algo cambió. Tenía la certeza de que esas extrañas compañías de las que me habló mi hermana jugaron un papel importante para que eso sucediera. Pero, ¿por qué mentía? ¿Por qué me alejé de la gente que me quería? Y, sobre todo, ¿era posible que me hubiese ido por voluntad propia? 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora