Capítulo 24

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Adriana

El instituto era un asco. Últimamente, todo lo era. No es que antes las cosas me fueran de maravilla, pero al menos no eran tan complicadas. Antes me hablaba con mi hermano, no salía con Gustavo y no sacaba tantos suspensos por no tener la cabeza metida entre los libros, al ser incapaz de concentrarme.

Mis padres estaban bastante raros. Llevaba meses oyéndoles discutir y viendo a mi padre en el sofá durmiendo, no disimulaban mucho, pero, desde el momento en el que Elián volvió a casa, se contenían y se guardaban sus disputas para cuando creían que nadie les escuchaba. Lástima que no viviéramos en una casa con las paredes más gruesas y habitaciones insonorizadas. A veces tenía que ponerme la música a todo volumen para no escuchar sus patéticas discusiones.

Mi novio se había convertido en un método de escape. Hasta reconocerlo suena mal. La verdad es que Gustavo me hacía sentir segura y comprendida, aunque, algunas veces, era evidente la diferencia de edad y de experiencias. Él esperaba cosas de mí para las que yo no me encontraba preparada. Dijo que esperaría, que comprendía que yo tuviera catorce años y que lo único que le importaba era estar conmigo y mi bienestar. Sin embargo, sabía que era un chico muy guapo, seguro que cualquier chica querría hacer con él lo que yo no podía. Solo de pensarlo, me agobiaba, porque si me dejaba, perdería a la persona para la que yo era una prioridad.

Fue duro ver desde niña cómo mis padres se implicaban tanto con la desaparición de Elián. No fue fácil para mí contemplar cómo, poco a poco, perdían la esperanza y observar que la familia se rompía. Ellos empezaron a actuar en modo automático, haciendo la clase de cosas que los padres normales hacen, llevándome al colegio, haciéndome la comida y proporcionándome un ambiente de seguridad, quizá excesiva en algunas ocasiones, puesto que me tenían controlada. Intentaron pasar por personas normales y se olvidaron de prestarme la debida atención. Yo no necesitaba un control y un ambiente seguro, necesitaba una familia de verdad, unida y un entorno un poco más afectivo. Quizá la carencia de lo que de verdad quería me hizo madurar demasiado para mi edad y verlo todo de otra manera.

Cuando Elián apareció fue a la vez una alegría para todos y un palo. Sé que es contradictorio, pero es la verdad. Mi madre y mi padre recobraron un poco de esa alegría perdida y trataron de recomponer la familia para aportarle un entorno diferente. Los médicos se lo habían recomendado. No obstante, mi hermano no tardó en marcharse, puesto que estaba cansado de que ellos se empeñaran en que hiciera lo que él solía hacer antes. Lo cierto es que ya no era el mismo, era como si hubiesen metido a un desconocido con un gran parecido a Elián en casa. De todas maneras, él y yo tratamos de tener una buena relación, aunque no fuera tan estrecha como la que dos hermanos suelen tener.

Con esto no quiero decir que no me alegre de que él apareciera, no. Me alegro de que lo hiciera, me alegro de que mi madre volviese a ser esa mujer trabajadora que tiene una sonrisa para todos. Lo que no me gustaba tanto era la atención excesiva que le dedicaban, y la poca que me dedicaban a mí. Comprendía que le echasen de menos, yo también lo hacía, pero mi hermano no es hijo único.

―¿En qué piensas tanto? ―preguntó mi novio, haciendo que volviera a la realidad. 

Ambos estábamos tumbados en su cama, escuchando música.

―En mi familia.

Él puso su mano sobre la mía y la apretó ligeramente.

―Tu hermano volverá a hablarte, ya lo verás.

―No es eso. En verdad yo soy la que no habla con él.

Gustavo se incorporó y frunció el ceño.

―Sí, algo me dijo ―murmuró―. Si no es por tu hermano, ¿qué te pasa entonces?

―Nada, lo mismo de siempre. El drama familiar ―contesté.

Como siempre suelo hacer cuando prefiero restarle importancia a algo, sonreí. Después, me acerqué y le di un breve beso en los labios.

―¡Eh! ―se quejó―. Estás evadiendo el tema, no vale.

Puse los ojos en blanco y separé mi rostro del suyo, ya quedándome sentada en la cama.

―¿En qué habíamos quedado? ―preguntó.

―En que lo hablaríamos todo. Es que... no quiero hablar de ello. Siento que te doy demasiado la chapa con ese asunto, no quiero parecerte pesada ―le respondí, preocupada porque se cansara de mí y de mis problemas.

Su sonrisa, esa bonita sonrisa que provocaba que no durmiese bien por las noches, hizo acto de presencia.

―Adriana, tú nunca me parecerás pesada. Eres muy importante para mí. ¿Está claro?

Asentí con la cabeza, como una niña buena.

―Tú también eres muy importante para mí ―dije―. Ojalá no tuviera que ocultar que estoy contigo.

Gustavo se puso serio.

―Pues no lo ocultes. Vamos a contárselo a tus padres.

Abrí mucho los ojos por la impresión.

―¿Se te ha ido la olla? Mis padres nunca aceptarían que saliese con un adulto. Para ellos, soy una cría.

Con la mano que no sostenía la mía, me acarició la cara con ternura.

―¿Qué importa su aceptación? Lo que importa es que nos queremos.

Negué con la cabeza.

―¡No me dejarán verte! Ni siquiera mi hermano lo entiende.

―Lucharé por ti ―me aseguró―. Se acabó el esconderse, se acabó que te sientas como si estuvieses haciendo algo malo cuando no es así. ¿Qué me dices? ¿Luchamos por lo nuestro?

Le miré a los ojos, que mostraban ilusión y convencimiento. Esperaba que le dijese que sí, que nos enfrentaríamos al mundo entero, a pesar de la tormenta que pudiese venírsenos encima. Solo los locos aceptarían. Yo estaba loca, así que acepté encantada.

Poco después, me fui a casa. Iba con una sonrisa de oreja a oreja y con un valor que nunca antes había tenido. Por primera vez, desde que estaba saliendo con Gustavo, no temía la reacción de mi familia. Me daba igual, porque el amor era mucho más fuerte que cualquier impedimento. Me sentía valiente, como la protagonista de Romeo y Julieta cuando se fue a casar en secreto con su amado y decidió que, a pesar de las familias que tenían, iba a vivir lo que sentía.

La sonrisa se me borró cuando vi el semblante de mis padres en el salón. Estaban sentados en las sillas, alrededor de la mesa, sobre la cual tenían sus móviles. Ambos estaban serios, como si pasase algo grave. Su expresión era la misma que cuando Elián desapareció. 

El pasado de EliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora