Capítulo 72

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Después de unos días estupendos, regresamos de las vacaciones. Nos sorprendió un poco de lluvia a la vuelta, había una tormenta de verano. Aun así, hacía calor. Llevé a Oli al piso, donde ella ya sabía que se encontraría con Bruno, y luego me fui a casa a deshacer las maletas y darme una ducha. Estaba sudando.

Esa misma noche, Adriana y yo habíamos quedado con mi padre en mi antiguo piso. Él iba a pedir unas pizzas a domicilio y veríamos una película o una serie en Netflix. Lo hacíamos cada viernes, era una especie de nueva tradición familiar. Mientras tanto, si mi madre no tenía turno, como esa noche, salía con unas amigas a un pub o al cine.

Mi hermana y yo abrimos la puerta del piso con las llaves que aún conservaba. La casa estaba completamente a oscuras cuando entramos.

―¿Papá? ―gritó mi hermana.

Encendí la luz y dejé las llaves en la mesa.

―No está ―le dije.

―¡Qué raro! ¿Crees que hemos llegado pronto?

Miré el reloj de muñeca.

―No, son las nueve. Él nos dijo que estuviéramos a esta hora, puntuales.

Me senté en el sofá y encendí la tele. El piso estaba tan silencioso que daba grima. No tenía ni idea de cómo fui capaz, en su momento, de vivir solo en un sitio donde ni se oye a los vecinos. O quizá era que me había hecho susceptible al silencio con el tiempo, después de haber estado meses viviendo en casa con mi familia.

―Siéntate, Adriana. Quizá ha ido él mismo a por las pizzas o se ha retrasado por algún motivo.

Mi hermana tomó asiento.

―Pues vaya gracia. No llegas a tener tus llaves y nos hubiésemos quedado en la calle.

―Tienes razón. Pero papá sabe que todavía las tengo, él mismo quiere que las tenga. Al fin y al cabo, esta también es nuestra casa.

―Se me sigue haciendo muy raro esto, ¿sabes?

Arqueé una ceja.

―Tú querías que se separaran.

―Sí, no paraban de discutir. Pero es raro tenerlos a los dos por separado, ¿no te parece?

Asentí.

―Es extraño, aunque lo mejor. Lo importante es que ellos sean felices.

Adriana suspiró.

―Sí, lo sé.

Un sonido de llaves captó nuestra atención. Mi padre entró en casa con una sonrisa de oreja a oreja y no venía solo. Una mujer morena de no más de treinta y cinco años le acompañaba. Era bastante elegante, llevaba unos tacones bastante altos y un vestido morado que le favorecía.

 Mi hermana y yo nos miramos, pensando lo mismo.

―Hola. ¡Qué pronto habéis llegado! ―saludó mi padre, poniéndose serio de golpe y con la voz un poco más chillona de lo habitual.

La mujer nos sonrió.

―Acabamos de llegar ―se adelantó a decir mi hermana.

Él forzó una sonrisa.

―Bueno, no era lo que tenía pensado, pero os presento a Tamara. Ella y yo...

―Estáis liados ―terminó Adriana por él.

Le di un codazo.

Mi padre parecía cada vez más incómodo. Estaba claro que eso no era lo que tenía pensado, que no quería que conociésemos a su actual pareja de esa manera, pero era culpa suya. Debió citarnos a otra hora o directamente no traerla al piso, donde podíamos pillarle. O, por otro lado, puede que quisiera ser el primero en llegar para presentárnosla durante la cena con más naturalidad, aunque lo cierto es que el momento hubiese sido igual de embarazoso.

―Estamos saliendo ―la corrigió mi padre, mirándola severamente.

Pese a que estaba impactado, me levanté y le di dos besos a Tamara.

―Encantado de conocerte, soy Elián ―le dije, tratando de sonreír y ser lo más amable posible.

Tal y como había dicho antes, mis padres merecían ser felices, por muy rara que fuera la situación en nuestra familia. Todo era cuestión de acostumbrarse.

―Tu padre me ha hablado mucho de ti y de tu hermana.

―¿De verdad? ―preguntó Adriana―. ¿Dónde, exactamente? ¿En la cama? ¿En vuestras citas a nuestras espaldas?

Ella estaba completamente fuera de sí.

―Adriana, cállate ―le dije―. Sabíamos que esto algún día pasaría. Acuérdate de lo que acabamos de hablar.

―¡Pero no tan pronto!

Mi hermana salió a correr y cerró de un portazo la puerta del piso.

Dirigí una mirada de disculpa a Tamara, que estaba claramente consternada.

―Voy a buscarla. Arreglaremos esto, de verdad.

―Es culpa mía, debí haber esperado un poco más y haber preparado el terreno con antelación ―dijo mi padre―. Debería ir a buscarla yo.

Entonces, él salió a buscarla y yo me quedé con la nueva ilusión de mi progenitor. Era evidente que esa cena quedaría para el recuerdo. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora