Capítulo 29

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Me adentré de nuevo en los túneles. Me sorprendí cuando vi toda la gente que había. Parecían una pequeña civilización escondida bajo tierra. Predominaban personas de edad similar a la mía, incluso menores que yo. Algunos de ellos estaban entrenando y otros, simplemente, andaban por los pasillos dirigiéndose a algún lugar u observaban el entrenamiento de otros. Muchos estaban arremolinados alrededor de un ring de combate, animando.

Sin pedirle permiso a África, me acerqué. Allí encontré a Bruno, peleando con un chico que me sonaba bastante. Después, me acordé de que respondía al nombre de Ismael y de que lo había visto en el bar, cuando fui con mi padre a ver el partido del Atlético de Madrid.

―Combate cuerpo a cuerpo ―dijo África, captando mi atención―. Mi hermano es el instructor e Ismael es su segundo al mando. Le está enseñando, para cuando deje el puesto. Ahora están haciendo una demostración a los alumnos.

―Pues parece que Ismael se defiende muy bien ―comenté, al ver el gancho que acababa de llevarse su hermano y la sangre que comenzó a manar de su labio.

―Bruno lleva en esto mucho más tiempo. Ismael solo lleva un año aquí y tiene mucha fuerza, pero poca destreza en comparación.

Pude comprobarlo unos segundos más tarde. Bruno se recuperó del golpe y empezó a moverse con cierta gracia por el ring, esquivando los golpes de su oponente y propinando otros certeros. La multitud le aclamaba, mientras que su contrincante se iba enfadando más y más e iba arremetiendo con furia, sin pensar bien en los movimientos y perdiendo el equilibrio en más de una ocasión.

―Ese tío debería controlar su ira. Está perdiendo la pelea porque está demasiado enfadado y no se centra en lo que debería hacer ―pensé en voz alta.

―Exactamente. A eso es a lo que me refería. Si no tienes la cabeza fría, no vas a ninguna parte. No lo conseguirás.

Me estremecí y me pregunté si ella sabía algo, si ya se había olido mis planes debido a mi nerviosismo. Sin embargo, cuando volví a mirarla, sonreía viendo la pelea. Ismael había sido abatido y se encontraba en el suelo.

―Y así, chicos, es como se pelea. Debéis concentraros en los movimientos, no en la fuerza. No os dejéis llevar por la ira, u os pasará como a él y os aplastarán ―explicaba Bruno, claramente pagado de sí mismo―. A veces la fuerza no lo es todo, Ismael.

Dicho eso, ayudó al perdedor a ponerse en pie. Ambos se bajaron del ring y se sentaron en unas sillas plegables, mientras que otros dos chicos comenzaban a batirse en duelo.

―Esto es muy violento ―señalé―. ¿Cómo pueden hacerse daño tan gratuitamente? Se supone que es una demostración, pero lo que he visto ahí parecía una pelea bastante seria.

―Se dejan llevar por el momento. Es bueno que sepan controlar la fuerza y sacarle partido, utilizando también un poco la cabeza. Además, quieren darle a esto una visión realista. Si algún día nos quieren atacar, es fundamental que sepan cómo defenderse.

Tragué saliva.

―¿Atacaros? ―pregunté, fingiendo no estar al tanto de ello―. ¿Tenéis enemigos?

Ella frunció el ceño.

―Por supuesto, pero ese hecho a ti no te afecta. Al menos, ya no.

Asentí, incapaz de hacer otra cosa.

Me percaté de que un par de chicas se acercaban con un botiquín a los instructores. Los comenzaron a curar. Ellos, mientras tanto, miraban impasibles la pelea de sus alumnos, sin quejarse como lo hacían los luchadores de las películas.

―¿Yo también peleaba? ―se me ocurrió preguntar, sin poder ni siquiera imaginarme subido a un ring, sangrando debido a unos cuantos golpes.

―No mucho, ya sabes que lo tuyo no era la fuerza. Además, siempre has sido pacífico.

Me alegré al saber que, pese a todo, en eso no había cambiado.

Dejamos ese lugar y la seguí por un pasillo en el que no había casi nadie. Quería enseñarme otros sitios.

―Oye, siento lo de antes ―dije, pillando desprevenida a África, que me miró sin comprender.

―¿Qué es lo que sientes?

―Haberme puesto tan pesado con lo de Candela.

Tras enterarme de su asesinato me quedé con cara de pasmo. No sabía qué decir ni cómo debería sentirme, así que me pasé todo el trayecto en silencio, temiendo decir algo que estuviera fuera de lugar. No quería meter el dedo en la llaga, sobre todo cuando estaba claro que su gemela no lo tenía del todo superado. Ya bastante miserable me sentía, como para encima causar más daño.

Se detuvo y me dirigió una mirada tranquilizadora.

―No te preocupes. No lo sabías. La que debe disculparse soy yo, debería habértelo contado antes.

―No, era una tontería, en realidad. Mi hermana me había dicho que Candela era mi novia. Cuando te confundió con ella...

―Quisiste preguntar, como es normal ―me interrumpió, sonriendo―. Sí, teníais algo especial.

―¿Me dejó? ―pregunté, porque, aunque formara parte deseaba enterarme de por qué terminó esa relación.

Su sonrisa se borró.

―No. Ella te quería demasiado. Fue la muerte lo que os separó ―respondió, con un deje de amargura en la voz que me recordó que también ella había estado enamorada de mí. 

La impotencia me embargó cuando rompió a llorar. Definitivamente, para África todo aquello seguía muy vivo en su cabeza. Seguía echando de menos a su hermana perdida.

La abracé, sintiéndome como Judas.

―No llores.

Ella rompió el abrazo.

―No debería haber muerto. Tendría que haber sido yo, no mi hermana ―murmuró, mientras sus lágrimas caían sin cesar.

―No digas eso ―dije, creyendo que se trataba de lo típico que se decía cuando le pasaba algo malo a alguien cercano y querido.

―¡Es la verdad! Me querían a mí, no a Candela, que no tenía ninguna habilidad especial.

―¿A qué te refieres?

―Deberías dejar de hacer preguntas estúpidas, Elián ―me pidió, con un hilo de voz―. Es evidente que querían matarme a mí, pero que la confundieron conmigo.

―No le des tantas explicaciones, África ―dijo alguien a nuestras espaldas.

Al darme la vuelta para ver de quién se trataba, vi a Ismael, cuyos ojos estaban fijos en mí, escrutándome con un desprecio que me puso los pelos de punta.


El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora