Capítulo 11

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El bar estaba casi vacío cuando entré. Solo estaban el dueño y un camarero ocupando la barra y sirviendo cafés y tostadas a dos hombres, uno que aparentaba unos treinta y cinco años y a otro que estaba cerca de la sesentena.

―Buenos días ―saludé.

Ocupé un taburete y enseguida pedí un café muy cargado.

Mientras esperaba a que me lo sirvieran, saqué mi móvil y pude ver que tenía cinco llamadas perdidas, cómo no, de mi madre. La llamaría más tarde. Se ponía muy paranoica cuando me llamaba y no le respondía a la primera. Podía entenderlo, en realidad. Es totalmente comprensible ponerse paranoica cuando tu hijo ya desapareció antes y no le volviste a ver en dos años.

Tenía un WhatsApp de un número que no conocía. Al entrar en la aplicación, descubrí que era de Olimpia. Había conseguido mi número cuando estaba dormido, según decía.

Bebí un sorbo de mi café a la vez que echaba una ojeada a la puerta, por si aparecía Bruno.

Cuando terminé, creyendo que él me había dejado tirado, pagué y salí del bar.

Justo en la puerta, casi choqué con la persona que estaba esperando.

―¿Se te han pegado las sábanas? Ya son las diez y media. Llegas tarde.

―No, he pillado tráfico.

―¿No vivías por la zona? ―inquirí, recordando que su hermana me dijo que su barrio era el mismo del bar.

―¿Qué? ―preguntó, pareciendo bastante confuso.

Fruncí el ceño.

―Ya veo que tu hermana me mintió en eso también.

―Lo siento. ¿Vamos a algún sitio?

―No hay más remedio ―contesté.

Pensé en el parque donde todo empezó, donde recuperé dos recuerdos de mi pasado. Además, era un lugar tranquilo, nunca había mucha gente.

Tras una corta caminata en un incómodo silencio, llegamos y nos sentamos en un banco.

―¿Me vas a contar algo o vas a esperar a que nos den las uvas? ―pregunté muy borde.

Me miró con exasperación.

―¿Desde hace cuánto eres así de repelente?

―Desde que me habéis estado ocultando cosas ―le respondí, impasible.

Él negó con la cabeza.

―No, hay algo distinto en ti. Es como si hubieras perdido la esencia que tenías hace tiempo. Aunque, claro, no te acuerdas. Quizás sea mejor así.

Noté como me hervía la sangre.

―Mejor ―repetí―. No me acuerdo de mi infancia, de mis mejores años, ni de la persona que solía ser, ¿y tú crees que es mejor así?

―Tú y yo éramos amigos. Esa es la única verdad que hay ―me dijo.

Comenzó a levantarse del banco y lo agarré del brazo.

―No lo creo. Tiene que haber una razón por la que no me contases que me conocías.

―No hay razón. No eres ni la sombra de lo que solías ser. Ya no eres mi amigo, es como si fueras otra persona.

Sentí una punzada en el corazón. Me pregunté si lo que decía era cierto, si mi vieja versión superaba con creces la nueva.

―Aquí hay algo raro. La noche que conocí a tu hermana, de nuevo, supongo, no la recuerdo. Y no fue por el alcohol, ella dice que no había bebido.

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora